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El péndulo de mitificar y desmitificar

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La tendencia en Venezuela es a mitificar hoy y a desmitificar al día siguiente. Los ciclos políticos se encargan de subir a un pedestal a nuestros nacionales y al día siguiente a desmontarlos con la piqueta del inmediatismo y los humores. Así pendulamos hormonalmente desde la algarabía del momento hasta la más inmediata batahola que se desencadene, sea política, económica, social o militar. No importa su densidad ni su proyección. Sobre todo en la política que se lleva por delante la memoria de un país encaramada en los sudores de la movilización del jefe de turno desde la tribuna donde dispare el discurso o el carajazo del fusil.

Hace poco la famosa calle 72 en Maracaibo, bautizada con el nombre del poeta José Ramón Yépez, fue rebautizada con el nombre del animador Gilberto Correa. En un acto glandular de la alcaldía marabina toda la trayectoria política, poética, parlamentaria y militar de este maracucho del siglo XIX fue borrada de un guamazo por la trayectoria artística de otro maracucho desde la tarima de Sábado sensacional y de la animación del Miss Venezuela. Cada loro en su estaca, se dice en Venezuela. Correa puede merecer su calle, su avenida o su plaza sin necesidad de desmontar el trazado histórico de Yépez en todo el gráfico vial de la 72.

Así funciona ese desguace cíclico de subir y bajar en las emociones criollas de acuerdo con la temperatura política. Cuando el general Antonio Guzmán Blanco declinó en su estrella de tres periodos presidenciales y la de sus favoritos encargados del poder, sus estatuas monumentales en la capital de la república, bautizadas coloquialmente como Saludante y Manganzón, ubicadas en el centro de Caracas, no aguantaron los empujes de la turba enfurecida que hizo leña oportuna del árbol caído y le defenestró del bronce de las piezas escultóricas, y de la memoria colectiva obligándolo a morirse en París.

Algo así ocurrió dentro de las Fuerzas Armadas Nacionales con dos de los eventos más importantes cumplidos al tenor de lo establecido en el artículo 132 de la Constitución Nacional del periodo democrático entre el 23 de enero de 1958 y 2 de febrero de 1998. En ambos acontecimientos la actuación de la institución armada fue en estricto cumplimiento de sus deberes institucionales y en apego al texto constitucional. Sus resultados en ese momento de culminación operativa al cierre de los teatros de operaciones para el combate antisubversivo para uno y la finalización del decreto de suspensión de garantías constitucionales para el otro, fueron para garantizar la paz de la república y el mantenimiento del orden interno para enfrentar un enemigo mimetizado desde dos vectores de violencia con un fin único: la desestabilización de las instituciones democráticas yl asalto al poder. Después de esos episodios las Fuerzas Armadas Nacionales vivieron la épica de los resultados, la rama de olivos del paseo triunfal en la entrada a la capital y la homérica descripción de los combates y las batallas. Durante 40 años ocupó dentro de la sociedad altos niveles de simpatía junto con la Iglesia Católica, los medios y las universidades. Hasta que llegó la revolución bolivariana; los héroes pasaron a ser los canallas, y los malhechores se empezaron a vestir con las casacas de titanes y semidioses –algunos hasta fueron entronizados en el Panteón Nacional– y los laureles de gigantes de la nueva república y colosos de la nueva sociedad en construcción, sobre los escombros de la gesta, el mito y la epopeya del antiguo régimen. Una de las primeras estatuas derrumbadas fue la de las Fuerzas Armadas Nacionales en sus dos laureles y glorias de victorias más emblemáticos durante la democracia: Frente al combate antisubversivo y el Caracazo.

La primera escultura arrasada por la horda roja rojita fue la del combate antiguerrillero. Ese es un tema que abundaremos posteriormente. Por el momento desarrollaremos algo sobre la demolición del bronce triunfante del 27 de febrero de 1989 levantado en todos los patios de honor de los cuarteles después de garantizar el orden interno y la paz.

