Jaime Gili desecha la idea de repetirse. También niega que algo viene de la nada para inspirarlo. Gili cree en su esfuerzo y trabajo, en avanzar. Incluso, cree en volver sobre aquellas piezas que pone en pausa porque, quizás, en ese momento no las entiende. Y el tiempo le da la razón. También cree en el error como una necesidad, un elemento optimizador para la obra.
Gili estaba seguro de dos cosas cuando la Sala Mendoza lo invitó a presentar una individual en sus espacios. Primero, que llevaría de Londres a Caracas una pintura particular (de mediano formato) y, segundo, que aquella enorme pared al fondo de la galería debía albergar uno de sus murales. Pero si de enumeración se trata, hay un dígito que sí -a diferencia del proceso creativo de Gili- se repite en OJO: tres.
En el nombre de la muestra, en los tres personajes que escribieron los textos que acompañan OJO, en el triángulo que se encuentra en muchas de sus pinturas; también en los ejes y épocas que son abordados en este homenaje a su trayectoria artística.
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De ángulos y geometría; de color y emociones (abstraccionismo geométrico) va esta exhibición que inauguró el 23 de marzo en la Sala Mendoza, la primera de 2023, junto con la galería neoyorquina Henrique Faría Fine Art. Son 60 piezas (que datan del 2009 hasta 2023) que abarcan toda la caja blanca que es este espacio expositivo ubicado en la Universidad Metropolitana de Caracas.
El pasado 25 de marzo el artista ofreció una visita guiada de OJO. Y en la segunda semana de abril se llevará a cabo una tertulia (telemática) sobre arte y arquitectura con el artista e invitados especiales.
La primera arista
Al entrar a la sala la intuición dicta ir a la izquierda. Pero no sin antes dar un barrido veloz por el resto del espacio: colores y formas. En el arte está implícita la -casi indispensable- regla de emocionar, situación más común en el arte abstracto que el figurativo. OJO es un festival para dejarse llevar y maravillarse con las formas y vibrantes colores que genera Gili.
El texto que acompaña esta sección fue escrito por el académico, investigador y curador de arte Juan Carlos Ledezma. En él propone que este eje combina lo pictórico con la búsqueda arquitectónica (de líneas, de geometría).
«Porque no se trata aquí de obras cerradas en sí mismas, sino de construcciones interiormente fracturadas que, por ello, se abren a la posibilidad de exceder sus límites convencionales y articularse con volúmenes arquitectónicos», escribe Ledezma.
El artista comenta que la creación de estas pinturas se remonta a 2020, durante la pandemia de covid-19. «Dos años de estar encerrado pintando en el taller. Aunque es normalmente lo que uno hace, pero al cabo de un tiempo la pintura sale, se va a un sitio. Entonces, es como una pintura que sea autoalimenta».
El segundo eje
Siguiendo el camino hacia el gran mural que ocupa toda la pared de ocho metros de alto, hay una obra que delata qué sigue. En el piso, vidrios intervenidos -que vienen del Centro Banaven de Caracas- con serigrafías magenta irrumpe con lo que se veía antes en lienzo. Ahora se pasa al mundo de la arquitectura.
Gili es un arquitecto frustrado, pero reconoce que tiene un hermano que sí estudió la carrera y que le demuestra lo difícil de la profesión. «Arquitecto. La creatividad, si uno tiene demasiada… Tienes la idea inicial de tal forma, pero tienen que pasar años a lo mejor hasta que lo veas realizado, ¿no? Yo no puedo. Yo en un día a lo mejor hice 20 proyectos y quedaron dos, pero hice dos. Un arquitecto tiene el plan y después se lo da a otro para que lo haga, lo puede cambiar. Yo eso no podría jamás en mi vida».
En esta etapa que se aprecia en la Sala Mendoza, el lienzo dejó de ser su medio principal. Jaime Gili realizó diferentes intervenciones en espacios públicos. Por ejemplo, en Petare (2011); pero también en fachadas de edificios o grandes tanques. Es la mezcla aparentemente ideal entre sus dos pasiones: arte y arquitectura. O mejor dicho, el arte en espacios públicos o privados. Y Caracas, justamente, es una ciudad con esa cualidad urbanística.
El texto de esta sección de la muestra es del arquitecto Max Pedemonte, quien trabajó en la construcción del Metro de Caracas en la década de los ochenta. Aquel tiempo, recuerda Gili, fue de exploración y descubrimiento citadino gracias al nuevo sistema de transporte inaugurado por el presidente Luis Herrera Campins en 1983.
De acuerdo con un extracto de la entrevista que le hace Pedemonte a Gili: «Tus obras, visualmente se abren de manera natural a la posibilidad de exceder sus límites y de articularse no solo a la arquitectura sino también a su entorno urbano (…). Esa articulación con el espacio la vemos en Baltus House de Miami, que, aun siendo un volumen plano, transformaste en objeto tridimensional multicolor», dice el arquitecto.
La tercera época de Gili
El recorrido termina en la sala pequeña. Adentro, unos cuadros pintados en ambas caras con spray cuelgan del techo y conforman un triángulo penetrable. Aquello retratado, además del soporte, guarda relación con lo antes visto en colores y la forma. Sin embargo, la historia detrás de ellos es otra.
