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Por un cine que exponga el desfalco

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Pdvsa ha sido desfalcada, como nunca antes en su historia. Por ende, el tema demanda una interpretación desde nuestra columna dedicada al cine.

¿Qué tienen que decir las películas, los largometrajes y la industria en general, sobre el escándalo de corrupción de la última semana?

Mucho y a la vez poco. Me explico.

De forma directa, el tema del mayor robo del milenio no ha sido abordado como corresponde por un problema serio de censura en el país.

Puedo recordar, sin embargo, que existen casos aislados como el de Nuestro petróleo y otros cuentos que intentaron denunciar la génesis del cáncer que ahora hace metástasis, llevándose por delante a las cabecillas de un grupo de poder.

Luego, dichas piezas audiovisuales sufrirían las consecuencias de siempre: la condena oficial, el silenciamiento, el ninguneo, el ostracismo, la lista negra y el olvido en una gaveta, en un archivo desconocido.

Por igual, debemos reconocer que el lenguaje documental asumió el compromiso de exponer el desastre que se avecinaba e instalaba, con títulos valientes de la talla de El pueblo soy yo: Venezuela en populismo, La peste del siglo XXI, Érase una vez en Venezuela y El amargo legado de Hugo Chávez, filmes que llegaron a una audiencia de oposición y resistencia al régimen, gracias a la libertad que conceden las redes sociales y plataformas alternativas como Youtube.

A propósito, el Estado procuró sabotear el pase de los trabajos citados en universidades como la Simón Bolívar y la Central, amenazando a sus promotores con represalias y la prohibición del contenido, considerado subversivo por las autoridades incompetentes del sistema rojo.

De permitir la difusión de semejantes investigaciones, de incentivar su discusión pública, posiblemente se generaría conciencia alrededor del asunto, con el fin de atajar catástrofes futuras.

Pero el socialismo prefirió omitir cualquier debate serio, fingir demencia, deslegitimar el oficio digno de informar, para mejor invertir en chatarra de propaganda.

Paradójicamente, así la caja de Pdvsa terminaría por fondear una serie de películas y series, de usar y tirar, que se utilizaron en diferentes campañas, desde la razzia cultural que vino después del 11 de abril.

Ahí el cine no cumplió su papel. Por el contrario, fue pragmático para bordar trajes al gusto de la hegemonía comunicacional, narrando falsedades épicas de centauros a caballo, que endiosaban el culto a la personalidad de la camarilla reinante.

Un dinero importante también se perdió en la intrascendente sobreproducción de guisos bolivarianos, peor cocinados y distribuidos en las parrillas de las salas, cuyos espectadores decidieron castigar con el látigo de la indiferencia, afectando el devenir de la marca del cine criollo, rayada por su seguidismo y condescendencia ante la fuente del despilfarro.

Por fortuna, realizadores del relevo y de la vieja escuela, dentro y fuera del territorio, optaron por tomar el toro por los cuernos, enfrentándolo con sus propios recursos.

Al respecto, cabe citar los aportes de Carlos Caridad, Hernán Jabes, Jonathan Jakubowicz, Tuki Jencquel, Laurence Debray, Carlos Daniel Malavé y otros tantos, quienes relatan la crisis de una república agrietada, polarizada, traumada por la depresión que dejó el asalto al erario público.

En tal sentido, un filme como Jezabel cobra vigencia, al retratar sin misericordia la degradación del privilegio, la banalidad del mal de unos chicos que son el resultado distópico de la falta de valores.

Del mismo modo, el díptico satírico de Las aventuras de Juan Planchard consigue una cámara de eco, frente al actual caos que desborda a Maduro, por cohonestar el latrocinio como bandera de una corte de nuevos ricos.

En un hipócrita ejercicio de mea culpa, el ciudadano ideal que diseñó Nicolás debe rendir cuentas ante la justicia, debido al impune saqueo de las arcas nacionales.

De tal manera, normalizaron el fiasco de creernos una potencia, una cosa que no somos, bajo una pantalla de derroche, obscenidad y ostentación pornográfica del lujo, en una fila de restaurantes incomprensibles y Ferraris de origen dudoso, trastornando a la población con un estilo de vida, con una mentira aspiracional, que no es viable ni entendible fuera del lavado.

Estimo que el cine venezolano, como en los setenta y ochenta, volverá a contar nuestras desgracias, para hacer catarsis y evitar que el drama se repita.

Por lo pronto, vamos con retraso a la cita, una vez más, prolongando el círculo vicioso.

Chicos y chicas, mejor tarde que nunca.

Usen la metáfora, el arte, la alegoría o la reflexión acerca de la realidad.

Cualquier contribución será de agradecer en el juicio de la historia.

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