A diferencia de Venezuela, donde gracias al “Socialismo del siglo XXI” recién se comenzó hace dos décadas a vivir la experiencia migratoria, Colombia tiene un largo recorrido como país generador de emigrantes. También de desplazados internos a causa de sus conflictos armados de larga data.
Sin embargo, el hecho de que a partir de 2017 el vecino país se convirtió, quizás por primera vez, en receptor de un fenómeno migratorio de gran escala, el de los venezolanos, nos había hecho olvidar esa tradición.
Pero algunos hechos noticiosos han vuelto a llamar la atención sobre el tema. Uno ha sido la presencia reciente de colombianos entre las nacionalidades que cruzan junto a haitianos, venezolanos, ecuatorianos y cubanos, el riesgoso paso del Tapón del Darién camino de Costa Rica. Y el otro, mucho más contundente, el comunicado de Migración Colombia, donde se informa que durante el año 2022 no regresaron 547.311 colombianos que salieron del país en el mismo período. Según los especialistas, la brecha más grande que se constata desde que existe ese tipo de registros. Lo que significa que de cada 100 habitantes al menos uno salió para no volver en el corto plazo.
La cifra es bastante significativa. Como lo cita Laura Pizano, columnista de El Espectador, en su artículo “Vámonos de aquí”, publicado en la edición del pasado domingo 26 de febrero, un Informe del Centro de Estudios para el Análisis de Conflictos, CERAC, explica que “el tamaño de la migración del 2022 fue 2.7 veces el promedio de nacionales que emigraron cada año desde 2012”.
Y hay otros dos datos interesantes ofrecidos por Pizano. El primero, que, según la División de Población de las Naciones Unidas, Colombia fue el país latinoamericano que más población perdió en 2022. Lo que es mucho decir si tenemos en cuenta que la migración venezolana es una de las más altas del mundo, junto a la de Siria, y por supuesto, en el presente, la ucraniana.
El segundo, refiere que entre enero y noviembre de 2022 la solicitud de asilos de colombianos en la Unión Europea alcanzó el mayor nivel desde 2014, fecha cuando comenzaron a realizarse los registros de modo sistemático.
Las causas de esta nueva migración que tiene como destinos prioritarios Estados Unidos, Chile y México parecieran no ser exactamente las mismas que movieron las altas migraciones de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado: el conflicto armado, las persecuciones políticas y la búsqueda de mejores ingresos y calidad de vida.
Hoy se supone que se mezclan diversos factores, de una parte, el estrés producido por la pandemia y, de la otra, por la violencia callejera y los efectos económicos de las protestas y paros ocurrido entre 2019 y 2021.
En un país absolutamente polarizado, los opositores al presidente Petro y el Pacto Histórico lo atribuyen al pánico e inseguridad que generan sus políticas económicas, el paquete de cambios legislativos radicales que se encuentra en discusión y el fracaso precoz del proyecto conocido como Paz Total. Mientras que Petro y sus seguidores, a la inversa, lo atribuyen al fracaso del gobierno de Duque y al capitalismo y el neoliberalismo que se supone han empobrecido y cargado de desesperanza a la nación colombiana.
Mientras tanto, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos acaba de presentar un preocupante balance, reseñado por el diario El Tiempo, domingo 5 de marzo de 2003, donde se demuestra con cifras un peligroso crecimiento en la violación de derechos humanos durante 2022, donde cada tres días mataron a un líder social, y a lo largo del año se experimentó un incremento de 17% del número de masacres y del 12% de desplazamientos forzados.
Mientras escribo esta nota, el país se halla emocionalmente sacudido por el secuestro de 79 policías de tropas especiales y el asesinato del subteniente Ricardo Monroy, actos cometidos por un grupo de campesinos enardecidos y la Guardia indígena –un cuerpo de seguridad que el presidente y su equipo han reivindicado– quienes protestaban violentamente contra una petrolera, la Emerald Energy, en San Vicente del Caguán. El hecho tiene aún más repercusión porque el Caguán en la memoria colectiva representa uno de los tantos escenarios míticos de los fracasos de las negociaciones de paz durante la presidencia de Pastrana.
De nuevo hay dos explicaciones, el gobierno dice que fue un “cerco humanitario” mientras que los adversarios sostienen que fue un secuestro. Para muchos colombianos críticos del gobierno, la humillación de la que fueron víctimas los policías, despojados de sus armas y uniformes, transportados por la fuerza en un camión de estaca, es una “tristeza país” responsabilidad del nuevo gobierno.
Mientras que, para el nuevo gobierno, los indígenas y campesinos están siendo manipulados por fuerzas oscuras que tratan de frenar el proceso de cambio emprendido por “el primer gobierno progresista en la historia de Colombia”.
La autora del texto Vámonos de aquí cierra su escrito afirmando: “La sensación de que todo es difícil en Colombia es permanente. Los titulares repetidos y la improvisación política no ayudan a superar esa angustia. Por más paces que se firmen, decenas de miles tienen razones para irse, que van más allá del conflicto y la economía”.
Independientemente de cuál de los bandos en pugna tenga la razón, o de si ambos presentan una parte de la verdad, para los venezolanos inmigrantes en Colombia, estas noticias de adioses y migrantes haciendo maletas para buscar una segunda oportunidad, remiten a un déjà vu.
Artículo publicado en el diario Frontera Viva
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