El Miércoles de Ceniza, la edición digital de El Nacional dio cuenta de un desfile de carrozas en Los Próceres, así como del parque acuático, los colchones inflables y los muros para trepar, instalados en ese paseo de estética perezjimenista, diseñado por Luis Malaussena a fin de honrar con broncíneas estatuas de marmóreo pedestal a Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Rafael Urdaneta, Santiago Mariño, Francisco de Miranda, José Antonio Páez, Manuel Piar, José Félix Ribas, Luis Brión, Juan Bautista Arismendi y José Francisco Bermúdez. La bastante ordinaria feria de carnestolendas fue planificada para disfrute de pesuvecos disfrazados de Superbigote. No es casual la confiscación padrino-nicochavista del copódromo —así llamaban los estudiantes de Arquitectura a Los Próceres, en alusión a las copas y los copones del eje principal del «sistema de la nacionalidad»—, concebido con la intención de representar la institución castrense a escala urbana, según señala la poco fiable Wikipedia; y, siendo la naturaleza de la administración bolivariana esencialmente militar, el perezjimenato sería, pues, protochavista. Pero no nos metamos en materias tan complejas, cuyas interpretaciones dependen del punto de vista del observador. Haciendo uso de analogías entre el Nuevo Ideal Nacional y las zarandajas ideológicas de la cúpula roja, podemos ver en el agonizante febrero el mes del carnaval de la patria, carnaval circense y sin pan que comenzó con la glorificación del infame, chapucero y fracasado cuartelazo del 4 de febrero de 1992 y culminará, no hoy, octavita y Día Mundial del Pistacho, ni el próximo martes 28, sino mañana lunes 27 cuando se cumplan 34 años de un descomunal bochinche causado por el aumento del precio de la gasolina y el valor de los pasajes en el transporte público, bautizado Caracazo tal correspondía a semejante carajazo a la democracia.
Si usted, amable lector, inquiriese del capitán mazodando su opinión acerca de las causas y circunstancias de ese revolcón aupado por vagonetas y saqueadores —y no, como pretende la historia escrita a partir del ascenso al poder de Hugo Chávez, vía abstención—, el bellaco le hablaría de «revuelta popular», de «precedente de la lucha contra el imperialismo y de «origen del movimiento chavista»; sin embargo, la gente seria piensa de otro modo, casi diametralmente opuesto a la narrativa oficial. Por ejemplo, en texto con rúbrica de Héctor Becerra publicado en Tal Cual — «27 de febrero de 1989: El lunes más largo del siglo»—, se afirma: «La chispa que encendió el fuego del día más violento que haya vivido Santiago de León y que hizo estallar la olla de presión, con todo lo absurdo que parezca sonar, surgió por combustión espontánea. Sin orden alguna. Se avivó sola en cada sector de la ciudad, arrancando desde el terminal de Nuevo Circo, donde se nutrió con la ira de los estudiantes, los obreros, los vendedores ambulantes, los oficinistas y amas de casa».
Recuerdo ese día con diáfana claridad porque la agencia donde trabajaba, ARS Publicidad, se había hecho con la cuenta de General Motors y habíamos quedado a cenar en el restaurante Lee Hamilton para festejar el acontecimiento; ajenos al tumulto, Pablo Antillano (Voz y Visión), Manuel Graterol (Createrol) y quien esto escribe, habíamos acudido a la oficina de Pastor Heydra, flamante director de la Oficina Central de Información (OCI), ubicada en el pent house de la torre este de Parque Central, a tratar asuntos concernientes a una campaña de concientización sobre el Programa de Ajustes Económicos y el Gran Viraje, anunciados el 16 de febrero en cadena nacional por el recién investido presidente, Carlos Andrés Pérez, desde el salón Ayacucho del Palacio de Miraflores. Como habíamos llegado en Metro nada sabíamos del acontecer superficial, pero el despacho del titular de Información era una atalaya privilegiada y desde ella pudimos ver a un nutrido grupo de manifestantes lanzando piedras en todas direcciones. Un reloj encima de un ventanal marcaba las 4:00 de la tarde y Pastor sólo atinó a decirnos: «mejor váyanse… a partir de la 6:00 habrá toque de queda». Estupefactos ante la gravedad de la situación, salimos de allí como almas que lleva (¿o llevaba?) el diablo y, aunque el Metro era un caos, logramos llegar hasta La Castellana, donde cada quien agarró por su lado. Me acerqué a un solitario Lee Hamilton con sólo una mesa ocupada. En ella departían Fernán Frías, Guillermo Zuloaga y algunos empleados del Grupo ARS. Pronto debimos irnos, pues el local cerró por compulsivas órdenes de una patrulla militar. No fue sino hasta el día siguiente cuando nos enteramos de las dimensiones del sacudón. «Saqueos y disturbios en el país en contra de medidas económicas» tituló El Nacional; «Arde el país. Alza del pasaje prendió la mecha», fue el encabezado de Últimas Noticias.
