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La palabra de don Mario

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Mario Briceño Iragorry

“¿Qué somos? ¿Cuál, en razón de ese ser, es nuestro deber común? ¿Qué hemos de hacer para llegar a la raíz antigua que ha de proyectarse en el porvenir?”, se preguntaba don Mario Briceño-Iragorry cuando su Trujillo natal cumplía 400 años. Esa pregunta está vigente no sólo para la ciudad andina, sino para el país, y ahora es más apremiante cuando transitamos una radical transformación con el colapso de la Venezuela rentista, estatista, centralista y autoritaria.

Todas las señales están a la vista en una sociedad agotada, una economía en ruinas, la salud precaria, le educación un desastre, la infraestructura abandonada, los centros poblados desolados y un gobierno inútil, de que este régimen ya no da más, y que es necesario ir a un cambio que no puede ser de ninguna manera superficial o meramente cosmética.

Los venezolanos debemos plantearnos las preguntas poderosas que nos orienten al encuentro de los caminos correctos, los que conducen al ejercicio de la libertad responsable, la democracia útil, la justicia correcta y oportuna, el equilibrio dinámico entre sociedad y Estado, la economía humana y una elevada densidad de “capital social” es decir confianza y solidaridad.

Es la hora de escucharnos, no sólo a las mujeres y hombres de hoy, a los expertos en desarrollo integral y sostenible, a la gente sabia que puede orientar, sino también a los que en los tiempos en que Venezuela se asomaba al desenfreno populista y materialista, advirtieron los peligros de no avanzar por los caminos de la modestia, del desarrollo humano, de una mayor autonomía y sensatez.

Toca a las generaciones de hoy el “darse cuenta” del tamaño de los desafíos que enfrenta la nación, las alternativas que existen en el horizonte, los rumbos que señalan los países exitosos que les brindan a sus ciudadanos mejores niveles de bienestar. No el consumo desbocado de una sociedad opulenta y derrochadora, sino la satisfacción de las necesidades humanas con el consumo adecuado, en medio de un sistema de respeto y confianza.

El grado de bienestar de una nación se debe medir fundamentalmente por la confianza entre sus habitantes y sus instituciones, que le hacen contar con una economía sana, habitantes saludables y educados, un gobierno responsable y la infraestructura apropiada para que todo funcione. Los países que encabezan los índices de desarrollo humano, como los países nórdicos o aquí en Latinoamérica Uruguay y Costa Rica, que nos dan lecciones sobre las estrategias a seguir en los caminos de construcción de sociedades de bienestar.

No son los edificios y las carreteras los que marcan el desarrollo de un país, son sus habitantes y las formas en que se relacionan entre sí, entre sus organizaciones, entre sus instituciones, las maneras cómo conversan, realizan acuerdos y los procedimientos para dirimir sus diferencias. Ya con la libertad, la democracia, el Estado de Derecho y el capital social vendrán la economía, la infraestructura, la salud, la educación, el ambiente sano y todo lo demás.

“Jamás ha sido rendido quien tiene la voluntad de vencer”, afirmó don Mario Briceño-Iragorry. Los venezolanos debemos tomarle la palabra.

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