El régimen anda en modo conspiración. Dicen haber develado una nueva. Lo que se sabe es que quiere implicar a María Corina Machado –¡otra vez!– en la patraña. Pero, ¿qué pasa dentro de la Fuerza Armada?
Repito lo que decía Ramón J. Velásquez: si usted quiere saber lo que pasa en los cuarteles, no tiene que estar dentro de ellos; para saberlo, basta estar al corriente de lo que pasa en la calle. El hambre, el descontento, la falta de medicinas, el hastío por la inseguridad, la rabia por las persecuciones, la ausencia de porvenires, es lo más cívico-militar que existe. Allí no hay diferencias. Tal vez, agregaría que, como los militares viven espiados por los cubanos y las estructuras de inteligencia, sus rabias contenidas deben ser más rabiosas que en otros ámbitos.
Hay más en esta oportunidad. El régimen ha detenido a decenas (¿centenas?) de militares. Ha buscado a sus familias como rehenes si no se presentan, ha torturado, ha incriminado y, seguramente, tiene “confesiones” en las que dice que el propio Donald Trump está en la movida. Sin embargo, a partir de las razias recientes el régimen ha guardado cierto silencio. ¿Por qué? Porque teme admitir que la institución a la que dice haber consentido, “el pilar de la revolución”, con todo y “la casa de los sueños azules”, experimenta la rebelión que hay en la calle.
Está obligado, entonces, a convertir la rebelión militar generada dentro de la institución en una rebelión promovida por civiles, inducida desde afuera. Para tal propósito ha escogido de nuevo a María Corina Machado. La maniobra no por astuta deja de ser transparente: no; no son los militares que están en rebelión, sino que una mano externa y maligna mece la cuna. Queda, de todos modos, la pregunta de por qué insisten en asociar a la líder de Vente en la farsa. La respuesta es también simple, pero no se atreven a darla: es una dirigente que les habla a los militares desde hace varios años de manera abierta, pública y notoria. Se ha solidarizado con ellos y sus familias cuando los han perseguido –como ahora–, les habla de su deber constitucional e institucional, les exige apego a la legalidad y los conmina a no ser parte de la nauseabunda operación cubana de control sobre Venezuela. Y también dice lo que aquellos no pueden decir abiertamente.
El aprieto en que se coloca esta revolución macha y cuatriboleada, vergataria y charrasqueada, es que confiesa que una mujer, sí, una mujer, se perfila más comandante que quien pretende ejercer con ilegitimidad sobrada de comandancia en jefe. ¡Ay, Pimentel! ¡Ay, Maduro!
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