Por EVARISTO MARÍN
El consecuente apego demostrado por Miguel Otero Silva a su ciudad natal, Barcelona, a lo largo de toda su existencia es una cualidad resaltante de su extraordinaria personalidad. En su discurso de los 300 años, en 1971, a su Barcelona la visualizaba, unida a Pozuelos y Puerto La Cruz y Lechería y Guanta, en una sola gran urbe. “Me consta el orgullo con que Miguel se ufanaba de su condición de barcelonés “, dijo el insigne educador y político Luis Beltrán Prieto Figueroa, al exaltar, en la apertura de la cátedra Miguel Otero Silva, en la Universidad de Oriente en Puerto La Cruz, su dimensión humana y su trayectoria poética, periodística y novelística.
En su clase magistral sobre “El hombre, la paz y las guerras”, en un auditorio formado predominantemente por profesores y estudiantes, dirigentes políticos y gente de la comunidad de Puerto La Cruz, Prieto, quien fue presentado por el poeta Gustavo Pereira, se vio interrumpido por muchos aplausos, cuando, a pesar de su muy avanzada edad, sin lentes y fuera del texto que tenía previamente elaborado, dio lectura a poemas en los cuales Otero Silva y Pablo Neruda abogaron con fervor “por el bienestar y la paz de la humanidad”. Eso ocurrió en noviembre de 1986.
MOS nació en Barcelona, en la calle La Marina, una de las más antiguas del ámbito colonial de la ciudad, el 26 de octubre de 1908. Su padre, Henrique Otero Vizcarrondo, es de origen cumanés —comerciante, marino, con negocios en Guanta— y su madre, Mercedes Silva Pérez, provenía de una de las familias más tradicionales de la región. La familia habitaba para la época en una casa muy cercana a la que fue propiedad del prócer de la Independencia y presidente, el general José Gregorio Monagas, en la vecindad del río Neverí. Su madre muere cuando Miguel Otero es un niño de muy corta edad. Por eso, su crianza y la de sus hermanos, Alejandro, Vicente Emilio y Carlos, es asumida en Caracas por las hermanas Silva Pérez, sus tías. Eso explica por qué de muchacho solo comienza a familiarizarse con Barcelona y Puerto La Cruz, en la época de sus vacaciones escolares.
A lo largo de sus 79 años, MOS, quien sufrió largos exilios y prisiones por sus luchas contra la tiranía de Juan Vicente Gómez y su tenaz oposición al gobierno de su sucesor, el general Eleazar López Contreras, solo vivió en Barcelona, por corto tiempo, en 1941, tras ser detenido y enviado confinado a la capital del estado Anzoátegui por órdenes del ministro de Relaciones Interiores, Luis Gerónimo Pietri, en represalia por unas crónicas humorísticas publicadas en El Morrocoy Azul, semanario humorístico que acababa de fundar con Kotepa Delgado, Carlos Irazábal, Víctor Simone De Lima y otros jóvenes intelectuales con quienes compartía ideales políticos. Esa estancia en Barcelona, que se prolongó hasta que el general Isaías Medina Angarita asumió la presidencia en reemplazo de López Contreras, le permitió afianzar vínculos afectivos con sus familiares y muchos amigos de Barcelona, en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
En vida, Miguel Otero Silva fue un decidido propiciador del desarrollo cultural de Barcelona. Se recuerda que su familia donó para sede del Ateneo localuna casa de la que tuvieron propiedad los Otero, en la calle Juncal, esquina con Ricaurte. Esa edificación fue reconstruida durante el primer gobierno del presidente Rafael Caldera, en la primera gestión de Guillermo Álvarez Bajares, como gobernador del estado. Los dos mantuvieron fuerte vinculación desde cuando Álvarez Bajares fue destacado reportero parlamentario de El Nacional en los comienzos de la era democrática que siguió a la caída del dictador militar Marcos Pérez Jiménez.
Por feliz coincidencia, Álvarez Bajares también era gobernador, en los años de la Presidencia de Luis Herrera Campins, cuando Otero Silva donó a Barcelona una valiosa colección de pintura contemporánea para su exhibición permanente en el Ateneo que ahora lleva su nombre.
En el atardecer del primer día de enero de 1971, fecha conmemorativa de los trescientos años de la fundación de la actual Barcelona, el 1 de enero de 1671, por el gobernador catalán de Nueva Andalucía, Sancho Fernández de Angulo, como resultado de la fusión de los poblados creados con anterioridad por Juan De Urpín y Cristóbal Cobos, el escritor y periodista, fundador de El Nacional, fue orador de orden. Su discurso es una pieza histórica que nos relata muchos de los grandes episodios que se han vivido desde los lejanos tiempos cuando el Cacique Cayaurima defendía con su vida los territorios invadidos por el conquistador español. MOS hace un recuento de las duras luchas de Barcelona por la Independencia y de su población diezmada por el heroísmo y las guerras que siguieron a esta con la Federación y otras confrontaciones bélicas y trágicas.
En el final de ese discurso, echando a volar su imaginación poética y de novelista, MOS nos habla sobre el futuro de su ciudad natal. La visualiza con el humo de sus fábricas, unida a Pozuelos y a Puerto La Cruz y Guanta, con sus altas edificaciones residenciales, convertida en una sola gran urbe con autobuses de dos pisos, flamantes hoteles blancos, muelles atestados con vagones y gruesas grúas, mujeres y hombres cantando alegres, los domingos, en las entrañas del metro, universidades, avenidas, ferrocarriles y vías aéreas que brindan a Guayana y a los llanos salida barcelonesa al mar como una ventana abierta hacia el Caribe, hacia el Atlántico y hacia toda nuestra global humanidad.
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