Por EVARISTO MARÍN
“Nunca puedo olvidar lo parrandero que fuimos Perucho Garroni y yo en los comienzos petroleros de El Tigre”, se ufanaba en decir Miguel Otero Silva, en alusión a su época de confinado político en la capital del estado Anzoátegui, su ciudad natal, durante el gobierno del general Eleazar López Contreras. Eso ocurrió cuando El Morrocoy Azul apenas tenía dos semanas en circulación. “Me tenían prohibido salir de Barcelona, pero con la complicidad de Perucho, me perdía para El Tigre a tomar whisky y a veces me quedaba hasta tres días”, me dijo cierta vez, de la manera más jovial, en Puerto La Cruz.
Muy pronto al propio Otero Silva se le hizo evidente que el presidente del estado, Pedro Felipe Arreaza Calatrava —médico de fuerte carácter, conocido con el apodo de “Trago Amargo”— se hacía el desentendido con aquellas furtivas escapadas hacia El Tigre, con su amigo del alma, Perucho Garroni, caporal de la Mene Grande Oil Company.
Fue el mismo presidente del estado, como se le decía todavía a los gobernadores, quien lo sacó de dudas. “Lo único que lamento es no tener oportunidad de compartir un whisky con ustedes. ¿Cuándo me van a invitar ?”, le dijo en una oportunidad, muy chistosamente, cuando coincidieron en la casa del Dr. Manuel Guzmán Guevara, a quien Otero tenía para entonces en su círculo de más cercana familiaridad. Desde aquel día, MOS tuvo la absoluta convicción de que “desde el gobierno de López me soltaban cuerda, pero me tenían absolutamente vigilado”.
Kotepa Delgado, uno de sus primeros compañeros de andanzas periodísticas, cuenta que el famoso semanario humorístico apenas tenía dos semanas en circulación cuando en marzo de 1941 Luis Gerónimo Pietri, ministro de Relaciones Interiores del gobierno de López Contreras, mandó a detener a Miguel y, sobre la marcha, enfurecido por uno de sus escritos, ordenó su envío —por avión— en condición de confinado a Barcelona.
Esa acción represiva en su contra se prolongó hasta que López entregó la presidencia a Medina Angarita, en mayo de ese año.
No es aventurado conjeturar que, para entonces, su novela petrolera Oficina No 1 y El Nacional no formaban parte de sus planes.
Acontecimientos
La aparición de El Nacional, con apoyo financiero de su padre, Henrique Otero Vizcarrondo, y con el novelista Antonio Arráiz de director, se produjo a partir del 3 de Agosto de 1943, durante la Presidencia del general Isaías Medina Angarita. La primera edición de Oficina No 1 es un acontecimiento que tiene lugar en 1961 después de la caída de Pérez Jiménez y del regreso del líder de AD, Rómulo Betancourt, a la Presidencia por elección popular. Oficina No 1 y sus episodios sobre El Tigre petrolero, pueblo surgido al azar en medio de la explotación de los primeros yacimientos de crudo liviano en el sur del estado Anzoátegui, es la continuación de Casas muertas, novela publicada en 1955 en la que narra la desaparición de Ortiz, un pueblo diezmado por el paludismo y otras calamidades en los llanos de Guárico.
Puede decirse, además, que lo de El Nacional fue casi fortuito. Desde Estados Unidos, a donde había ido con el encargo de adquirir unos equipos para imprimir El Morrocoy Azul, su padre, Henrique Otero Vizcarrondo, tras concretar la compra de una estupenda rotativa y la totalidad del taller de imprenta dejados fuera de uso por el diario The Boston Transcript, le telegrafió afirmando que con aquellos equipos “se podía imprimir un diario”. Obviamente, la idea fue acogida con gran beneplácito por MOS. Cuando la maquinaria fue desembarcada, meses después, en La Guaira, luego de sortear los peligros que significaban para la navegación los torpedos y submarinos alemanes en plena Guerra Mundial, la recién constituida C.A. Editora El Nacional ya había comprado sede propia, una vieja edificación, de Pedrera a Marcos Parra, en el centro de Caracas.