La conspiración del 4 de febrero de 1992 que desemboca en el golpe de Estado que derrocó a CAP tuvo muchas ramificaciones. Una de ellas la mediática que se abanderó desde un turbio gabinete de sombra en el quinto piso del Ministerio de la Defensa de ese entonces. Desde allí, en una bien afinada y marcada similitud del trastorno disociativo expresado en la obra de Robert Louis Stevenson con un doctor Jekyll de uniforme, con botas de campaña, de capa y espada y un míster Hyde siniestro de la política; se mercadeó y se dirigió puntualmente la estrategia política y comunicacional para la denuncia de las violaciones de los derechos humanos en el despliegue de las cuatro fuerzas militares y su supuesta incapacidad e ineficiencia en el control del orden público en Caracas. Un buen ejemplo extraído del libro Así se rindió Hugo Chávez de autoría del general ministro en un párrafo insertado del libro de su hermano Enrique Los golpes de febrero, donde señala  «…pero nadie discute hoy en día que la tendencia dominante de los sucesos de febrero y marzo fue la de una matanza intensa y masiva por parte de poco más o menos todas nuestras Fuerzas Armadas, con prácticamente todo el poder de fuego del que dispone, contra un pueblo desarmado». Una matanza intensa y masiva. Realmente da dentera institucional leerlo. Ese parágrafo apunta perfectamente en el corazón operativo de las fuerzas armadas y el impacto en la diana se manifestó poco tiempo después a la llegada de la revolución bolivariana al poder  ¿Qué tal? Toda una estrategia de tinte rasputinesco para demeritar y desprestigiar directamente a las Fuerzas Armadas Nacionales y para herir por mampuesto a su comandante en jefe en un diseño que facilitara un desenlace de acuerdo con los planes establecidos. Dos pájaros en un solo tiro comunicacional que en el tiempo fueron arrastrados por la horda revolucionaria una vez que llegaron al poder por la vía electoral. La leyenda de la energía en el eslogan y del ministro policía de Pérez, y el palmarés del invicto de la institución militar frente al enemigo interno se desmoronaron de un solo matracazo asestado a la base de la estatua levantada con suficientes créditos durante 40 años. Lo demás vino por añadidura de la batahola del carro del triunfador reescribiendo la nueva historia. Una comparsa a la cual se sumaron muchos profesionales militares para tratar de arrimar la mayor cantidad de brasas a la sardina de su propio oportunismo a pesar de haber participado en el Plan Ávila de ese entonces como comandantes de unidades operativas.

Dos leyendas se han tratado de edificar infructuosamente a contravía de la verdad a lo largo de estos 34 años del Caracazo con la intención de construir la epopeya de ese momento para darle lustre y esplendor a la propia estatua revolucionaria en donde muchos hacen el papel de tontos útiles al pie de la misma; tanto como a la momia del teniente coronel Hugo Chávez que reposa en el Museo Histórico Militar: una, las manifestaciones fueron inducidas desde La Habana previa introducción de un arsenal de guerra distribuido en las barriadas de Caracas y dos, los muertos y los heridos fueron la consecuencia de la incapacidad de la institución armada en el control del orden público. Dos ítems que se caen por su propio peso. Tres décadas después, en un juicio con patas rojas y con mucha cabeza uniformada, sin ninguna coherencia y con el simple objetivo de establecer un pagapeo político que revierta la historia vieja y establezca la nueva narrativa revolucionaria, el ministro de aquel entonces, el general Alliegro está sentado en el banquillo de los acusados, después de la estatua que se le había levantado en aquella oportunidad.

En fin, en plena revolución, 34 años después y recordando la emblemática imagen televisiva del caraqueño semidesnudo arrastrando la res descuartizada y sangrante en el hombro, mientras los militares del Plan Ávila en la calle también se tiraban al hombro a la democracia, a la paz y a la estabilidad de las instituciones, ¿cómo quedamos? ¿Le quedará bien a la calle 72 de Maracaibo el nombre del animador Gilberto Correa por encima del poeta José Ramon Yépez?

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