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Hundiéndonos en el excremento

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Es viernes de horario vespertino en el campamento minero de Las Claritas en el estado Bolívar. Un cerco de minas artesanales de oro y diamantes, y un caserío de una larga calle de casi 300 metros con burdeles de lado y lado que hacen vida a partir de los viernes a primeras horas hasta los domingos bien entrada la noche. La entrada al villorrio hace del cuartel que proporciona seguridad a la zona un paso obligatorio. A esa hora, como en una rutina de curiosidad, se instala el capitán y el grupo de soldados a ver pasar a los mineros después de hacer el resumen de cinco jornadas y haberle vendido el material en oro o diamantes al comprador externo. Pasan fragantes, bien vestidos, con el dinero de una semana agotadora y de exigente de trabajo, suficiente para comprar un carro o una casa en efectivo, animados y en un ruidoso tropel hacia donde están las putas, el alcohol, las drogas y tres días con sus noches de excesos. Es viernes y el cuerpo lo sabe.

La desgracia de los venezolanos a lo largo de la historia republicana pareciera que se afinca en el petróleo. Para nada se compara con las guerras civiles del siglo XIX, con el militarismo que las acompañó de la mano de su carnal el caudillismo ni con el pésimo liderazgo político que ha gobernado en los últimos años. Todo eso quedó rezagado ante los efectos de la riqueza fácil derivada de la extracción en el subsuelo criollo del oro negro. A boca de la mina, después de cernida artesanalmente la tierra con la suruca y con la aparición de las pepitas y los cochanos se fue levantando el campamento minero en que se convirtió el país después que se descubrió la primera bulla. A partir de allí la presencia de putas, drogas, alcohol y delincuencia fueron cercando los límites de la fortuna en abundancia y la plenitud de los bolsillos con cada paletada que se recibía desde la prodigalidad del filón. Como todo dinero sobrevenido y sin esfuerzo tiene todos los riesgos de diluirse y esfumarse si no se administra con criterio, con juicio y con una larga proyección hacia el futuro. Y, sin esas barandas morales y con la disposición inmediata de los placeres que ofrece el campamento, el camino hacia la pobreza y las penurias derivadas se achica. Siempre habrá la esperanza de conseguir una nueva veta que nos vuelva a encandilar, nos llene los bolsillos de nuevo y nos encamine de nuevo hacia las muñecas del placer, hacia la mesa plena de licores y nos congregue en la profusión de dinero compartido con delincuentes. Hasta que se engrana definitivamente en un ciclo desgraciado que ha sido la historia petrolera venezolana después de 145 años de vida republicana anclada a las principales actividades relacionadas como son la explotación, la producción, la refinación, el mercadeo y el transporte del crudo, así como los negocios de la orimulsión, la química, la petroquímica y el carbón de nuestro propio campamento minero. Un ciclo que nos pone como país, en algunos momentos, en las alturas de la holgura con las mieles de la felicidad y después vertiginosamente como en un tobogán maldito, nos hunde en las profundidades de la indigencia y las penurias en la soledad de la depauperación y de la vida de mierda. Así funciona el campamento minero venezolano. Como ahora.

Ha sido una larga experiencia en años desde su aparición en la hacienda La Alquitrana. Una evaluación objetiva de la incidencia petrolera en las cinco generaciones que ha contribuido a formar pone en duda en cómo los ingresos de la renta por concepto de su venta ha contribuido a elevarnos como sociedad… o a hundirnos.

Los pininos petroleros se iniciaron desde la primera irrupción en 1878 en el estado Táchira y se prolongaron artesanalmente hasta 1914 en plena dictadura del general Juan Vicente Gómez. A partir de allí se inicia lo que se conoce como el primer boom con el régimen de concesiones con que se extiende a través del posgomecismo con los gobiernos del general Eleazar López Contreras y del general Isaías Medina Angarita. El año de 1940 se toma como de la entrada del segundo boom que arranca con la promulgación de la novedosa Ley de Hidrocarburos. Una de las secuelas de este instrumento legal, además del intento de consolidar una mejor distribución de los ingresos para el país, lo fue el gran desplazamiento interno desde los conucos hacia las torres de perforación en oriente y occidente con el consiguiente perjuicio. De esos tiempos son las líneas de opinión de Rufino Blanco Fombona, Alberto Adriani y Arturo Uslar Pietri para generar razón. El concepto de sembrar el petróleo a modo de alerta en la conciencia nacional para ir abriendo otros modelos diferentes a la renta extractiva tomó camino para que los venezolanos no dependieran a permanencia de la riqueza pasajera de la mina. El tiempo de penurias de la actualidad está diciendo que cayó en oídos sordos.

