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Venezuela fracturada

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Por TOMÁS STRAKA

Publicado hace veintiséis años, Venezuela fracturada sigue siendo un libro de actualidad.  En su momento fue escrito como una voz de alarma ante el vendaval que se aproximaba.  Hoy nos da pistas de cómo llegamos a donde estamos. Y lo hace en dos niveles distintos, pero igual de importantes: con la reconstrucción histórica de los hechos de 1992, hecha por uno de sus protagonistas; y con el tono con el que fue escrito, que refleja de forma tan nítida el desasosiego de los años noventa, cuando el país no parecía tener ninguna salida para la honda crisis que lo acosaba, Hugo Chávez apenas se esbozaba como una posibilidad entre muchas, que a algunos empezaba a entusiasmar y a otros, como al general Iván Darío Jiménez, ya asustaba.

Escrito así, al filo del vendaval, o cuando ya sus primeros vientos nos sacudían, el libro pasó de ser una advertencia sobre el futuro a una explicación del pasado.  Pero una que sigue apuntando hacia el porvenir. Su primera edición llevó el título de Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera en 1996 (Caracas, Centralca), que es engañoso. No se trata, afortunadamente, sólo de una crónica de un siglo de asonadas, sino sobre todo del pormenorizado recuento de las de 1992, a las que Jiménez enfrentó, en el caso de la del 27 de noviembre nada menos que como ministro de Defensa, y derrotó. Según confiesa en el prólogo, desde el principio pensó en Venezuela fracturada, pero Guillermo Morón, con quien tenía amistad, le recomendó el título con el que salió. Tal vez con su olfato de veterano editor, Morón pensó en algo que llamara la atención de los lectores, que captara de una vez su mirada en los anaqueles, pero no refleja ni lo que el autor se propuso decir, ni lo que el lector hallará en sus páginas.

Dos terceras partes del libro se refieren a 1992, y si Jiménez retrocedió casi cien años, lo hizo como quien da unos pasos atrás para hacerse de un mejor panorama, no para ser un historiador del siglo XX venezolano. Narra y explica, según sus ideas, los hechos históricos, pero sólo para moldear su tesis de que se trataba de todo: el Estado, las Fuerzas Armadas, la economía, la sociedad, estaba fracturado, que era como una armazón que ya crujía por todas partes y amenazaba con caer.  La armazón, según su opinión, había comenzado el 18 de octubre de 1945, con un golpe, y cerraba en 1992 con otros dos. Dice Jiménez: “Los intentos de golpe de Estado del año 1992 marcaron en forma definitiva nuestro futuro, pero a la vez fueron el final de una época”. ¿Cómo podría ser la nueva época que se abría? ¿De qué modo podría ser aquel futuro marcado por los golpes?  El autor no se adentra mucho en adivinaciones, pero trata de ofrecer ideas y referencias para que los venezolanos, por su cuenta, lo construyéramos del mejor modo posible.

Hoy estamos dentro de aquel futuro, y pareciera que los peores temores de Jiménez no sólo se cumplieron, sino que se quedaron muy cortos. El recuerdo de 1992 es cada vez más vago, así como las discusiones que precedieron a la llegada de Chávez al poder. Es por esta razón que el libro gana su segunda actualidad: la de refrescar la memoria y crear consciencia de lo pasado desde entonces hasta acá. Para empinarnos con mejores herramientas que en 1996 hacia el porvenir.

Desvelando el olvido

Los golpes de 1992 están casi olvidados. Puede sonar extraño, pero la condición de entrada no era auspiciosa para la memoria: la verdad, nunca se ha tenido del todo claro qué fue exactamente lo que pasó. Es tal la maraña de intereses, intrigas, gente que quiso sacar provecho y no pudo, sino que recibió un trastazo del búmeran que lanzó; gente que sí pudo sacarlo, y mucho, pero que prefiere disimularlo; deslealtades y traiciones que unos glorifican y otros esconden escrupulosamente; muertos de los que nadie se hace responsable,  en fin… se trata de un terreno sembrado de tantos peligros que el acuerdo parece ser el de pasar de largo, aceptando las simplificaciones que mejor convengan.