Para entonces, y a pesar de que ya había publicado su novela estudiantil Fiebre y el galerón del Gallo Zambo y El Taladro lo rodeaban de buena aureola como poeta, sus prisiones y exilios durante los gobiernos de Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras todavía le daban a MOS una vida más política que literaria. Aún se recordaba su participación, con el legendario Rafael Simón Urbina y Gustavo Machado en un asalto armado a Curazao y en el pasado reciente era por demás notoria su transitoria afinidad política con Rómulo Betancourt. Los dos eran mencionados como fundadores del Partido Comunista, en sus años de exilio en Costa Rica.
Elocuente y ameno conversador, poseedor de un admirable ingenio para el humor, la anécdota y la más fina y sarcástica ironía, con Miguel Otero Silva tuve oportunidad de compartir muy gratos momentos, en algunas de sus visitas a Barcelona, durante mi época de corresponsal de El Nacional. En una de aquellas conversaciones, MOS se exteriorizó muy orgulloso de haber escrito en Chile, en Isla Negra, en una vieja máquina del poeta Pablo Neruda, el discurso que pronunciara —investido en la condición de Orador de Orden— con motivo del Bicentenario de su ciudad natal, Barcelona, en el atardecer del 1ro. de enero de 1971.
La Guardia Civil franquista frustró sus ganas de ir a una corrida de Dominguín
Recuerdo que en julio de 1975 nos reunimos para almorzar en El Taurino, para la época el más típico restaurant de comida española en Puerto La Cruz. Esa había sido su particular exigencia. “La comida española de Puerto La Cruz tiene fama de buena”, fue su sencilla expresión. No estaba equivocado.
Como únicos invitados del novelista y propietario fundador de El Nacional, Augusto Hernández —el reportero gráfico de la Corresponsalía— y yo nos extasiamos en una larga y muy amena tertulia, oyendo de su propia voz el relato de unas cuantas de sus andanzas. Miguel nos habló aquella vez, con holgura, de lo mucho que disfrutó manejar su primer Mercedes Benz y hasta de su suerte con los caballos. Fuera del ámbito periodístico y de su afán por escribir, los viajes a Europa, las galerías de arte y las carreras en el Hipódromo de La Rinconada, estaban, definitivamente, entre sus predilecciones. También describía como una de sus más gratas experiencias en sus largas temporadas en un castillo de su propiedad en Italia.
Conocida como fue siempre su posición antifranquista, eso no le quitaba, en absoluto, su admiración por España y su gran afición por los vinos y los toros. Adversario como fue del generalísimo Francisco Franco y de Pérez Jiménez, recordaba que El Nacional se vio en riesgo de desaparecer por la publicación de una fotografía de Franco con Hitler, el día que la dictadura perezjimenista restableció con la España franquista las relaciones rotas por la Junta Revolucionaria de Betancourt, en 1945. En aquella foto de archivo, que a Miguel se le ocurrió publicar con buen despliegue, en primera página, Franco y Adolfo Hitler se veían sonrientes en su tiempo de aliados tenebrosos durante la segunda Guerra Mundial. Como resultado de esa travesura periodística, El Nacional estuvo suspendido de circulación, por dos días, por orden del gobernador del Distrito Federal, Juan de Dios Celis Paredes.
Cierta vez, estando en Europa, MOS pensó que podía burlar a la Guardia Civil, aún con Franco en el poder, y se arriesgó a ir de Italia hasta Madrid, deseoso de asistir a una corrida con Luis Miguel Dominguín. No pudo lograrlo. La policía franquista era tan efectiva y tan represiva que lo descubrió en un modesto hotel que había ocupado al azar y lo obligó a salir de Madrid en el término de la distancia.
“Se va de una vez o queda preso. Usted es un confeso y manifiesto enemigo de España y de mi generalísimo”, le dijo uno de los oficiales de la Guardia Civil.
