Cuando la naranja celeste
se deja devorar por los
incendios magnánimos
mis ríos salobres comienzan a crecer
y sus mareas crepusculares
se agigantan
cual Nilo interior precipitado con
dirección desconocida hacia un
nunca jamás imaginado
Por las tardes cuando
la ígnea mandarina cósmica
se interna por entre los pliegues
de las constelaciones y derrama
sus lácteas onirias insobornables
sobre nuestras cabezas atolondradas
de caminantes inmóviles
de incesantes navegantes imaginarios
Yo extravío mis brújulas y me doy
a los mandatos del sueño y me hundo
en la insondable marea del tiempo
y me abandono a los vértigos inclementes
de los turbiones espiraloides
sin tregua y sin cansancio.
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