Y acá llegamos al segundo punto: las simplificaciones han sido prolijas y muy convincentes (en gran medida, porque para muchos es beneficioso dejarse convencer).  O se trató de un atentado a la democracia de un grupo muy marginal, acaso de agentes de infiltrados. O fue la épica de unos jóvenes soñadores y valientes, que indignados por la corrupción de los políticos, las penurias de los pobres y el creciente descalabro del país, decidió arriesgarse a salvar su patria.  Son dos extremos, en el que el segundo gozó de todo el apoyo que tiene la Historia Oficial. Al pedestal del Comandante sobraban logros políticos, algunos muy impresionantes (no en vano Jiménez ya lo identifica en 1996 como “aprendiz de Maquiavelo”), pero le faltaban laureles castrenses. Así se volvió a su rendición televisada y su famoso por ahora, una especie de prodigio similar a los de la Gesta Heroica.  También, como en esas fotos trucadas de los líderes soviéticos, de las que se borraba a todos los que iban resultando inconvenientes, se fue eliminando aquello que pudiera opacar a Chávez, que en un principio era sólo uno de los líderes.  Así, por ejemplo, el golpe del 27 de noviembre fue ocupando un lugar cada vez más secundario, hasta casi no hablarse de él. En 2009 el 4 de febrero pasó a ser fiesta nacional.

También se creó una narrativa que alinea los golpes con el discurso socialista impulsada de forma expresa a partir de 2005. La génesis del golpe no estuvo en una logia fundada en 1983, sino en el Caracazo y la indignación que causó, en el ajuste neoliberal, en el imperialismo, en una idea de revolución. Medios de comunicación, discursos políticos, manuales escolares, se han encargado de esparcir este relato.  Pero a este velo de omisiones y manipulaciones, siguió otro: el del olvido, ahora sí puro, a medida que la Revolución Bolivariana fue perdiendo fuelle, Chávez murió y el país cayó en el colapso económico.  Los actos oficiales del treinta aniversario fueron más bien tímidos, e incluso sirvieron para hacer proclamas a favor de la prosperidad y la productividad, nuevas banderas del proceso.

Cuando Iván Darío Jiménez escribió su libro, no había forma de que se imaginara todo esto. Pero sin quererlo, terminó haciendo una contribución desvelando el olvido.  Quien quiera enterarse de los sucesos de 1992 desde una perspectiva poco trajinada, la de los oficiales y soldados que enfrentaron a los golpes y los derrotaron, hallarán el testimonio de uno de los protagonistas centrales, quien además acarreó gran cantidad de documentos en respaldo de sus tesis. Hace una narración exhaustiva, llena de referencias, anécdotas y datos. Tal vez no haya otra tan pormenorizada, en especial del 27 de noviembre, el golpe más o menos eclipsado por el 4 de febrero, y aquel que Jiménez tuvo que combatir de forma directa. No se trata, naturalmente, de la narración de un observador imparcial, hecha con tono académico, sino de un protagonista, que sostuvo posiciones muy claras, tanto en las peligrosas horas de los hechos como después, pero que siempre se ocupa de respaldar sus afirmaciones con datos y de razonar sus opiniones.

Desde su visión de 1996, hay personajes que entonces eran prácticamente unos desconocidos, y que poco después se convirtieron en grandes figuras políticas.  Hay otros cuyas posturas podrán sorprender en la actualidad, como connotados opositores, algunos en el exilio, que Jiménez señala como participantes en los complots. El retrato de todo aquello, justo en el momento en el que el país estaba por cambiar para siempre, es el gran testimonio que nos legó Iván Darío Jiménez.

