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Luis Alberto Hernández: “He venido trabajando con una trama de símbolos de un gran poder evocador”

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Por ELSY MANZANARES 

Abrir nuevos rumbos de la vida interior a través de los símbolos es quizás una lucha contumaz con la realidad que queda raptada en el imaginario. El símbolo es, al igual que la palabra, una figura literaria, solo que abstracta y silenciosa, también más difícil de desentrañar, ambos elementos habitan en la obra del maestro Luis Alberto Hernández dialogando desde la conciencia no-local ―esa que pertenece al universo― y dando un espacio magistral a la espiritualidad que la colma.

Conversar con Luis Alberto Hernández es adentrarse en su sendero de humildad, es saber que para él pintar es una meditación en movimiento, es orar, pero cuando se ha comprendido el valor intrínseco de la oración, siempre abierto a escuchar esas voces secretas que lo guían y lo llevan a sus batallas interiores, allí donde el dolor alberga.

El simbolismo en el arte impone creatividad, imaginación, sufrimiento e intuición. ¿Qué escuchas en ese profundo silencio de tus símbolos?

«En los ámbitos simbólicos que constituyen mi práctica artística, palpita el misterio de un poder trascendente que está más allá de cualquier percepción sensible. He venido trabajando con una trama de símbolos de un gran poder evocador que pueden movilizar nuestro mundo interior, psicológico y espiritual. Gracias a la conciencia intuitiva del papel que juegan en nuestra vida interior, y a su consonancia con nuestras emociones, toda esta simbólica de la obra nos permite escuchar ese susurro de lo eterno que nos recoge en nosotros mismos, que intuimos como una fuerza real, como un poder misterioso que trasciende la naturaleza humana».

La obra de Luis Alberto Hernández pareciera que evoca símbolos religiosos, por ello muchas religiones se sienten identificadas en su obra, no obstante, nos dice que «su obra intenta ser imagen de algo que trasciende el nivel de sus formas; por eso esta obsesiva aspiración de religar mi trabajo con contenidos numinosos olvidados. De esta actitud ante el misterio se derivan sentimientos de veneración ―nos cuenta el artista―, encantamiento y humildad ante la realidad.

»Como ha dicho Leonardo Boff, «esto no es solo el privilegio de algunos bienaventurados, sino que es una dimensión de la vida humana a la que todos tienen acceso cuando descienden a un nivel más profundo de sí mismos; cuando captan el otro lado de las cosas y cuando se sensibilizan ante el otro y ante la grandiosa complejidad y armonía del universo».

»Esta es la vía espiritual que se percibe en mi trabajo; una suerte de filosofía visual que plantea el problema de la intuición de Lo Sagrado. En la trama de su significación cada símbolo entraña un potencial espiritual, por cuanto trasciende la dimensión humana y sugiere cierta forma de trato con lo divino, pero no busca promover una u otra forma de religión. Se trata es del cuestionamiento frente a la duda fundamental que atraviesa nuestras existencias, la misma que ha constituido la experiencia perenne del ser humano en su necesidad de entender lo enorme, lo supremo».

Su obra está conectada a la espiritualidad, desde ese mundo sensible, filosófico, silencioso, contemplativo, con una realidad creada por él que no es más que todo un universo revelador de un pensamiento abstracto que traducido tanto en los textos, o más bien, las letras aisladas, como en los fondos dorados manchados ―a veces― por colores que divagan en su obra, en sus símbolos dejan en constante reflexión al espectador.

¿Cómo construye una atmósfera para sumergirse en ese mundo raro, distinto, silencioso…?

En mi caso, la realización de la obra requiere de la creación de una atmósfera propiciatoria del tránsito hacia esa zona indecible donde germina la obra. Inmerso en esta situación ritual, la emoción puede llevarme a percibir el influjo de un resplandor sereno, una fascinación que recoge el alma; estas experiencias afloran debido a la intuición, que te abre a percepciones extraordinarias; otras veces puede suceder por la intensidad de la entrega al momento de fraguar la obra, una suerte de éxtasis místico capaz de suscitar una tensión espiritual en el instante de la creación, donde se da una ruptura con la percepción habitual del tiempo. Percibir ese estado intemporal en que acontece la obra supone el atisbo de una conciencia de unidad con la Totalidad a que pertenecemos. Al menos así me gusta imaginarlo.

En Luis Alberto Hernández palpita un imperio de emociones que él traduce a través de sus símbolos, creándolos o escuchándolos desde una conciencia inteligente no local, como lo señalara el neurocientífico Manuel Sanz Segarra cuando habla de la creatividad. «Cuánto más espiritual es la persona y más consciente es de su conciencia no local, más intuitiva es».

¿Cree que el mundo va hacia la ruptura de ese paradigma que es la razón, o lo ves más como la amalgama razón-virtud-calma-emoción-espiritualidad?

Más que una ruptura hablaría de un reacomodo. Las respuestas que la realidad actual propone nos colocan a todos en el centro de un mundo escindido en el cual el deslumbrante alarde, cada vez más complejo y poderoso de la tecnología, nos produce sentimientos repartidos entre el entusiasmo y la preocupación. Sin embargo, esta época de vértigos pareciera anunciarnos que las transformaciones más decisivas que en la vida de la sociedad producirá la mayor revolución de la historia aún está por venir. En medio de este panorama cabe preguntarse: ¿qué papel habrán de jugar las religiones para recomponer la búsqueda de sentido en la situación cultural que vivimos? El camino interior conduce a la gran dimensión de la existencia humana, cada ser necesita evocar elementos de naturaleza espiritual, captar elementos del orden elevado, y cada quien encontrará una manera de conectar con esa energía superior, independientemente del ámbito que elija.

¿En su experiencia de creación hay sosiego, tormento o reflexión?

Realizar una obra de arte es para mí una experiencia única e irrepetible. Para ello es indispensable el sosiego, o la turbación interior, que otorgue a la obra el impulso que le da vida; es la condición necesaria para emprender el desafío de adentrarme en esa otra realidad, esto es, pasar del estado ordinario de la percepción al de situación artística: ese momento en que la revelación puede ocurrir; ese instante en que, como en un estado de gracia, tu ser asiste a su punto máximo de libertad, sumergido en su propia Nada, en comunión con lo esencial. Tu ser optando por las necesidades del alma; dejándose llevar por el propio ritmo del corazón, con todos los riesgos que esta decisión implica, para entonces, con temor, recorrer ese abismo callado que me reclama, guiado por una fuerza poderosa sobre la cual no tengo ninguna voluntad. Es así, con puntadas de intuición, con temores, devoción e inocencia como comienza la obra a entretejerse. Y aquí ya no hay más elección que reflejar tu trayectoria humana y espiritual en lo que hagas. Después reaparecerán el cansancio y la depresión».

Luis Alberto Hernández habita en esos espacios temblorosos e inciertos donde la melancolía, el dolor y el desencuentro entrañan el espacio para dialogar con su obra, con su lienzo dorado y sus letras en perfecto desorden conceptual convertidas en metáforas que hablan a todos y a ninguno, esas palabras que intentan atrapar la relación entre el hombre y lo sagrado, en ese infinito. Tema consagrado en su Libro de los orígenes, que reposa en la colección de la Biblioteca Alejandría en Egipto.

En la entrevista las palabras sosiego, sagrado, dolor, humildad y sufrimiento tomaron la batuta y el hilo conductor, ¿por qué?

Porque sé que la finalidad del sufrimiento en mi proceso creativo ha de ser su propia trascendencia y no su glorificación; por eso me esfuerzo en interpretarlo, en conocer su significado profundo, para penetrar en él y trascenderlo.

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