En 1975 con el protagonismo de Venezuela en la OPEP desde su fundación, se nacionaliza el petróleo en la primera presidencia de Carlos Andres Pérez. Uno de los párrafos del discurso presidencial cuando presentó la Ley que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos en el acto expresaba: “En este momento de la patria los venezolanos estamos frente a la construcción del futuro nacional. El éxito o el fracaso no lo serán el de un gobierno sino el de la nación misma. Hemos renunciado a vivir de la fácil riqueza a que nos había acostumbrado el facilismo petrolero. Esta es la cuestión trascendental que debe unirnos. No puede ser objeto de controversia de los partidos ni de confrontación alguna entre diversos factores de la colectividad. Debe ser acción común. Compromete el porvenir de la República. Construir su futuro es nuestra tarea”. Y en 1976, durante el acto público en Cabimas, señaló en la euforia de su discurso nacionalista, de entrada: “Esta generosa tierra zuliana, de su entraña lacustre y del vientre de su costa oriental, ha entregado inmensas riquezas que no hemos sabido administrar bien, los venezolanos de ayer ni los de hoy. Como tampoco las que más tarde comenzamos a extraer en nuestros estados orientales; donde para fortuna nuestra aún reposa intacta la inmensa masa de hidrocarburos que conocemos con el nombre de faja petrolífera del Orinoco”. En un abono respetuoso para cargársele al discurso, podemos decir que los que encarnaban el futuro en ese entonces, tampoco supieron administrar esas riquezas. Las alturas del barril de referencia impulsadas por la guerra del Yom Kippur en 1973 inundaron a Venezuela de una profusión que nos etiquetó en el mundo con el estigma del nuevoriquismo y con la bandera del “tá barato dame dos” en todo el mundo. En algunos niveles del gobierno, el morbo de la corrupción empezaba a asentarse en el entorno más inmediato del palacio de Miraflores mientras el presidente priorizaba su tarea de convertirse en un líder mundial con la palanca geopolítica del petróleo.

Después de casi un siglo de explotación de la mina, en esos tiempos de la hacienda del señor Manuel Antonio Pulido en Táchira, no se ha abandonado el concepto parroquial del campamento minero expresado en prostitutas, botiquín y alianzas entre delincuentes como consecuencias de llenarse la cartera con un dinero al aluvión sin compromiso y sin responsabilidad a futuro. Al contrario se ha ido abonando cromosomáticamente en el ADN nacional y consolidándose en los sectores políticos, económicos, sociales y militares. La inversión en el bienestar para el colectivo, en el funcionamiento de los servicios públicos y en la generación y la distribución equitativa de la riqueza se ha diluido en proporciones significativas en los bolsillos de la clase dirigente. Y en un reducido núcleo de muñecas que se alimentaban de las ternuras de la corrupción.  El tiempo se ha encargado de ratificarlo a lo largo de los booms con los picos de los altos precios del barril. y en las caídas y su expresión más directa en la economía con los eventos del 27 de febrero de 1989, casualmente durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez.

A finales de la década de los nopventa se inicia un tercer boom. La llegada al poder del teniente coronel Hugo Chávez y de la instalación de la revolución bolivariana precedida de la apertura petrolera del segundo gobierno de Rafael Caldera coincide con unos históricos ingresos por concepto de la renta. Esta realidad se apareja con la internacionalización del socialismo del siglo XXI y la exportación de la revolución a nivel continental y global. La puerta que había tratado de abrir el 23 de enero de 1959 Fidel Castro ante la negativa del entonces presidente electo Rómulo Betancourt se la abría de par en par el comandante primer magistrado nacional en Venezuela.

Este cuarto boom con el petróleo, con precios bien moderados del barril en los mercados estándar y con el catalizador de estos últimos tiempos de la guerra Rusia-Ucrania, el crudo venezolano usado como una poderosa arma geopolítica con el establecimiento de alianzas políticas con los tradicionales enemigos del imperio desde la Eurasia y el Medio Oriente, y con las cargas de unas pesadas sanciones económicas originadas por las vinculaciones del régimen con el narcotráfico, la corrupción y el terrorismo internacional que han significado una calificación de Estado fallido, ha obligado a la revolución a encaminarse en una marcha bien cerrada de restricciones que han permeado sobremanera hacia el ciudadano común en los costos de la vida. Es la gravosa caminata de las penurias, de las miserias, de las desventuras de un país acostumbrado a las bondades volátiles de la boca de la mina el viernes y del ratón que se vive nuevamente los lunes cuando se regresa a seguir picoteando la veta para extraer. Son las cosas de no haber sembrado el petróleo. En casi siglo y medio de dependencia del excremento del diablo, como lo bautizó en su momento el experto petrolero Juan Pablo Pérez Alfonzo, la sociología del venezolano hacia el futuro ha cambiado muy poco. Un campamento minero de putas, mineros, alcohol, drogas y delincuentes. Y dinero fácil.

¿Tienen alguna duda? Pdvsa, después de una trayectoria corporativa que la ubicaba a nivel de las más eficientes empresas globales, durante los 24 años de revolución bolivariana ha servido de rampa misilística al servicio político del proyecto mundial iniciado por el teniente coronel Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro, y ha sido la caja chica sin soportes, sin control y sin convertirse en bienestar para la gran mayoría de los venezolanos; disponible solo para los sueños geopolíticos de Fidel Castro en su enfrentamiento inútil contra el imperio al cual se han prestado todos los integrantes de la nomenclatura roja rojita desde el año 1998. Este escándalo reciente que ha agarrado niveles mediáticos elevados de corrupción, de prostitutas, de alcohol y de drogas, y de mineros de flux y de corbata en los más altos niveles del ministerio del petróleo, de Pdvsa y otros altos cargos revolucionarios, es una edición fashion de la serie de un campamento minero digna de llevarse para presentar en Netflix. Son miles de millones de dólares despilfarrados en los 300 metros de la calle de la corrupción suficientes para recuperar el país de este bajón. El lunes los recuperamos.

Es lunes a primeras horas de la mañana en el campamento. Frente al cuartel desfilan ahora de retorno con cara de derrota, enratonados, limpios, descalzos y con toda la ropa en jirones los mineros, directos a meterse nuevamente por cinco días en la mina con el agua hasta los hombros. Es lunes y el cuerpo de los mineros lo sabe.

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