Sobre la marcha, tuvo que resignarse a buscar su maleta y bajo custodia policial fue llevado hasta el aeropuerto y obligado a tomar, ese mismo día, el primer avión que estuvo disponible para viajar a Francia. Los gendarmes de Franco lo custodiaron hasta la escalerilla del avión de Air France.
Lo otro que Miguel Otero Silva gustaba contar, entre amigos, eran sus andanzas con Perucho Garroni —su fraternal amigo, caporal de la Mene Grande Oil Company— en los comienzos de El Tigre petrolero. “Las parrandas que tuvimos Perucho y yo siempre fueron de marca mayor”.
A la muerte de Gómez, tras su regreso de Europa, luego de sufrir prisiones por su vinculación con el movimiento estudiantil del 28, su oposición tenaz al también represivo gobierno de López Contreras fue castigada primero con un nuevo exilio a Europa y posteriormente con su confinamiento por casi tres meses en Barcelona. Como relatamos en un comienzo, esa estancia en su ciudad natal le permitía escaparse hasta El Tigre, en donde Perucho Garroni —como todos los jefes de la compañía norteamericana del petróleo— siempre disponía para sus huéspedes whisky de las mejores marcas.
Cierta vez, Miguel y Perucho se dirigían en una camioneta pick-up de la MGO a bañarse en el río Caris, luego de una noche de muchos tragos, cuando los sorprendió encontrarse en el camino con un gran elefante.
Miguel, restregándose los ojos, dudoso de que fuese cierto lo que veía, gritó perplejo. “Por favor, Perucho, para esa camioneta. Ese ratón que yo cargo me tiene en el delirium tremens. Con el elefante estoy viendo una jirafa”.
Perucho echó la camioneta hacia un lado de la arenosa carretera y ambos comenzaron a observar, con asombro, todo un desfile de jirafas, elefantes, leones y hasta tigres de bengala. Cuando se convencieron de no estar viendo visiones, los dos soltaron la carcajada. “Nos habíamos tropezado con una caravana del Circo Razzore, que venía a pie, hacia El Tigre, desde Ciudad Bolívar”.
La Greta Garbo cobraba el doble de las dos María
En 1956, cuando yo era un joven reportero de deportes y sucesos en Antorcha, el semanario de Edmundo Barrios, Otero Silva frecuentaba en El Tigre a Calazán Guzmán y al médico Vicente González Orsini, en busca de documentación para Oficina Nro 1.
En su novela, Otero Silva describe con los nombres de “María Gallina” y “María Pollito” —cada una con choza aparte— a las primeras prostitutas en establecerse en los alrededores del primer pozo petrolero. Con ingenioso humor, hace alusión a “una rubia huesuda y ojerosa” que se hacía llamar la Greta Garbo y dice que ella procedía de Caripito, hablaba sus palabritas en inglés y en lo que a tarifas concierne “cobraba el doble de las dos María”. Es raro, agregamos nosotros, que a MOS no le hayan dicho —y más raro que él no lo incluyera en su novela— los apodos que se daban a las primeras prostitutas tigrenses. En esos tiempos, que yo recuerde, fueron famosas “La Súper Taladro” y “La Gandola”. Ellas tenían fama de resistir cualquier carga, por más poderosa que esta fuera.
En una conferencia sobre sus andanzas hacia El Tigre petrolero, cuando burlaba el confinamiento a que lo tenían sometido en Barcelona, Otero Silva despertó una carcajada general en el auditorio del Club de Leones, al relatar como cierto que en alguna madrugada, en busca de habitación en medio de aquellos sabanales, un italiano entreabrió la puerta del único hotel que le hacía competencia a la posada de Petra Colmenarez y le preguntó: “¿Cómo la quiere, señor, con ‘P’ o sin ‘P’?, y al Miguel inquirir el significado de aquello, el italiano le dijo, somnoliento: “Le estoy preguntando, señor, que si quiere la habitación con puta o sin puta ?”.
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