Confieso que jamás había seguido un conflicto bélico como el desatado por Putin y su camarilla en Ucrania, día a día, desde el 24 de febrero de 2022. He seguido al pie de la letra la agresión de unas bestias jurásicas, a quienes no les ha importado arrastrar al mundo a la catástrofe de su invasión, en función de restablecer al ruinoso imperio soviético, fragmentado desde sus entrañas a finales del siglo XX.
Las magnitudes de la tragedia contienen cifras impactantes, más de 10 millones de ucranianos han sido desplazados dentro y fuera de su territorio; las bajas militares sobrepasan las 200.000 sumando a ambos ejércitos; más de 50.000 civiles han fallecido víctimas de bombardeos, violaciones y masacres del ejército ruso. Entretanto, el gasto militar de la guerra desatada por Rusia sobrepasa los 200 millardos de dólares.
Ante el holocausto del siglo XXI debemos plantearnos estas interrogantes: ¿logrará el exagente de la KGB su cometido? ¿Podrá quebrar la resistencia heroica del valiente pueblo ucraniano? ¿Se sumará China a la ofensiva del Kremlin? ¿Mantendrá Occidente su unidad frente a la atrocidad rusa? ¿Cómo repercute en América Latina y Venezuela la invasión a Ucrania?
Un amigo judío me manifestó en una oportunidad las contradicciones de la historia, en torno a que las guerras más destructivas del género humano se habían originado en predios europeos, aun cuando el viejo continente ha sido la piedra filosofal y cultural de la humanidad. Estas lecciones de la historia pensábamos habían sido aprendidas luego de las dos guerras mundiales del siglo XX que significaron la matanza de casi un centenar de millones de seres humanos.
Al parecer no ha sido suficiente la tragedia humana ante el resurgimiento en el siglo XXI del plan del Kremlin con ADN hitleriano de refundar el imperio de los zares y la extinta URSS con la excusa y la acusación reafirmada el martes 21/02 en el discurso a la nación de Putin contra las “élites de Occidente”, señalándolas de “rusofobia” y culpables de la guerra.
Los números y los combates durante un año indican que la “operación especial” del ejército ruso en Ucrania ha sido un fracaso, situación que convierte la agresión al pueblo ruso como el capricho de un dictador en lugar de ser un salvador de la patria, obligado a imponer un vasto aparato propagandístico para justificar sus atrocidades ante una nación de historia compartida. No por casualidad el llamado a filas para sumarse a la guerra desató una estampida de más de 200.000 jóvenes huyendo de Rusia para no combatir en una guerra inventada por Putin y su camarilla en el poder.
Si bien es cierto que los ucranianos han solicitado más armamento pesado para combatir, la mejor arma ha sido la moral y la valentía que ha tenido ese pueblo para defender su soberanía y su territorio, condición fundamental para vencer en la guerra, donde vencen los ejércitos que representan valores de la libertad y la independencia nacional. En ese contexto la nación ucraniana ha definido el apoyo y ha arropado al presidente Zelenski, a su equipo militar y gubernamental.
El desastre de la intervención del Kremlin ha conllevado a que el régimen chino de Xi Jinping ponga sus barbas en remojo, pues su apuesta por dominar el mundo a través de la Ruta de la Seda se torna lejana ante la aventura antioccidental de Putin, de allí el reforzamiento del nearshoring en México y la definición de la autonomía de la UE en materia de energía frente a Rusia.
Ante este posicionamiento global, las actitudes de gobiernos de América Latina han sido pusilánimes en la condenatoria a la invasión atroz de Rusia a Ucrania. Para algunos fue suficiente el rechazo en la ONU a la invasión, pero resulta vergonzosa la posición neutral de Brasil, tanto de Bolsonaro como de Lula, y la más preocupante es la de Maduro, que ofreció incluso el territorio venezolano como base militar rusa, condición que aísla más a nuestro país del mundo democrático, de los derechos humanos y de la inversión económica internacional.
La agresión del Kremlin a Ucrania ha unificado al mundo occidental, desde Canadá, Estados Unidos, la Unión Europea y en el Asia destaca Japón, en torno a derrotar en forma unívoca y determinante a esta versión del fascismo soviético en el siglo XXI, mediante el retiro inmediato de las tropas rusas al territorio de la Federación, como condición para el fin de un conflicto iniciado por los caprichos de un dictador, hoy desatado y amenazante de llevar la guerra hasta el final, suspendiendo el tratado de desarme nuclear New Start firmado con Estados Unidos en 2010.
Frente a la crueldad del Kremlin, los países de Occidente han hecho prevalecer los valores de la libertad y la democracia, frente a un autoritarismo que pretende venderse como el sustituto de las instituciones defensoras de los derechos humanos, la libertad de expresión y el sistema democrático, indicando que no habrá impunidad, sino el castigo a los que han cometido crímenes de guerra y violaciones al género humano.
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