Nicolás Maduro y sus secuaces tienen miedo de ir a una elección presidencial porque pueden salir del poder y en consecuencia ser juzgados por crímenes de lesa humanidad —si son hallados culpables— en la Corte Penal Internacional de La Haya o, en su defecto, cualquier tribunal de la justicia universal.
Los factores democráticos tienen miedo de concurrir a la elección presidencial porque estaría diseñada para no ser libre, justa, competitiva y verificable. Continúan por parte del régimen los presos políticos, el bloqueo al canal humanitario y las inhabilitaciones a varios dirigentes desde hace más de seis años.
La gran mayoría de los venezolanos también tienen miedo. Además, sufren de depresión, ansiedad y ataques de pánico. Porque cada día son más pobres, desnutridos, dependientes de la dádiva que les impone la situación social inducida, más la hiperinflación y el desempleo. El mejor ejemplo son los 7 millones de venezolanos que han abandonado el país. Están huyendo como último recurso para preservar la vida, a pesar de los altos riesgos de la travesía.
Estados Unidos, la Unión Europea y el resto de los países que reconocieron el gobierno interino (2019 -2022) apoyan la elección presidencial como el mecanismo para resolver la crisis política en Venezuela porque la lucha es democrática. Apuestan por una salida pacífica que incluiría la resistencia no violenta.
Adicionalmente, busca la comunidad democrática internacional que el nuevo Poder Ejecutivo tenga legitimidad de origen. Y, además, cree que si las fuerzas opositoras se unen, Maduro será derrotado. Supone que las fuerzas democráticas venezolanas enfrentan un autoritarismo electoral y no una dictadura absolutista, al mejor estilo de la nicaragüense que el papa Francisco comparó recientemente con la “hitleriana”.
El reciente informe de Freedom House, «Freedom in the World 2023«, encontró drásticos descensos de la libertad —10 indicadores de derechos políticos y 15 de libertades civiles— en los últimos 10 años en Nicaragua (-32) y Venezuela (-24) . Los países con mayor caída en la región.
Entonces, ¿cómo la nación venezolana puede superar los miedos para la restitución de la democracia? Esos mismos miedos fueron los que paralizaron la búsqueda de la solución negociada en México.
Hace cinco días, Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional de Maduro y jefe de la delegación negociadora en México, mostró pánico cuando afirmó: “Mientras el candidato del PSUV —en alusión a Maduro— esté amenazado de muerte porque Estados Unidos ofrece por su captura 15 millones de dólares y el Estado venezolano tenga represados en el exterior 30.000 millones de dólares, producto de las sanciones internacionales, 60% de las cuales son mantenidas por el gobierno de Joe Biden, no habrá ningún acuerdo con la oposición para una elección libre, competitiva, democrática y creíble”.
Maduro, dos días después, quiso aclarar mostrando su miedo de no ser reconocido internacionalmente otra vez como un mandatario legítimo. Dijo: “Me vale medio lo que opine el imperialismo, la derecha o Europa del proceso democrático venezolano (…) en 2024 vendrán las elecciones presidenciales, el pueblo votará, elegirá y, el 10 de enero de 2025, el presidente electo se juramentará y seguirá el curso de nuestro país, en paz,
Por el lado de las fuerzas democráticas, el precandidato de Primero Justicia a la primaria, Henrique Capriles Radonski, advirtió este lunes que la elección presidencial (…) no será “papaya” sino muy compleja. “No la van a poner fácil. Estamos enfrentando una dictadura del siglo XXI, un régimen que unos días se comporta de una manera y otros días de otra”.
María Corina Machado, precandidata de Vente Venezuela a la primaria, afirmó ayer en el medio El Debate de España: “Mi propósito es recuperar la confianza y este proceso de primarias nos permitirá recuperar y reenergizar los vínculos con los aliados convencionales y no convencionales. (…) No estamos luchando contra una dictadura tradicional, sino contra una organización del odio y la maldad, que se ha dedicado a la destrucción sistemática e intencional del país”.
En ambos bandos está el miedo presente. El que lo gestione mejor superará al otro.
Por ahora, Maduro y sus compinches buscan paralizar al elector que no aguanta más la realidad de pobreza —más de 80% de la población—, motivando la abstención. Sabe que si lo logra somete a las fuerzas democráticas sin luchar. Si no lo logran, irán tras el encarcelamiento de los líderes opositores, acusándolos de terrorismo y conspiración o de incitar la injerencia extranjera en los asuntos internos. Como lo hizo Ortega en la elección presidencial de Nicaragua 2021.
Las fuerzas democráticas enfrentan el miedo alertando sobre el enemigo que enfrentan, una dictadura.
Cada uno de esos 7 millones de venezolanos que se fue del país afronta el miedo con un sueño: “Lograr un mejor futuro para él y su familia”. Es esa aspiración la que le da la valentía y el coraje para cruzar selvas y superar las adversidades. Esa visión debe ser materializada en Venezuela, donde hoy un altísimo porcentaje rechaza a Maduro y sus compinches.
Un sueño que se transforma en acción, en sintonía con los necesitados, los desposeídos, a través de un lenguaje sencillo y claro, “el bravo pueblo que el yugo lanzó”.
Viktor Frankl (1905-1997), psiquiatra, neurólogo y filósofo austriaco que sobrevivió a varios campos de concentración nazis —entre ellos Auschwitz y Dachau— determinó que los que superaron estos campos de exterminio fueron los hombres y mujeres que encontraron un propósito para seguir viviendo.
Si tenemos un “porqué”, siempre encontraremos un “cómo”. El porqué es el mismo del que ha migrado. El cómo empieza con las primarias y termina en la presidencia. Y la gran oportunidad es ahora, no en 2030.
Venezuela, un país con miedo.
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