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La salida del régimen: ¿votos o botas?

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La actualidad del régimen

Después de 23 años de revolución bolivariana el inventario de los esfuerzos de la oposición para lograr un cambio político en Venezuela no ha sido favorable. Los resultados han sido negativos a través de todas las vías desarrolladas. De orden electoral o de naturaleza violenta, es un palmarés francamente desolador en esa relación de descalabros y reveses que pudiéramos iniciarla con la victoria en las urnas electorales del teniente coronel Hugo Chávez Frías el 6 de diciembre de 1998. Ante un historial tan abultado de fracasos con los votos y con las botas, se hace ineludible hacer un alto para evaluar después de un control de daños los próximos pasos de cara a las oportunidades que se presentan para seguirlo intentando. La lucha por la recuperación de la libertad, la independencia, la soberanía, la vigencia del Estado de derecho empezando por la Constitución Nacional, la paz y la unidad de la nación impone replantear nuevas formas para devolver directamente la soberanía al pueblo venezolano de acuerdo con lo establecido en el artículo 5 de la carta magna.

El régimen está preparado para mantenerse en el poder ad eternum. Lo ha declarado públicamente, y en adición lo ha planificado al detalle. Las declaraciones abiertas de los voceros más notorios de su nomenclatura en el alto mando revolucionario y la detallada organización y disposición que se desprenden en el Plan de la Patria que se renueva cada 5 años, en los mecanismos del poder popular, en las misiones, con la milicia nacional, en el plan de operaciones Zamora bajo el concepto de la fusión cívico-militar, con el engranaje de movilización, concentración y despliegue rápido de las unidades de batalla Bolívar-Chávez en alerta oportuna de la inteligencia social —patriotas cooperantes desde el Frente Francisco de Miranda— y con la radicalización de la Fuerza Armada Nacional como cogobierno constituyen la más rotunda certificación en ese sentido. Lo ensayan cada cierto tiempo con el argumento de la invasión del imperio (enemigo externo) para desmovilizar y desmoralizar a la oposición (enemigo interno).

Durante 23 años el país ha estado en una permanente movilización (pasar del pie de paz al pie de guerra) alentada desde lo más alto del poder político en un método urdido al detalle desde La Habana, donde en la calificación de hostil para todo el sector opositor, lo ubican como objetivo militar sujeto de todo género de programaciones para reducirlo, para obstaculizarlo, para negarlo, para bloquearlo e impedirle cualquier posibilidad de llegar al poder a través de cualquier ruta: la de los votos o la de las botas. Y les ha funcionado. Bastante con sus pormenores en los apartados de sus minuciosas técnicas y refinados procedimientos; y mucho más con las pifias y deslices de la oposición. Allí están después de 23 años rojos rojitos. Ejerciendo el poder de manera inconstitucional y usurpándolo abiertamente desde el Palacio de Miraflores.

La experiencia de los votos

Francisco Arias Cárdenas, Manuel Rosales, Henrique Capriles Radonski en dos oportunidades y Henri Falcon han sido las experiencias fallidas en las cinco elecciones presidenciales durante la revolución desde el año 1998. Los fracasos del voto en esas ocasiones han sido por un abanico de circunstancias muy variado. La candidatura de Arias Cárdenas en el año 2000 se enfrentó a la viva ola emocional que se mantenía desde las elecciones que le dieron el triunfo al comandante. El candidato fue un error que se evidencia en el tiempo. La experiencia Rosales en 2006 arrastra el infortunio emocional de la experiencia militar del 11 de abril de 2002 y de la plaza Altamira, la de los resultados del referéndum revocatorio de agosto de 2004 y el desastre del llamado a la abstención de las elecciones parlamentarias de 2005. Fue una desgraciada combinación de botas y de votos que se llevaron por delante la esperanza de lograr un cambio político rápido y constitucional que empezó a erosionar la confianza en el método de las elecciones por las dudas ante el fraude y en la eficiencia de la fórmula del pronunciamiento militar por la seguidilla de reveses cada vez que el régimen anunciaba el desmantelamiento de una nueva conspiración militar con juicios y detenciones. Las experiencias del voto presidencial en 2012 y 2013 con la candidatura de Capriles bajo el manto de la duda del fraude en los resultados, que se ha acentuado en estos últimos tiempos, y el pésimo desempeño de las legislaturas electas en 2010 y 2015 han contribuido sobremanera a engordar la estadística de la abstención cada vez que se presentaba una nueva votación. La inhibición en el sufragio ha sido el resultado de la lógica respuesta emocional del cuerpo social ante un abultado dossier de capitulaciones en seguidilla, de victorias que no se explotan y se consolidan como en 2010 y 2015, por la ausencia de la unidad en la oposición. Iguales desarrollos se acreditan en las conclusiones para los referendos de 2004, 2007 y 2009. Todas esas derrotas son endosables directamente a los fanáticos del voto, pero también se pueden transferir a los fogosos de la bota. ¿No es un buen argumento para arrimarse el morral de combate, calzarse la media bota y sacar del parque el fusil, un fraude electoral y las constantes violaciones de la Constitución Nacional?