El autor y su contexto

La narración de los golpes del 4 de febrero y del 27 de noviembre es el principal aporte del libro. Visto desde los ojos de quien tuvo que combatirlos y logró reducirlos, constituye un punto de vista muy poco atendido después de veinte años de hegemonía chavista: el de los militares que decidieron ser leales a la institucionalidad democrática. Se ha desarrollado una historiografía bastante abundante sobre el tema, así como una larga lista de trabajos periodísticos y politológicos, que ofrecen una visión alternativa a la de la historia oficial; pero la voz de los militares que aquel día combatieron y derrotaron a los insurrectos no ha tenido tanto protagonismo como debería para hacernos una idea global de los hechos.  Porque si algo salta a la vista desde la primera página, y se mantiene a lo largo de la primera parte histórica del libro, la del recorrido por los golpes anteriores a 1992, y cobra plena fuerza en la segunda parte, la testimonial, es que se trata de un militar. Uno comprometido con su carrera (más que eso, con su opción de vida) hasta las últimas consecuencias.

Es un militar que nos ofrece una de las profesiones de fe institucional más contundentes que hemos encontrado. En sus conclusiones espeta: es hora de que los militares entiendan que los gobiernos se cambian en las urnas electorales, con el poder del voto y no con la fuerza de las armas, es hora de que los militares entiendan que en estas luchas fratricidas quienes más pierden son las Fuerzas Armadas y el pueblo, que son los que ponen los muertos y sacrifican sus hogares y su libertad; las FAN han perdido un buen número de sus mejores oficiales en estas actividades en las cuales participan preñados de un caudal nacionalista y creyendo en una utopía, olvidando que las FF AA están para defender la soberanía del país, su seguridad, ayudar en su desarrollo, pero no para ejercer el gobierno, esto le corresponde al pueblo a través del voto, más aun a las puertas del siglo XXI, donde creemos debe privar la sensatez sobre las vísceras, la razón sobre el poder de las armas. Preguntamos: ¿cuántos muertos han puesto los que aúpan los golpes de Estado y la violencia en todas sus expresiones? Estos “líderes” son los mismos en todos los tiempos, y mientras ellos manifiestan eufóricamente que el ataque del Destructor “Zulia” contra la Infantería de Marina era algo hermoso, heroico, en Puerto Cabello las Fuerzas Armadas y el pueblo entregaban en holocausto infame más de 500 muertos; ellos, los “líderes” de estos movimientos siguen vivos y algunos ocupando altos cargos en el gobierno, otros son defensores de “nuestros derechos” en el Congreso de la República, otros son emisores de opinión en los diferentes medios de comunicación social con una “autoridad digna de jueces celestiales”. ¿Cuántos de esos “jefes” o “líderes” o como quieran llamarlos murieron o siquiera fueron heridos en las montañas? Pregunten, por favor, cuántos oficiales, suboficiales, clases, soldados, policías y humildes campesinos fueron asesinados impunemente en los años sesenta; ellos, los que manejan con destreza el arte de la mentira y el engaño nunca estuvieron en un combate, los otros, los inocentes, jóvenes estudiantes captados en las universidades, esos entregaron sus vidas inútilmente.

Es un militar que, a diferencia de muchos en su generación, se distinguió en el combate de las guerrillas comunistas en la década de 1960, y que por eso sabía de qué iba la guerra y de las dolorosas consecuencias de quienes apelan a las armas para tomar el poder. Como suele pasar con los guerreros curtidos, su postura se asemeja a la de la famosa máxima de Erasmo de Rotterdam, de que la guerra sólo es buena para quienes no la han vivido. Pero igualmente es un militar que demuestra, a lo largo de todo el libro, las tensiones que nunca dejaron de existir entre el sector castrense y el mundo político civil. Su opinión extremadamente negativa del 18 de octubre de 1945, que le endilga casi todo lo que pudo haber tenido de malo a Acción Democrática y no a quienes al cabo planearon y ejecutaron el golpe, los militares, demuestra hasta qué punto muchos problemas de cincuenta años atrás seguían vigentes en 1996. Y si así lo estaban en un oficial de institucionalidad rectilínea como Iván Darío Jiménez, que había sido jefe de la Casa Militar de Jaime Lusinchi, ministro de Carlos Andrés Pérez y Ramón J. Velásquez, que en su libro señala a Raúl Leoni como uno de los mejores presidentes de la historia venezolana, que resueltamente enfrentó y develó un golpe, ¡qué esperar de otros de lealtades más volubles!

