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El balón al pie de la mujer

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A estas alturas del siglo XXI, resulta insólito, por no decir absurdo, que el 8 de marzo de cada año se conmemore el Día de la Mujer y que el mismo sea dedicado a reclamar su participación igualitaria, sin discriminaciones que le afecten su vida dentro de la sociedad. Luego de muchos años de reclamo, se ha avanzado, desde luego, pero da vergüenza constatar que las personas del aún calificado “sexo débil” encaran obstáculos incomprensibles, se miren por donde se miren. Como creo haber escrito en otras oportunidades, el machismo todavía goza de cierta  salud, la suficiente para disponer del oxígeno necesario para persistir en la idea, cada vez con menos éxito, por fortuna, de que  la masculinidad debe vertebrar la sociedad.

El deporte en la antigüedad

El deporte existe, de diversas maneras, desde el principio de la historia humana. En las identificadas como antiguas civilizaciones se practicó, moldeado por ciertas normas, muy rústicas, que toleraban la violencia entre los atletas, al extremo de que, en el antecedente remoto del boxeo, por citar un caso, la victoria en una pelea se alcanzaba matando al contrincante.

Con relación al tema que pretendo abordar en estas líneas, un rasgo central del deporte fue, sin duda, su concepción como una actividad exclusiva para los hombres, mientras las mujeres eran dejadas de lado y no podían figurar ni siquiera como espectadoras de los eventos que se realizaban

El barón Pierre de Coubertin

El deporte moderno, el que con sus variantes, algunas nada menores, se ha mantenido hasta nuestros días, nació a mediados del siglo XIX de la mano del Baron Pierre de Coubertin, quien lo civilizó, según lo han señalado diversos estudiosos del asunto. Mediante la redacción de la Carta Olímpica dispuso su organización asumiendo las particularidades de las diferentes disciplinas, redactó un conjunto de normas articuladas en torno al principio del “fair play” y lo cobijó bajo el lema de que lo “importante no es ganar, sino, competir”, hoy en día obsoleto hasta en el espacio amateur, incluso en sus categorías infantiles, en las que el balompié comienza a asomar su rostro mercantil.

En lo que si no varió el deporte fue en su condición de actividad exclusivamente masculina. Sin que mediara recato alguno, y para que no hubiese lugar a las equivocaciones, Coubertin expresó lapidariamente, que “… el deporte femenino no es práctico, ni interesante, ni estético, además de ser incorrecto”. Y, por si fuera poco, agregó que “ellas solo tienen una labor en el deporte: coronar a los ganadores con guirnaldas”.  A partir de esta suerte de apreciación teórica, hubo de transcurrir un buen tiempo para que pudieran participar, apenas como parte del público. De esta manera, el deporte no hacia sino replicar y reforzar la masculinización característica de aquella época, dándole carta blanca al dominio de la virilidad.

Sin embargo, los movimientos feministas que han ido emergiendo en otros escenarios de la vida social han llegado también, aunque con retardo, al deporte. De a poco fue aceptándose la participación de las mujeres en las distintas disciplinas y lo ocurrido en el transcurso del presente siglo prueba que la huella femenina se ha profundizado.

Las cosas han variado, así pues, y se ha ido reduciendo la exclusión histórica de la que han sido objeto las mujeres, aunque todavía falta para poder hablar de condiciones que aseguren la plena igualdad,

El fútbol

Las palabras anteriores también abarcan, con sus especificidades, al fútbol, uno de los deportes que más ha dificultado la participación femenina, comparado con otras disciplinas (tenis, voleibol, natación, atletismo, basketbol….)

Las cosas han tardado en cambiar, la demora se mide en décadas, pero se le han abierto la puertas las modificaciones, sobre todo en virtud del esfuerzo que han realizado las propias mujeres, destruyendo o gambeteando las barreras colocadas por el “machismo ideológico”, edificado, pereciera, sobre el alto nivel masculino de los hombres.  Han logrado, así pues, ser tomadas en cuenta, pues no solamente conforman la mitad de la audiencia en los espectáculos más relevantes, como lo demostró el reciente Campeonato Mundial, celebrado en Qatar, sino que han entrado en la cancha en la mayor parte de los países del mundo y son muy pocos los que se lo tienen “prohibido”. Por otro lado, han proliferado las competencias femeninas, incluyendo varias copas mundiales, y se han establecido ligas internacionales y nacionales en diversas categorías, mostrando un panorama impensable hasta hace poco. Venezuela es un ejemplo de cómo ha evolucionado el fútbol femenino, tanto que me atrevería a señalar que a nivel internacional está bastante mejor ubicado que el de mis colegas varones.

Obviamente no todo es miel sobre hojuelas. El balompié femenino, también en nuestro país, no alcanza la importancia que se le brinda al masculino, tal como lo muestra el enfoque mediático. Los aspectos laborales marcan distancias enormes entre uno y otro sexo no sólo en los sueldos, en los que la brecha es espantosa, sino en los contratos, tan es así que ciertos analistas temen, por ejemplo, que se establezca la firma de contratos con cláusulas anti-embarazo. Por otra parte, los prejuicios no cesan de llover : que si masculiniza a las mujeres, que si es inconveniente para el cuerpo femenino y específicamente para la maternidad, que si hay disciplinas más acordes con su sexo, y por allí sigue la lista de objeciones, misma que termina recomendando que al fútbol femenino se le califique como un deporte “distinto”. Dicho sea de paso, Joseph Blatter, el inefable expresidente de la FIFA, llegó al atrevimiento de recomendar cierta vestimenta para las jugadoras, un poco más sexy y atrevida, con el objetivo de hacer los partidos más “atractivos”.

En síntesis y como se ha escrito hasta el cansancio, el feminismo requiere también que surjan nuevos modelos de masculinidad.

Harina de otro costal

(PsicoData)

Uno se da cuenta, sin tener que ser muy perspicaz, de que el suministro de información suficiente y confiable no es, precisamente, una fortaleza del gobierno actual. Las cifras se esconden, se manipulan, se inventan y se resignifican, con la intención de sustentar la idea de que “Venezuela se arregló”, haciendo énfasis, sobre todo, en los aspectos económicos. Por otro lado, uno también está enterado de que hay diagnósticos venidos desde algunos sectores que reflejan el mismo pecado, fotografiando al país desde la acera contraria a la del oficialismo.

Pero afortunadamente se encuentran al alcance de la mano otros análisis que cuidan su independencia, que nos brindan otra visión, más objetiva, de la realidad, y más parecida a la que siente el ciudadano de a pie, a través de su propia vida de cada día

Digo lo que digo a propósito de PsicoData, un análisis que calza en este último grupo de estudios, elaborado recientemente por la Universidad Católica Andrés Bello. El mismo busca mirar el paisaje nacional desde otro ángulo, distinto al económico, usual en los informes que llegan a nuestras manos. Como señalan sus autores, presenta un diagnóstico que corre la cortina y revela el país que somos desde el punto de vista psicosocial, identificando, midiendo y explicando 14 de sus dimensiones.

Un texto imprescindible, no hay duda. Nos amplía la visión del entorno en que estamos situados, mediante una radiografía que permite ver lo que sentimos como consecuencia de lo que vivimos.

Hay, pues, que tenerlo unas cuantas semanas en la mesita de noche.

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