La experiencia de las botas

Luego está el dossier de las experiencias cuarteleras. Vamos a recordarlas. Todo puede iniciarse un poco antes de 1998, en plena campaña electoral cuando el comandante candidato alardeaba en sus discursos de campaña de tener una mano en la calle y otra en los cuarteles a sabiendas de la posibilidad de una resistencia interna en las unidades militares ante su triunfo electoral. Fue una buena manera de adelantarse a la contingencia de un desconocimiento de los resultados y para ello se trazó una afinada planificación hacia las unidades militares, en especial hacia el Ejército, encabezada por el ministro in pectore del teniente coronel candidato, el general de división Raúl Salazar Rodríguez desde la Embajada de Venezuela en Estados Unidos y en el Plan República con otro general de división en plan operativo, Noel Martínez Ochoa. Les resultó exitoso de entrada ante la abrumadora ventaja de los votos. Después estuvo el evento del 11 de abril de 2002 sobre el cual se ha abundado sobremanera en escritos y análisis. No debe dejarse de lado que en este episodio político y militar el teniente coronel, en ese momento presidente, estuvo fuera del poder por 36 horas por una conjunción cívica y militar en una derrota que subsiguientemente se convirtió en una victoria. Posteriormente vinieron los pronunciamientos de la plaza Altamira, los paracachitos, y una larga etapa de conjuras y ofensivas que se iniciaron con alguna esperanza de desenlace victorioso y finalizaron muy mal unas y otras francamente pésimas a nivel de mamarrachadas de fuerza con trágicos resultados en sus desenlaces. En ese grupo entran las movilizaciones apeladas como La Salida, La Calle, la rebelión del inspector de la PTJ Oscar Pérez, la toma del fuerte Paramacay en Valencia con el capitán Caguaripano a la cabeza, la rebelión de los sargentos en Cotiza, la operación Gedeón y la salida en falso del 30 de abril con la jefatura del diputado presidente de la asamblea nacional y presidente interino Juan Guaidó, y la propuesta de la operación de la estabilización y paz que se manejó en algún momento por la caracterización de estado fallido en Venezuela por la presencia de grupos de terrorismo internacional, la penetración del tráfico de drogas en instancias de poder del estado, la corrupción y las graves violaciones a los derechos humanos desde la Fuerza Armada Nacional. Y en este párrafo no dejamos afuera la esperanza especialmente alentada desde el gobierno de Estados Unidos a partir del año 2019 cuando deslizaron declarativamente que todas las opciones estaban sobre la mesa y ustedes saben que en eso de las opciones se ilustraban a nivel de la imaginación y subliminalmente, helicópteros desembarcando marines y grupos de comando en los patios de Miraflores; y una larga fila de detenidos esposados y cabizbajos que abordaban aviones en La Carlota ataviados con la graficación en la espalda de la chaqueta de la DEA en el destino de una cárcel federal en territorio norteamericano. Todas esas derrotas físicas y emocionales se acreditan directamente a los exaltados y fogosos de la fuerza, pero también se pueden trasladar a la libreta de los vehementes del voto por sus yerros. Ahora… ¿El argumento de la usurpación del poder, del fraude y las constantes violaciones del texto fundamental y de la realidad del Estado fallido, encajan como motivación constitucional para el uso de la fuerza? ¿Son válidas esas causales como para cambiar el menudo por la morocota para los partidarios del voto y la bota, al decir del Florentino Coronado de Rómulo Gallegos en Cantaclaro? Las respuestas están para ambas pasiones. La del voto y la de la bota.

La realidad en el presente

Hay una previsión de elecciones presidenciales el cercano año 2024 y ya hay una convocatoria de elecciones primarias para seleccionar al candidato unitario de la oposición el próximo 22 de octubre. La responsabilidad de construir la posibilidad de la victoria ante ambas fechas y compromisos sobre la realidad de una grave fractura en las filas y la atomización en el liderazgo corresponde a los juicios, los criterios y las decisiones de los lideres y sus partidos políticos que los promueven. Ese es un excelente momento para que los encendidos del sufragio incorporen suficiente masa crítica en la ruta hacia la victoria, se impongan por encima de la abstención y logren recuperar la confianza y la fe, sin que el otro sector le coloque alguna zancadilla. Pero… también lo sería para que los aluvionales inflamados de toque y corneta, y hooligans criollos de la bota empiecen a aceitar lo que tengan, a desempolvar los manuales de boy scouts, a remendar las guerreras y a ensayar para ese momento cuando el nuevo presidente del CNE anuncie la proyección con unos resultados irreversibles.

Cada vez que un hincha del voto dispara sudoroso argumentando constitucional y politológicamente en ráfaga contra un aliado de la bota y este contraataca cañoneando inmisericorde hasta lo más profundo de la retaguardia expresiva de su interlocutor con las pruebas del terrorismo, la corrupción, el narcotráfico y las graves violaciones de los derechos humanos que sindican a la institución armada roja rojita, y la ausencia de cualquier escrúpulo en el régimen para garantizarse la permanencia en el poder; se arma un cuadrilátero imaginario que coloca en el centro de ese intercambio ofensivo entre ambos sectores la duda que encabeza el título de este texto que debe apuntar hacia la unidad de los venezolanos para un posible cambio político y que pasa por la construcción de un solo módulo que incluya a los dos toletes. Aprovechen.

La fuerza que entraña el voto y la de la bota no deben ser vectores mutuamente excluyentes en este momento y sí dirigirse de manera convergente con unidad, con eficiencia y en la estructura de un plan finamente articulado para llegar al cambio político en Venezuela.

Entonces… ¿Votos o botas?

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