Golpeado por escándalos de reputación, firmas de riesgo colapsadas y actualmente por la crisis bancaria internacional que ha generado la quiebra del SVB, Credit Suisse, el segundo mayor banco de Suiza por valor de mercado, atraviesa su peor momento en 167 años de historia, sin visos de recuperación.
Fundado en 1856, el banco con sede en Zúrich ha perdido alrededor de 30% de su valor en la bolsa de esa ciudad desde mediados de la semana pasada, en un momento en el que su propia crisis interna, cuyo origen podría remontarse a 2019, se ha entrecruzado con la más generalizada que atraviesa estos días la banca mundial.
Hemorragia en el libro de cuentas
La entidad encadena 2 años de pérdidas millonarias: en 2021 fueron de 1.572 millones de francos suizos (1.600 millones de euros), y en 2022 casi se quintuplicaron, hasta los 7.293 millones de francos (7.400 millones de euros).
Credit Suisse sufrió además el pasado año la retirada de liquidez por valor de 123.200 millones de francos suizos (126.000 millones de euros).
Entre los principales factores que explican estas pésimas cuentas destaca su exposición a firmas de riesgo que colapsaron en ejercicios anteriores, como el fondo de cobertura estadounidense Archegos o la firma angloaustraliana de servicios financieros Greensill.
Caos en la imagen
A los problemas financieros se suman muchos otros en torno a la reputación del banco, que han causado una amplia remodelación de la directiva en los últimos años.
En enero del pasado año, el entonces presidente de la entidad, Antonio Horta-Osorio, se veía por ejemplo obligado a dimitir por descubrirse que había viajado y asistido a un evento deportivo cuando se encontraba supuestamente en cuarentena durante la pandemia.
Su sucesor, Alex Lehman, fue recientemente investigado por el regulador financiero de Suiza, la Finma, a raíz de afirmaciones lanzadas por este sobre la situación financiera del banco que se pensó que podrían haber inducido a error a potenciales inversionistas.
Lehman afirmó en declaraciones a la radio pública suiza en diciembre que el banco de Zúrich estaba logrando un retorno de su liquidez, cuando este en realidad sufría una huida de capitales.
Objetivo de la prensa
También a principios de 2022 el banco fue objeto de una investigación publicada por un consorcio de medio centenar de medios globales que lo acusaban de haber guardado durante décadas fortunas de personas ligadas a la corrupción.
Esas fortunas incluían las de personas ligadas a la petrolera estatal de Venezuela, líderes de Medio Oriente o altos funcionarios de inteligencia de países colaboradores de Estados Unidos en materia antiterrorista, si bien el banco defendió que muchas de esas cuentas sospechosas llevaban ya años cerradas.
Mucho antes, en 2020, Credit Suisse se vio inmerso en otra polémica por el descubrimiento de casos de vigilancia ilegal ordenada por responsables de áreas a altos cargos de la entidad poco antes de ser contratados por firmas de la competencia.
Ello llevó entonces a la renuncia del entonces consejero delegado, Tidjane Thiam.
Reestructuración sin éxito para parar la hemorragia
La principal estrategia que ha lanzado el banco para intentar poner fin -por ahora sin éxito- a su crisis es el ambicioso plan de reestructuración iniciado en octubre del pasado año, que incluyó una ampliación de capital de 4.000 millones de francos (4.090 millones de euros), el despido de 9.000 trabajadores en todo el mundo y un recorte del 15% de sus gastos.
La ampliación de capital supuso que el Banco Nacional Saudí se convirtiera en el principal accionista de la firma, al invertir 1.500 millones de francos (1.530 millones de euros) en participaciones de la entidad.
El presidente del banco saudí, Ammar al Khudairy, aseguraba hoy en una entrevista que la entidad no aumentaría esta inversión, lo que ha contribuido al nuevo desplome en bolsa que Credit Suisse sufre en esta jornada.
Cambio de manos
Hasta la ampliación de capital del pasado año el máximo accionista era el grupo estadounidense Harris Associates, que abandonó el banco tras la ampliación de capital, ahora controlado en más de un 20% de su accionariado por inversionistas de Medio Oriente.
Tras la banca estatal saudí se sitúa la Autoridad de Inversión de Qatar (QIA), gestora del fondo soberano del emirato, con un 5,03% de las papeletas, y les sigue el grupo saudí Olayan, ligado a una rica familia del país árabe, con un 5% de las acciones.
Los muchos problemas que encadena el banco, protagonista de titulares negativos desde hace cuatro años, alientan los rumores de quiebra y de que se convierta en una suerte de «Lehman Brothers suizo», aunque la prensa económica nacional también baraja la posibilidad de que sea absorbido por su principal competidor en el país, UBS.
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