¿Se ha de creer a aquellos que predican la idea de que no hay que andarse con tanta palabrería para enfrentar las tiranías? No son pocos los que, hartos de tantas canalladas del club de los energúmenos dictadores en el mundo, se asimilan a fanatizadas barras para actuar igualmente desde la barbarie y que, sentenciando el asunto, prescriben: “Solo saldrán a plomo limpio”.
Este mundo, que va aproximándose ya al cuarto de siglo XXI, nos pinta una cada vez más permanente conmoción por desastres naturales. Muchos, literalmente, estremecen a las naciones, como el reciente terremoto ocurrido en Turquía y Siria.
Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, informaba que más de 35.000 personas han muerto en Turquía como resultado de los terremotos del 6 de febrero pasado, lo calificaba como el peor desastre del nuevo país fundado hace prácticamente un siglo. En Siria se señala que son más de 7.200 los fallecidos. Erdogan, en el poder de Turquía desde 2014, por su condición geopolítica y como perteneciente a la OTAN se convirtió en un actor muy importante para la comunicación con Putin, en asuntos tan relevantes como permitir la exportación de granos desde Ucrania hacia países de África y otros del mundo para contrarrestar el hambre en las mayorías dependientes del vital alimento. ¿A esta comunicación se le podría llamar palabrería?
En la cruenta guerra desatada por la invasión de Rusia a Ucrania, nación a la que hasta hace poco consideraban supuestamente como hermana, le han causado un daño que dejará cicatrices muy profundas, y que según estimaciones de fuentes de Norteamérica ha dejado en total hasta ahora un saldo en muertes cercano al cuarto de millón de seres humanos, incluyendo miles de niños y de mujeres dentro de la población civil no combatiente. ¿Serían palabrerías si las Naciones Unidas llamasen a una pactada tregua de esta genocida guerra para pasar a discutir, con representación de las dos naciones y facilitadores internacionales, el establecimiento de nuevas garantías que refuercen la seguridad de la no agresión, ni invasiones a Ucrania, ni las supuestas amenazas de la OTAN a Rusia. ¿Podría llamársele a esto palabrerías?
Exigir al régimen dictatorial de Nicolás Maduro que libere a los presos políticos y que acuda al encuentro de una solución a la realidad de hambre y miseria que aprisiona “bajo los escombros” a los niños venezolanos y su futuro. ¿Se atrevería alguien a calificar esto de palabras intimes para vencer la oscuridad?
Es tiempo de detener la muerte y vencer por la vida, sin cobardía intelectual, con verdadera valentía de parte de quienes pueden contribuir a salvar a los inocentes; que se dispongan a dar fuerza a las palabras para la paz.
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