Hay algunos aspectos de ese punto de inflexión de la República Civil aún no dilucidados del todo: primero, ¿se trató de un levantamiento espontáneo, suerte de reflejo pavloviano provocado por la conjunción de la llamada «coronación» (juramentación de CAP en el Teatro Teresa Carreño) y la fastuosa boda, en Santo Domingo, de la hija de un conocido empresario, divulgada excesiva y obscenamente en el Diario de Caracas; o, como escuché a algunos teóricos de la conspiranoia, fue orquestado por el mismísimo Fidel Castro? Segundo, ¿cómo, quienes seguramente votaron por el candidato adeco en diciembre de 1988, cambiaron de opinión y le dieron la espalda en apenas dos meses? Por último, y no menos importante, ¿cuántas víctimas causó la intervención de las FF. AA.?
Personalmente, no creo en la mano peluda de El Caballo, porque el gobierno de Pérez le abrió muchas puertas al dictador cubano, entre ellas las de la Organización de Estados Americanos (OEA). Respecto al número de víctimas atribuibles a la brutal y cruenta represión armada, me limito a transcribir información pescada a vuelo de pájaro en Internet: «La contabilidad oficial de los sucesos de febrero y marzo de 1989 cifró en 300 la cantidad de fallecidos, sin precisar el número de lesionados y desaparecidos, ni el monto siquiera aproximado de las pérdidas materiales. Aunque aún no se conoce con exactitud cuántas personas fueron asesinadas, diversas investigaciones y publicaciones estiman en más de 3.000 los fenecidos».
El 27 de febrero fue incorporado arbitrariamente en el calendario litúrgico rojo. Estaban Chávez y sus valedores obligados a hacerlo, requerían un pasado heroico y combativo, aunque fuese de embuste. Con su conmemoración concluye mañana el carnaval de la patria, superando en afectación chauvinista a Marcos Evangelista Pérez. Sí, la cursilería es una de las facetas más repulsivas de la re(in)volución bonita. Y no me refiero a sus manifestaciones pseudo artísticas, las cuales adoptan patrones del realismo socialista y responden, por razones ideológicas y no exigencias expresivas, al zhdanovismo normativo que mediatizó a buena parte de la producción cultural en la desaparecida URSS, sino al arroz con mango reduccionista que el comandante supergaláctico calificaba de holístico porque le gustó el adjetivo, no porque entendiese los alcances de su significado. Le pasaba como a Aldous Huxley con la palabra carminativo o a Joan Manuel Serrat con estraperlista. El escritor inglés, en su novela Amarillo cromo, relata lo decepcionante que puede resultar la falta de correspondencia entre la atracción fonética de un vocablo y su acepción (carminativo es un medicamento prescrito para combatir la flatulencia); por su parte, el cantautor catalán recientemente retirado de los escenarios confesó haberse dejado cautivar de pequeño por la palabra estraperlista —había sido, decían, oficio de su padre— la cual, para su desengaño, descubrió al crecer, es sinónimo de contrabandista y hasta de pillo. Y llegado a este punto, tiro la toalla: es atosigante llover sobre mojado. Nos vemos el próximo domingo 5 de marzo, 10° aniversario de la defunción del inmortal ¡Chávez vive!
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