Por OCTAVIO PAZ
Tanto los juristas soviéticos como la legislación proclaman que el derecho penal soviético está «fundado en la corrección por el trabajo productivo y socialmente útil». Esta concepción sustituye a las nociones de pena y castigo. El trabajo socialmente útil no puede confundirse con el trabajo artesanal que priva en algunos centros penitenciarios de otros países. El «trabajo correctivo» constituye una de las fuerzas productivas de la URSS.
La legislación soviética prevé el «trabajo correctivo» sin privación de libertad, generalmente por períodos no mayores de seis meses, combinado o no con el exilio a regiones apartadas; y el «trabajo correctivo» con privación de libertad, hasta por cinco años, en colonias agrícolas e industriales, campos de trabajo en masa y colonias penitenciarias. Se puede ser condenado a «trabajos correctivos», con o sin privación de libertad, por sentencia judicial o por decisión del Comisariado de Asuntos Interiores (antigua NKVD), organismo encargado de la administración y de la gerencia económica de los campos. Los condenados pueden ser prestados por la NKVD a los diferentes consorcios y empresas estatales necesitados de mano de obra. En general los detenidos desempeñan labores de obreros no calificados: construcción de canales, puentes, vías de comunicación, etc. En los campos la vigilancia interior puede confiarse a los detenidos socialmente menos peligrosos, esto es, a los delincuentes de orden común. Así, los condenados ocupan el sitio más bajo de la sociedad soviética, ya que su situación económica y jurídica es inferior a la de los obreros no calificados. Es imposible conocer su número exacto, pero la importancia de las labores que se les encomienda da derecho a pensar que constituyen una categoría social numerosa. Algunos autores afirman que hay entre seis y ocho millones de condenados; otros aseguran que hay más de veinte. Es imposible verificar esas cifras. De todos modos, puede afirmarse que la masa de los condenados no está compuesta por elementos pertenecientes a las antiguas clases (ya desaparecidas), ni a la oposición política. El pueblo soviético —obreros y campesinos— nutre los campos de trabajo.
Lo mismo el capítulo dedicado al sistema penitenciario soviético en la obra Les Grands systèmes penitentiaires actuels (París, 1950), que el Código de Trabajo Correctivo (que no debe confundirse con el Código Penal), indican que los condenados pueden gozar de vacaciones anuales, del 75% de su salario (el resto se les entrega a la extinción de la condena), de premios y menciones honoríficas, etc. Las penas corporales están prohibidas. Los locales y dormitorios deben ser amplios, secos y bien ventilados. Las actividades culturales y la educación política son objeto del capítulo IV del Código. No deja de sorprender el contraste que existe entre estas disposiciones y los terribles relatos de todos aquellos que han escapado de esos «centros de regeneración». En la imposibilidad de verificar esos relatos o de comprobar hasta qué punto se aplican las disposiciones del Código, parece lícita la siguiente reflexión: el nivel de vida de los condenados debe ser inferior al de los grupos menos favorecidos del llamado sector libre del pueblo soviético. Y puede sospecharse hasta qué punto son explotados los condenados y a qué extremos debe llegar su miseria si se recuerdan los sacrificios que se ha impuesto e impone al pueblo la marcha de la revolución industrial. Los campos de trabajo forzado son la otra cara del estajanovismo (que, como es sabido, consiste en elevar gradualmente las normas de trabajo sin aumentar los salarios). El trabajo correctivo y el estajanovismo son las espuelas de la industrialización. Pero esas espuelas se clavan en la carne de los trabajadores soviéticos. La URSS vive bajo un régimen no sin analogías con el descrito por Marx en el «período de acumulación primitiva del capital».
La descripción anterior permite vislumbrar el verdadero carácter del derecho penitenciario soviético en la fase actual del Estado burocrático. Si es cierto que, como todo derecho penal, especialmente en momentos de conflicto interior o exterior, es un instrumento de terror al servicio del Estado, también lo es que constituye uno de los aspectos de la economía planificada. Los campos son algo más que una aberración moral, algo más que el fruto de una necesidad política: son una función económica. Al transformar el sentido de la pena, el condenado se convierte en útil, es decir, en un instrumento de trabajo en manos del Estado. Así se ha creado una nueva categoría social, desconocida en la historia aunque no sin cierto parentesco con la antigua esclavitud. En suma: el trabajo correctivo no es sólo expresión de la política del régimen; también lo es de su estructura social. Y, por lo tanto, de su naturaleza histórica: los condenados constituyen una de las bases de la pirámide burocrática. El problema de los campos soviéticos plantea el de la verdadera significación histórica del Estado ruso y de su incapacidad para resolver en favor de las clases productoras las contradicciones sociales del capitalismo.
Los estalinistas afirman que Rousset cometió un fraude al omitir que el artículo 8 del Código de Trabajo Correccional se refiere al «trabajo correctivo sin privación de libertad». El argumento es puramente formal: los otros textos oficiales soviéticos muestran que en la URSS existen campos de trabajos forzados (llamados de «reeducación por el trabajo»), a los que una persona puede ser enviada por sentencia judicial o por decisión de la NKVD. Por otra parte, la pena de «trabajos correctivos sin privación de libertad», por sentencia o acuerdo administrativo, no es sino una manera de legalizar la explotación por parte del Estado. ¿Se aceptaría que los patrones de una fábrica o los administradores de una finca condenen a sus empleados a «trabajos correctivos» sin privación de libertad? ¿O que lo haga la policía del lugar? La institución del «trabajo correctivo sin privación de libertad» descubre nuevos matices jerárquicos en la sociedad soviética: en la base se encuentran los detenidos en campos; en seguida, los condenados a trabajos sin privación de libertad; después, los obreros y campesinos «libres» (con las restricciones que todo el mundo conoce, privada la clase obrera de sus derechos más elementales de defensa: la libertad sindical y el derecho de huelga). Sobre esta masa viven los obreros especializados, los técnicos, las milicias. Arriba, la burocracia, la policía, la oficialidad y los generales, el partido, sus intelectuales y sus dignatarios. La URSS es una sociedad jerárquica, lo cual no implica que sea inmóvil, aunque como todas las sociedades aristocráticas tienda a la petrificación. Las purgas, los cambios de «línea», la necesidad de nuevos hombres y talentos para dirigir o vigilar los proyectos gigantescos del régimen (industrialización de Siberia, apertura de canales, mantenimiento del ejército terrestre más numeroso del mundo etc.), exigen sangre fresca. La URSS es joven y su aristocracia todavía no ha tenido el tiempo histórico necesario para consolidar su poder. De ahí su ferocidad. Esta circunstancia, tanto como las necesidad de la guerra y de la industrialización a todo vapor, explica los campos de trabajos forzados, las purgas, las deportaciones en masa y el estajanovismo. Es inexacto, por lo tanto, decir que la experiencia soviética condena al socialismo. La planificación de la economía y la expropiación de capitalistas y latifundistas no engendran automáticamente el socialismo, pero tampoco producen inexorablemente los campos de trabajos forzados, la esclavitud y la deificación en vida del jefe. Los crímenes del régimen burocrático son suyos y bien suyos, no del socialismo.
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