No es sino un pequeño tramo de carretera bajo la nieve, pero para ellos, migrantes haitianos, venezolanos, colombianos y turcos, Canadá es la última escala de un largo viaje de exilio. Algunos llevan pesadas maletas y otros nada más que una pequeña bolsa plástica, vestigios de su vida pasada.
Ansiosos de llegar, los migrantes aceleran el paso mientras bajan de un vehículo con la cabeza gacha para finalmente cruzar la última frontera de su travesía, la que separa Canadá de Estados Unidos, en la ruta entre Nueva York y Montreal.
«Deténgase, el paso en este punto es ilegal, si lo hace será arrestado», repiten policías de Quebec a los migrantes que desembarcan por grupos de día y de noche en el punto conocido como Roxham Road.
Entre los recién llegados, en medio de una fuerte nevada, algunos no tienen abrigos ni botas, solo ropa ligera y tenis. Las madres cargan a los más pequeños, con sus peluches asomando de sus maletas y carritos de bebé que se traban en la nieve.
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Solo los niños se ríen, fascinados por la nieve que ven por primera vez.
Con un pequeño morral a la espalda, Makenzy Dorgeville, que huye de la violencia de las calles haitianas, dice estar «muy contento» de llegar a Canadá luego de años en esta ruta. Un viaje que describe como una carrera de obstáculos que resume enumerando los 10 países de centro y Sudamérica que cruzó desde Brasil.
Como muchos migrantes, este hombre de 40 años y aspecto frágil, sabe que incluso si su solicitud de asilo es rechazada, Canadá no deporta a los haitianos.
Marcelo, también de Haití, de semblante curtido, dice «haber sufrido mucho en su país» por la violencia de las pandillas, mientras que Canadá representa la esperanza de una nueva vida.
Antes de que pasen la frontera, oenegés les distribuyen mantas, gorros y palabras de aliento. «Queremos que sepan que hay personas que los apoyan en su búsqueda de un lugar donde vivir seguros», explica Frances Ravensbergen, voluntario de «Créons des ponts» (Tendiendo puentes).
En concreto, luego de haber sido registrados por la policía, los migrantes son llevados al puesto fronterizo oficial más cercano para radicar una solicitud de asilo -entre el 50 y el 60% de estas son aceptadas-.
Inseguridad en aumento
Luego de unos meses logran un permiso de trabajo, los niños pueden ir al colegio. También se benefician de servicios de salud y son alojados en centros de asistencia o en hoteles durante el tiempo que dura el tratamiento de su solicitud.
Desde la reapertura de fronteras tras la pandemia, los flujos migratorios se intensifican en el mundo alimentados por la miseria económica y la creciente inseguridad en varios países.
Roxham Road es ahora un punto de paso conocido y en las redes sociales abundan los videos que explican cómo llegar y cuánto cuesta el pasaje desde la estación de bus más cercana en Plattsburgh.
En 2022, cerca de 40.000 personas llegaron de forma ilegal por esta vía, dos veces más que en 2017, cuando se registró el récord anterior, según la oficina de inmigración de Canadá. Y el invierno no desalienta a los que quieren pasar, solo en enero fueron más de 5.000.
Esta inmigración irregular es nueva para Canadá, un país de difícil acceso por su situación geográfica y que tiene una política estricta en materia de visas.
«La rapidez del sistema, entre otras cosas, es lo que motiva a las personas a venir. Del lado estadounidense, toma de cinco a seis años, incluso más, en comparación con dos años en promedio en Canadá», explica Stéphanie Valois, presidenta de la asociación de abogados en derecho de la inmigración de Quebec.
Los llamados a cerrar el Roxham Road se multiplican, pero Valois recuerda que en la «búsqueda de seguridad las personas están dispuestas a todo» y que Canadá, como país rico, tiene una responsabilidad. «Los demandantes de asilo atraviesan el Darién, no es la frontera lo que va a detenerlos», asegura.
Esta selva entre Colombia y Panamá «es un paso de gran dificultad físicamente, con montañas y mucho barro».
«Las personas que lo han cruzado quedan muy marcadas. Mis clientes me cuentan historias de terror, mujeres que han sido violadas, hombres golpeados y muchos mueren en esta ruta», relata la abogada de largo cabello gris y lentes redondos que ha consagrado su vida a defender a los demandantes de asilo.
«Si caes, mueres»
Esta parte del viaje sigue siendo un trauma para la haitiana Eli (nombre cambiado), que llegó hace poco y que la AFP entrevistó en Montreal.
«La selva es lo peor», admite la joven de largas trenzas y grandes aretes creoles en las orejas y que no pierde su sonrisa. «Vi muchos muertos en esa ruta. Una noche tuvimos que dormir al lado de los cuerpos», dice la mujer de 29 años, que atravesó este paso con su pequeña hija que entonces tenía dos años.
En medio de un camino angosto, los precipicios, los animales salvajes, «tú sabes que si caes, mueres», agrega.
Y la otra parte que todavía le da pesadillas a Eli, fue el paso a Estados Unidos, en especial, los centros de detención.
«¡Es una humillación! Nos prohíben incluso lavarnos, cepillarnos los dientes», explica al señalar un «trato inhumano».
Se espera que el tema del flujo de demandantes de asilo, en especial a través de Roxham Road esté en la agenda de conversaciones entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, durante su visita a Ottawa, el 23 y 24 de marzo.
Para Canadá, poco habituado a estos temas, la retórica de la inmigración va en aumento. Y cada vez más voces piden la renegociación de un tratado que estipula, como el acuerdo de Dublín en Europa, que los migrantes deben radicar su demanda de asilo en el primer país al que lleguen.
Pese a todo, la situación es bien diferente a la de Estados Unidos, estima Carolina, que huyó recientemente con su hija y menciona el racismo en Estados Unidos. Esta joven madre colombiana está feliz «de poder hoy simplemente salir a la calle sin miedo».
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