Apartheid, que no es otra cosa que separación en Afrikaans, variante sudafricana del holandés, y apareció oficialmente en Sudáfrica en 1944 y sirvió para designar la política de segregación racial y de organización territorial aplicada de forma sistemática en África del Sur, un estado multirracial, hasta 1990. El apartheid perseguía separar las razas en el terreno jurídico (Blancos, asiáticos, mestizos o Coloured, Bantúes o negros), estableciendo una jerarquía en la que la raza blanca dominaba al resto (Population Registration Act) y en el plano geográfico mediante la creación forzada de territorios reservados: los Bantustanes (Group Areas Act).
En 1959, con el Self Government Act el apartheid alcanzó su plenitud cuando la población negra quedó relegada a pequeños territorios marginales y autónomos y privada de la ciudadanía sudafricana. Hasta aquí el dato histórico de esa deleznable práctica que pugna ante la conciencia humana.
Pues, bien, resulta que en Venezuela vivimos en el pasado reciente una forma particular de segregación o separación que afectó a un sinnúmero de venezolanos, que habiendo ejercido en un momento determinado el sagrado derecho de manifestar su voluntad en un proceso refrendario, padecieron los males que conllevó estar incluidos en una nefasta lista «cuidadosamente» resguardada por un diputado. Lista que se diseñó con la macabra aprobación del aquel desquiciado milico golpista.
Debo advertir con la seriedad que me caracteriza, que aún no tengo la certeza de que la persecución, las restricciones y el acoso de las llamadas “lista tascón”, “maisanta” y la de aristóbulo istúriz” (minúsculas exprofeso), hayan dejado de aplicarse y de causar daños y perjuicios a todos los que pensamos distintos a eso que se halla aposentado en Miraflores.
El parlamentario de marras y su equipo representaron en su momento, mutatis mutandis, la raza blanca a la que nos referimos al principio, y nosotros, los venezolanos que integramos la infame lista, simbolizamos las razas que eran segregadas o separadas en Sudáfrica. Esa separación, esa especie de apartheid a la criolla que titula esta nota, impedía (o aún impide) a los alistados acceder a un puesto de trabajo, contratar con el Estado, incluso sacar una cédula de identidad, y quien lo tiene sufre el acoso como si de la espada de Damocles se tratara.
La conducta asumida por algunos personeros del gobierno no tiene explicación, pues no se puede negar el derecho a tener ideas propias, a disentir, a elegir, a revocar. Las personas, por el solo hecho de serlo, tienen derechos como seres humanos y como ciudadanos, hecho que se desconoce en la administración pública. ¿Qué hacer? ¿Cómo superar, cómo desaparecer de la faz de la tierra esa odiosa práctica de intolerancia política que relega y margina a tantos venezolanos? ¿Será acaso que ahora está prohibido pensar distinto?
Viene a cuento lo narrado porque el régimen ha anunciado un nuevo procedimiento para obtener la cédula de identidad, lo que de inmediato y con razón, ha causado alarma y preocupación en la ciudadanía ante tanta burocracia, tanta desfachatez en el ejercicio de la función pública y ante la posibilidad muy probable de que dicho trámite se convierta –como en muchos casos– en otro foco de corrupción.
Ante tales interrogantes y sospechas se impone la necesaria voluntad de diálogo, comprensión y reconciliación nacional que nos permita superar las diferencias y recuperar los derechos civiles y políticos conculcados. «Entiérrese la lista de Tascón» ordenó el oriundo de Sabaneta de Barinas; pero ese mandato no fue suficiente. Además, la verdad sea dicha, esa orden de enterramiento no se acató ni esperanzas hay de que se cumpla en medida alguna ninguna medida de rectificación.
En el propósito de reconciliación, de verdadero respeto a las libertades públicas y a los derechos humanos, y de ejercicio de reconocimiento del contrario y de tolerancia política, deben actuar muchos Nelson Mandela, mítico militante antiapartheid, quien tras pasar veintisiete años en la cárcel, ascendió a la Presidencia de la República de Sudáfrica en libérrimos comicios, y su admirable actuación política pacifista le valió el correspondiente Premio Nobel.
Por mi parte y por dicha, menos mal que poseo prueba de todos los actos de mi vida civil, incluso mi acta de nacimiento que riela en un registro en mi Barcelona natal. De modo que, llegado el momento, no tendré que andar como saltimbanqui de parroquia en parroquia, de prefectura en prefectura, ni de tribunal en tribunal para obtener la prueba de haber llegado a este pícaro mundo.
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