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La única manera de olvidar la belleza. Anotaciones sobre la extraña insomne de Luz Machado

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Por GINA SARACENI

Crece el cuerpo en el campo

fecundo de la estrella

Y el infinito esconde su luz

en nuestra lengua.

Luz Machado 

Entre los años treinta y setenta del siglo xx aparecieron en la escena poética venezolana un conjunto de escritoras que visibilizaron —en un medio gobernado por el verbo patriarcal y autoritario de los hombres— otras concepciones de la palabra, el cuerpo, el deseo, la  mujer, la naturaleza.

Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño, Olga Luzardo, Luz Machado, Emira Rodríguez y Miyó Vestrini son solo algunas de las autoras que agitaron la imaginación poética de esas décadas, al soltar sus lenguas para subirle el volumen al canto hasta volverlo un escándalo de sentido y de forma, capaz de perturbar las lógicas de comprensión dominantes.

De esta estirpe de voces disonantes que alteran el archivo poético venezolano por medio de sus proyectos estéticos y políticos, quiero detenerme en la figura de Luz Machado: poeta, ensayista, diplomática, dirigente del Movimiento Feminista Venezolano y participante activa de la vida literaria de su tiempo. Publicó su primer poemario Ronda en 1941 y, hasta finales de los noventa, su obra fue creciendo y alimentándose de sonetos, poemas largos, diálogos, cartas, crónicas, semblanzas, testimonios, conferencias.

De su vasta producción poética y en prosa que debería recibir mayor atención de parte de la crítica, hay dos libros fundamentales: La espiga amarga [1950] y La casa por dentro [1965], reeditados por la Fundación La Poeteca en este volumen donde se encuentran juntos como «gemelos», como órganos complementarios de un cuerpo poético que hace de la transfiguración y la indistinción el eje de su apuesta estética.

La poesía de Luz Machado construye un universo donde el intercambio, el contacto, la mixtura, la implicación entre materias pertenecientes a diferentes reinos —humano, animal, vegetal, mineral, atmosférico, mítico, entre otros— constituyen la principal operación de su escritura. En este sentido, el límite que separa los cuerpos en especies reconocibles y distintas es lo que Machado desarticula al usar la palabra poética como un flujo que propicia el encuentro entre las cosas del mundo y su transfiguración. Se trata de una energía circulante donde la vida se manifiesta incluso cuando es la muerte la experiencia que se busca representar. De allí que Machado plantee a la naturaleza —tempestad, mar, bosque, río, tierra— como un espacio de la germinación proliferante incluso cuando es la destrucción su mayor manifestación. En este sentido, la misma palabra que pertenece al mundo de los hombres y a la esfera de la cultura se desintegra  al entrar en este universo de ecos, resonancias y correspondencias no predecibles, donde se vuelve un sonido indistinto que no busca nombrar, sino más bien des-nombrar y sacar de las lógicas del sentido aquello que dice: «Jardines, casas, campos y caminos / corren la misma suerte de los hombres».

La espiga amarga es un libro donde una voz femenina se transforma en la medida en que se escribe. El mar es el espacio convocado —«un mar tranquilo y tierno entregando su pecho / en esa resbalada pasión sobre la arena»— y el agua, el elemento: experiencia de inmersión, creación, 134 transformación donde lo surreal, lo absurdo, lo incomprensible  conviven con lo cotidiano y lo ordinario, dando lugar a un sensorio diferente al impuesto por la lógica dominante.

Aquí la voz poética «convoca una reunión de hormigas, / una cita con sus señales de tormenta / para aprender a guarecerme en una hoja. / Pregunto a los venados / si el estío hizo duras / las vides de sus cuernos», visibilizando una alianza y cooperación entre clima y animal que propicia un aprendizaje y un nuevo conocimiento. La guarida en Machado es «la casa de piedra junto al mar», pero también es la entraña —de la tierra, del mar, del crepúsculo— donde la poesía reconoce otro orden de las cosas que abre paso a la interpelación, la repetición, el polisíndeton como formas de la duración que busca mantenerse como un gerundio que renueva su inconclusión.

La pregunta por la palabra atraviesa el libro de principio a fin: «Su profundo relámpago se alza de la entraña / y perdura en su flor amorosa, intangible/detrás de nuestra voz»; la palabra como materia del mundo, que emerge de la experiencia de inmersión y complicidad con la realidad, porque «decirlas […] es descubrirnos vivos / porque si enmudeciéramos / romperían la garganta con su acervo de miel / de espuma, de esperanza». También la palabra cuyo valor radica en su capacidad de tocarnos el corazón: «Pero nada vale decirlo si no duele: / amor, palabra, estatua, mujer, árbol, poema».