En 2022, Gili contactó a una galería ubicada en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. De pronto, el pintor se encontraba realizando una residencia artística en la Galería Kiosko. Allí tuvo un contacto significativo con las culturas ancestrales del país andino. Esta experiencia fue un shock que promovió nuevos estilos en su obra.
Comenta el artista que Bolivia es un país muy rico culturalmente. Cada región es distinta y por ello se embarcó en un viaje hasta Sucre, luego Potosí y La Paz. En todos, asegura, hay lugares increíbles. Pero fue un museo en Sucre lo que lo cautivó.
«El Museo Textil lo fundó una señora chilena en los años setenta. Y hay un montón de literatura sobre los textiles. Sabemos que los chilenos, a veces, tienen una cosa como muy mística y en cambio yo, bueno en eso sí me sale la raíz catalana. El rombo de Los Andes bolivianos se llama ñawi, que significa ojo», añade.
Con aquella idea del rombo como figura mística, pero también de descanso por su simpleza a la hora de tejer, Gili se devolvió al taller en Kiosko para elaborar las piezas que ahora se pueden apreciar en la Sala Mendoza. Destacó que el uso de los colores fue totalmente al azar y que, más bien, dependió de la disponibilidad que hubiese en la tienda.
«Ese es el resultado de estar en residencia. Hay que trabajar bastante rápido. Pero había una necesidad de repetir porque sabes que nunca va a salir exactamente igual que el anterior. Quise jugar con eso. Y luego pensé que rombo, ojo, era un buen título para la exposición», puntualiza.
Una pincelada lo inicia todo
Jaime Gili es caraqueño. Nació en 1972 y su infancia transcurrió descubriendo una ciudad que se abría paso -en democracia- hacia la modernidad. Entre 1989 y 1990 estudió en Prodiseño y en el Instituto Neumann. Luego, viajó a España para estudiar Arte en la Universidad de Barcelona. Una vez que obtuvo la licenciatura (1990-1995), le otorgaron una beca en la Royal College of Art de Londres (1996-1998) para completar una maestría en Arte. Y, nuevamente en la Universidad de Barcelona (1995-2001), obtuvo el título como doctor en Bellas Artes.
Desde 1996 Londres es su lugar de residencia. De allí, el artista de origen catalán subraya los altos niveles de tolerancia. Sin embargo, extraña la calidez y la familiaridad del venezolano. Por ello, viaja regularmente a Caracas, para reencontrarse con su historia, su gente. Sin embargo, desde lejos, siempre está atento a lo que ocurre en Venezuela.
«Todos los días escucho radio, leo la prensa. Muchas muchas veces me he preguntado si la abstracción que yo hago está reflejando algo. Pero no intento meter temas, intento meter cosas para exposiciones, para proyectos particulares, pero es realmente difícil», dijo sobre la distancia.
Su primera exposición individual fue en 1995, en Barcelona, España. Y, desde ese momento no deja de presentarse en galerías de Miami, Nueva York, Zurich, Bogotá, Caracas, Porto, México D.F. y otras más tanto en muestras individuales como colectivas. La suma de exhibiciones supera la centena. Y sus obras pertenecen a importantes colecciones alrededor del mundo. Entre ellas, el Guggenheim de Nueva York; la Saatchi Collection en Londres; United Kingdom National Collection (Reino Unido) y en la Patrimoni Universitat de Barcelona. También, en Venezuela, la Colección Cisneros y Banco Mercantil.
Tres preguntas
-Desde 1996 vive en Londres, ya casi 27 años, ¿cómo es su relación con Venezuela?
-Antes éramos un tejido, pero ahora como que nos lo desenredaron todo. Aún hay gente que guardamos un hilito de algo que éramos. Y yo creo que no lo soltamos. Lo que yo sí sé que hago es mantener un hilo de una cultura, de una tradición; la manera de ver abstracta que tiene este país muy importante. Ahora somos varios que tenemos hilitos sueltos: la instituciones, artistas, escritores. Algún día podremos volver a tejer eso.
-¿Qué siente cuando pinta?
-Lucha, duda, voluntad de que la abstracción pueda significar cosas sin tener una figurita o una palabra.También es libertad porque como uno la tiene cuando está pintando, tal vez como espectador te la da de vuelta. Yo veo mi pintura como un camino, un poco a lo Mondrian. A veces pinto y se ven como raras, esas son las pinturas que uno guarda y las pone así contra la pared como un poco asustado. Y lo que pasa es que están un poco adelantadas al carril de ideas. Uno tiene que hacer dos o tres pinturas que vayan desde esa para sentirse tranquilo. No es que la pintura de repente se se vuelva aceptable, es tu camino y se acepta. No sé si eso coincide con otros pintores. Yo tengo todo el material muy ordenado. Eso es como una recomendación para los artistas, si me lo pides: tengan todo ordenado.
-¿Referentes?
-Mi papá, Picasso, Otero, Soto, Cruz-Diez. Pero si los vas a mencionar, hay que decir que de Soto justamente tomo el error en algunas obras. De Cruz-Diez agarro -así con pinzas- algunas relaciones de color. Y de Otero, lo mejor es su voluntad de cambio. Otero terminaba una cosa y empezaba otra completamente diferente sin ningún remordimiento.
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