«Gracias por venir. Los extranjeros nos tratáis mejor que nuestro propio gobierno», dice Hatice al equipo español que monta un hospital de campaña en Iskenderun, en la provincia de Hatay, una de las más afectadas por los potentes terremotos que el lunes pasado arrasaron el sureste de Turquía, dejando al menos 31.000 muertos y 80.000 heridos.
Hatice, una mujer de cincuenta años de edad, no oculta su enfado con el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, al que acusa de haber dejado abandonada esta provincia, asegura, por motivos políticos.
«Ya se sabe que aquí la mayoría votamos a la oposición, y claro, como aquí no pueden rascar votos, pues no nos dan prioridad a la hora de enviar ayuda», se queja.
Política y religión
Aunque en las últimas elecciones generales, celebradas en 2018, el AKP, el partido islamista fundado y dirigido por Erdogan, ganó en la provincia de Hatay, su margen respecto al opositor partido socialdemócrata CHP fue mucho menor que en el resto de las diez provincias más afectadas por el desastre.
En los comicios municipales de 2019, el CHP obtuvo 55% de los votos en la provincia, su cuarto mejor resultado en el país, mientras que en varias de las otras provincias afectadas por el terremoto, el AKP superaba 60%.
Otro vecino de Iskenderun, Mehmet, un conductor de excavadoras, también achaca la falta de ayudas tras los terremotos a motivos políticos con un trasfondo de tensión religiosa.
«Aquí hay muchos alevíes, y ya sabemos que los suníes no tienen en estima a los alevíes», comenta a EFE.
Los alevíes pertenecen a una confesión monoteísta que formalmente se encuadra dentro del islam, pero sin cumplir ninguno de los mandatos de esta religión, al considerarlos innecesarios para la fe.
Su estilo de vida liberal, con el consumo de alcohol normalizado y sin la segregación de sexos que predica el islam ortodoxo, contrasta con el de las conservadoras regiones suníes de Anatolia y especialmente con el discurso islamista del AKP.
Pero también en la vecina provincia de Osmaniye, feudo principal del partido ultranacionalista MHP, desde hace unos años estrecho aliado de Erdogan, los vecinos se quejan de que los coches de AFAD, el servicio de emergencia nacional, solo aparecieron al día siguiente de los seismos..
La enorme extensión del territorio afectado, que con unos 100.000 kilómetros cuadrados y unos 10 millones de habitantes es más grande que Portugal, dificulta desde luego una intervención rápida, admiten muchos.
Control de la información
Aunque la magnitud del desastre superaba cualquier capacidad de respuesta, cunde también la sensación de que la primera preocupación del gobierno ha sido limitar el daño a su propia imagen cuando faltan apenas cuatro meses para las elecciones.
Solo 24 horas después de los terremotos, las autoridades difundían una aplicación para móviles dedicada a combatir la «desinformación», pidiendo a los ciudadanos que denunciaran noticias sospechosas.
En la tarde del miércoles, las autoridades ordenaron a las empresas proveedoras de Internet de restringir al máximo el acceso a Twitter para evitar la difusión de imágenes y opiniones desfavorables al gobierno tras los terremotos, denuncia el diario Birgün.
La medida provocó especial enfado porque muchas personas que utilizaban Twitter para informar sobre edificios derrumbados en los que, a su juicio, se hallaban supervivientes.
Aun cuando no nombran directamente al presidente, muchos ciudadanos muestran su decepción con «los políticos» o «los que mandan» en general.
«Llevamos dos años prácticamente en guerra con Grecia», dice un vecino de Adana, en referencia a los discursos de Erdogan que durante casi todo el año pasado evocaban la posibilidad de invadir el país vecino para dirimir conflictos en el Egeo.
«Y ahora los griegos han sido los primeros en enviarnos ayuda, medicamentos, equipos de rescate. ¿Por qué no podemos vivir así en todo el mundo siempre?», se pregunta este hombre.
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