La espiga amarga apuesta por construir un espacio de convivencia donde «todo sea de todos»; un bosque donde la intensidad de los elementos —agua, fuego, aire, tierra— cante la promesa de la renovación y la metamorfosis e interpele a todo lo viviente.

La casa por dentro es un libro sobre la problemática femenina encarnada en la figura de una heredera de la tradición patriarcal —esposa, madre, hija— donde la misma pertenencia y aparente complicidad con el sistema familiar y genealógico fisuran el orden del hogar para abrir espacio a múltiples fugas de esos roles impuestos. Un libro que reúne poemas de 1946 a 1965 y donde —como dice la misma Machado en la introducción— aparecen «todas las cosas de ese mundo íntimo y específico del Ama, la Dueña de casa, en trato inmediato y continuo con los objetos que la rodean. Por supuesto, también los sentimientos, la anécdota cotidiana, las emociones».

Aquí a la casa material, reino de lo doméstico, de la memoria familiar, de los objetos [engrapadora, álbum familiar, florero, aguja, tijera, llaves, escoba, máquina de escribir, antena de TV, entre otros], de la rutina y el patrimonio, le corresponde otra casa interior, «por dentro» [«Tan ambiciosa es la vida cuando la Poesía la reclama para ella como una casa por dentro»]: la casa de la escritura como cuarto propio, que se hace con el legado de «la filosofía de la cocina» de Sor Juana Inés de la Cruz [epígrafe del libro]. Un legado que apuesta por el acto de cocinar como acción creativa, donde se observa la transformación de la materia en la medida en que esta se cuece y donde el ama de casa es la poeta que experimenta y crea otros sabores y mezclas. Casa que se hace con las dos manos, casa que se amasa, casa que se escribe y casa 135 escrita, casa que se habita en su contra, deshabitándola; casa-entraña- matriz-escritura que contiene tanto el pasado y sus materias intestinas [«tengo el corazón cansado / de correr detrás de las escobas»], como el presente y futuro como tiempos de la acción, el cambio, la resistencia, la disidencia, la renovación.

Este libro puede leerse también como una historia de la mujer [venezolana y no solo] asociada históricamente al reino del hogar y a su genealogía que, para adquirir su voz —la posibilidad de hablar, de escribir, de desobedecer, de decir que no, pero también de amar y de «hacer» el amor según sus necesidades y deseos— tiene que buscar en la entraña de su garganta una lengua para limpiar los desperdicios, la basura, «el polvo sobre las cosas / sobre una misma» e inventar otro performance de su hacer mujer que le permita un repertorio de acciones más inclusivo, plural, elástico, que incorpore también otros modos de hacer sonar el deseo y la poesía: «Entiendo ese quererlo todo ya vencido. / Es la única manera de olvidar la belleza».


*Pequeña lámpara gemela. Luz Machado. Autores de textos en forma de epílogo: Gina Saraceni, Reynaldo Cedeño Serrano, Yolanda Pantin/Ana Teresa Torres, Arturo Gutiérrez Plaza, Rafael Arráiz Lucca. Fundación La Poeteca. Caracas, 2023.

Luz Machado en diálogo con Juan Liscano en 1949

¿Con este viaje cree encontrar usted un ambiente más propicio para la creación?

—La creación poética es un fenómeno que se produce en cualquier circunstancia geográfica o espiritual, cuando se es poeta. Aquí en mi país, como en cualquier otra parte, siento que podría crear poesía.

[…]

En torno a usted parecen amontonarse signos cabalísticos

y extrañas predicciones. Se llama usted Luz, nace el día de un eclipse y viene de una tierra donde la leyenda situaba El Dorado. Hábleme un poco de su infancia, de lo que recuerda, de su tierra natal. Quisiera situarle mejor en mi sentimiento. 

Sobre el rostro de Luz pasó como una sombra remota, apenas perceptible.

¿Memorias del ayer? ¿Presencias de hoy?

—Lo que usted quiere es que le trace el mapa de mi vida. Tendría que hablarle de un mundo que tiene por cuatro puntos cardinales al Norte, el Orinoco; al sur, la Selva; al Este, el Sueño; al Oeste, —hizo una pausa lenta— el Otoño que me llega…

Al Norte, el Orinoco y la Esperanza. Al Sur, la Selva y la Soledad… siga usted, siga.

–Dijimos: Al Este, el Sueño, la Poesía…

Siga preguntando o contestando, al Oeste…

—No quisiera…

¿Por qué?

—Por el Otoño.

Preferiría que se lo dictara.

—Quizás.

Y su voz, honda, trémula, húmeda de resonancias delineó las palabras en medio de la penumbra naciente:

—Al Oeste, esta interrogante que me llega dorada en el umbral de un otoño ebrio.

En «Entrevista a orillas de un viaje». Lecturas de poetas y poesía, de Juan Liscano. Academia Nacional de la Historia. Caracas, 1985.

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