Quaderno de Brasilia (Ediciones Grupo Tei, 2014) apuesta por el futuro de Brasil, brindándonos un recorrido a través de su historia, el sentimiento de sus habitantes y la poesía. Sin duda, es un libro lleno de asombros, de esa luz que acaricia las tierras del hemisferio sur junto al sonido cadencioso de las aguas de un lago que, inevitablemente, nos convidan a la reflexión.
Los dibujos de Gustavo Enrique Rojas que acompañan al texto poético, recrean un urbanismo en perfecta armonía con el paisaje natural. Tal vez, la memoria no pueda mantener distantes las creaciones de Frank Lloyd Wright, en particular la famosa “Casa de la Cascada” y “Taliesin West”, hogar del propio arquitecto a veintiséis millas de Phoenix (EUA). El uso de materiales disponibles en el lugar permitió, en palabras de Wright: “lograr todo junto con el paisaje”, respetando al máximo las líneas bajas, largas y arrolladoras de Arizona.
En el terreno de la palabra, Horacio Biord amalgama los recuerdos de una noche de pasión con el sencillo fluir de las aguas que se erizan y vienen a expirar describiendo conos de espuma en las orillas del lago. Toda pasión no puede durar mucho sin desvanecerse pero, en todo caso, el creador, el artista, preserva con impecable maestría el instante que reunió a los amantes mediante el verbo.
Quaderno de Brasilia es un libro que nos conecta con la atmósfera de un lugar que existe no solo en el plano físico de lo natural sino en la mente del poeta. Deambulamos por planicies, damos cuenta de raudales y cascadas que horadan el verde exuberante del paisaje, sentimos el viento que juguetea con el frío de la madrugada en una especie de viaje iniciático donde el hombre tiene por destino descubrirse a sí mismo. Tal vez, el entorno actúa como un espejo que refleja las luces y las sombras de la condición humana.
Al leer “Dicen que no había nadie” (pág. 27), la mente se puebla de referentes. En primer lugar, el libro del Génesis; “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gen 1, 1-2). Pero, en mayor medida, aparecen también fragmentos del Popul-Vuh, considerado como la biblia de los mayas, donde se relata la inexistencia del mundo hasta que el Gran Hacedor decidió generar la vida como la conocemos. “No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques, solo el cielo existía”. El poema de Biord nos cuenta, entonces, una historia donde el vacío primigenio es llenado por seres venidos de afuera llamados a construir una ciudad que es un cuerpo dotado de movimiento, de sueños, de ilusiones y de castillos.
De nuevo, gravitamos alrededor de dos urbes, aquella de muros de concreto y argamasa, y otra, quizás la más trajinada por el texto poético, formada por las voces, por los silencios, por los fantasmas de sus habitantes. Porque: “Morar no es solo estar / vivir / recorrer / Morar es aferrarse”. Sentirse parte de algo que va más allá de los paredones y las esquinas recorridas por el viento. Con el paso de las páginas, sentimos cómo esa ciudad tiembla, oscila, muere por las noches y renace cada madrugada, en una feliz alegoría de la vida.
Al final, También los hombres son ciudades, como bien lo intuyera Oswaldo Trejo en esa impecable novela de 1962. Horacio Biord coloca punto final a su Quaderno de Brasilia con una oración. El viaje de la palabra no ha terminado sino que prosigue cada mañana con las corrientes de un río, de la mano de los hombres y mujeres llamados a poblar esa tierra mágica impulsados por el dedo creador de Dios.
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