El cursus honorum de Jiménez es además muy decidor de las oportunidades que abrió la Venezuela democrática a jóvenes humildes y talentosos como él.  El muchacho de clase media, de los Magallanes de Catia, nacido en Caracas en 1941, que inspirado por un familiar aviador, ingresa a la Escuela de Aviación Militar en la aurora de 1958, encontró un horizonte amplio para desarrollarse. Egresado como subteniente en 1963, se especializa en lo que entonces era una de las promisorias novedades del mundo militar: los helicópteros. Incorporado al Grupo Aéreo de Operaciones Especiales, “Cobra”, le tocó participar en las operaciones contra la guerrilla.  A veces volvía a su base con impactos de bala en el helicóptero. A ello siguieron años de formación en Estados Unidos, hasta convertirse en uno de los principales especialistas de aeronaves de ala rotatoria en Venezuela. Tal fue su prestigio que se encargó de trasladar presidentes y de dirigir la Escuela de Aviación. Para 1989 ya es general, en 1990 llega a la jefatura del Estado Mayor Conjunto y después asciende en 1992 a ministro de Defensa, lo que se consideraba la coronación de la carrera militar.

En todos aquellos años miró con atención y especial cercanía al poder el camino que tomaba el país. Hacia al final de la carrera, todo indica que eran más las cosas que lo preocupaban que las que lo entusiasmaban. Sin embargo, no cayó en la tentación de violentar su juramento para convertirse en un “salvador de la patria”, en un “gendarme necesario” que viniera a poner orden. De hecho, la gran hora, aquella en la que salta a la historia, llega cuando debe defender —cosa que hace, con el compromiso y la entrega usual— a un sistema que, por otra parte, le genera tantas dudas. Pasado a retiro, decide dejar su testimonio. Son los días en los que Venezuela se restaña las heridas de la crisis financiera (según algunos, la más grande, por el porcentaje de la banca afectada, de la historia mundial, o en todo caso una de las más grandes).  El gobierno despertaba del fracaso de echar atrás el “paquete neoliberal” y asomaba la Agenda Venezuela, tan promisoria como implementada tardíamente. Un Hugo Chávez recién liberado que parecía diluirse, predicando, en liquilique y ante concentraciones y conferencias a las que no va casi nadie, su evangelio de la Agenda Alternativa Bolivariana.  La sociedad miraba a la ex Miss Universo y alcaldesa de Chacao, Irene Sáez, como una solución; los partidos se canibalizaban en pleitos intestinos, la delincuencia se volvía un problema nacional, la inflación que no amainaba y el día a día de las personas de a pie se hacía cada vez peor.  Y era, apenas, la antesala de sobresaltos aún mayores.

En ese contexto donde el clamor de “que se vayan todos” crecía, salió y más o menos pasó desapercibido el libro de Iván Darío Jiménez. Sus siguientes años, hasta que falleció en 2017, debieron ser los de una angustia, incluso una tristeza mayor.  Ver que los señalados en sus testimonio como conspiradores y aventureros se hacían del poder, todo el poder; que imponían un plan que al principio no era muy claro, pero que después se decantó en un ensayo que se parecía bastante al de los socialismos de la órbita soviética, sobre todo a los reformados de la última etapa, como el socialismo goulash o el yugoslavo, cuando el Muro de Berlín estaba más que  caído; ver a sus amadas Fuerzas Armadas reconvertirse en algo cada vez más distante de sus valores, exaltando incluso a los guerrilleros que combatió y derrotó, debió torturar el final de la vida de Jiménez.

Rescatar aquel libro, como han decidido los herederos del autor, es más que un homenaje a un militar profesional y a un padre y abuelo muy querido. Escrita al filo del vendaval,  el valor de Venezuela fracturada se ha acrecentado después de haber padecido sus embestidas, o incluso de seguir padeciéndolo. En medio de esta larga tormenta, nos da pistas sobre un pasado, tan vigente como olvidado; y también sobre cómo construir un futuro que, esperamos, sea mejor al que se avizoraba en 1996. Ese es el legado que nos dejó Iván Darío Jiménez y el que hoy, con la reedición de su libro, la familia pone a disposición de toda la sociedad.

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