Los giros lingüísticos, las piruetas idiomáticas y los eufemismos oficiales dentro de la odiosa neolengua, como la ha llamado acertadamente el profesor Oscar Lucién, siguen en la intención y en los hechos de la barbarie roja gobernante, para enmascarar –sin lograrlo- el proceloso momento que vivimos, esa tragedia chavista trocada en pesadilla coloreada de un rojo alarmante que jamás ha debido posarse sobre el sino venezolano.
La peste cree que se cura sola; con sal pretende endulzar el café, con agua de charco lavar sus trapos sucios y con gasolina sus rojos pirómanos intentan apagar el fuego. Hoy el chavismo recurre a un elemento muy inflamable: el nacionalismo, cuya efervescencia puede provocar tales odios y crímenes que son actos de barbarie e indignos de la persona humana.
También apelan a la adoración del milico golpista, aquel megalómano que en mala hora encarnó la suma de todos los defectos morales del venezolano; con su consabida retórica aspiran seguir engatusando al pueblo y destruyendo lo que queda de país.
Luego de veinticuatro años de trágica experiencia chavista y sucesores, no hay nada que celebrar. Ni aniversarios de episodios sangrientos, ni gobiernos malos plagados de intrigas y desaciertos ni conmemoraciones de personajes que tanto daño nos causaron.
Más de dos decenios de atraso, persecuciones, corrupción y de terrible afán por destruir una nación, y las bases fundamentales que la sostienen. Pretender hacer un balance de este terrible período, es mucho para dejarlo asentado en este espacio; sin embargo, seguiré.
Solamente con el socavamiento de las instituciones, el control del Tribunal Supremo de Justicia, los magistrados agregados, el «Poder Moral», los tribunales, dicen muy poco o lo que dicen es muy mal del Estado de Derecho, que al parecer existe, pero que no sirve para nada.
Abundan las triquiñuelas que observarle al gobierno rojo rojito, revolucionario, socialista del siglo XXI, que servirían para darnos cuenta de la ambición inocultable de quienes llegaron al poder para nunca soltarlo. Lo dijo el difunto: «Esta revolución llegó para quedarse para siempre».
En la loca persistencia esa que pretende borrar la civilidad para imponer el militarismo, se atreven ahora a crear más “altos mandos conjuntos”, “comandos estratégicos operacionales”, la bendita “unión cívico-militar”, entre otras genialidades y militaradas.
Desde luego, con la recurrente invocación al milico golpista Chávez; pero es imposible imponer la imagen de un caudillo sobre la idea de democracia y de régimen de libertades públicas.
Yo siempre contra bando militar, de allí que no milite en lo castrense porque no me gusta militar. Por eso rechazo, civilmente firme, todo aquello que tienda a echar a un lado o desconocer los preceptos constitucionales que imponen el poder civil a cualquier otro. Tan violada la Constitución, que la pobre no puede parir más.
Aunque promuevan la violencia contra quienes protesten pacíficamente en contra de la pretensión continuista; aunque sea evidente el dominio que tiene la barbarie sobre los poderes públicos, entre otros despropósitos y desaguisados, en nuestras manos está la posibilidad de modificar ese estado de cosas.
Por su parte, los chavistas seguirán inventando golpes, invasiones y magnicidios, los mismos que pontificaban sobre la salud del enfermo terminal más sano del mundo. Ese que vive en cada andanza del hampa, cada gota de sangre derramada por inocentes, cada viudez y orfandad generada, en cada miseria humana.
Por si fuera poco, también se pasea orondo en cada agresión entre hermanos por comida, en cada camión que se saquea, en cada escasez hospitalaria, cada farmacia desabastecida.
Sin más vueltas, y sin eufemismos, ni malo ni pésimo, el de Chávez ha sido el peor gobierno de toda nuestra historia republicana, y la usurpación le pisa las patas, con un miserable que sigue convenciendo a un pueblo noble e inerme, escaso de talento para que no advierta la verdad.
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