No podía ser de otro modo: apenas se produjo la muerte de Hugo Chávez, comenzó el paulatino proceso de resquebrajamiento del edificio del chavismo. Mientras vivió, haciendo uso de los más diversos recursos, Chávez logró atajar y domesticar las fuerzas divisionistas. Para mantener la unidad, hizo uso de los más diversos recursos: repartió cargos, contratos y responsabilidades en el gobierno. Creó unas supuestas amenazas que ponían en peligro a la revolución, lo que exigía ─insisto, según Chávez─ mantener la unidad al precio que fuera.
Muchas veces apaciguó reclamos y ambiciones, con promesas que se materializarían más adelante. Y, por supuesto, cuando lo creyó necesario, amenazó, incluso de forma pública, a los disidentes, como ocurrió, por ejemplo, con el Partido Comunista de Venezuela y con el partido Patria Para Todos ─PPT─. El lector recordará cómo, en 2008, refiriéndose a estos dos partidos, en un mitin del PSUV dijo: “Yo los acuso de contrarrevolucionarios, y hay que barrerlos del mapa político venezolano. Van a desaparecer del mapa político. Yo me voy a encargar de eso, tengan la seguridad. El Partido Comunista va a desaparecer del mapa político. El PPT va a desaparecer del mapa político”.
Con el ascenso de Maduro al gobierno, el carácter de la lucha cambió de forma sustantiva: con Chávez al mando, los chavistas no cuestionaban la capacidad de su líder para manejar el poder. Con Maduro, desde un primer momento, no solo se pusieron en duda sus capacidades personales, sino su legitimidad política. De hecho, Maduro ha tenido que invertir mucho de su tiempo en las luchas internas, que han crecido en frecuencia e intensidad.
Uno de los factores que ha tenido un cambio más decisivo es que, con Maduro, se ha producido la incorporación abierta de las facciones militares a las luchas por el poder. ¿Y por qué? Al no ser militar, su dependencia de ciertos altos cargos militares ha alcanzado niveles nunca vistos en Venezuela. Nunca un ministro de la Defensa o un jefe de la Casa Militar habían tenido tanto poder, habían detentado tanta impunidad, ni habían estado tan involucrados en la gestión política del poder, de forma directa y constante, como ha ocurrido con Vladimir Padrino e Iván Hernández Dala. En una estructura esencialmente presidencialista, como la venezolana, nunca un gobernante tuvo que aceptar la presencia, intervención y exhibición de poderío, como las que Maduro se ha visto obligado a conceder a Diosdado Cabello.
En todo este cuadro de cosas se ha producido otro cambio de fondo, que es la más poderosa fuente de malestar que existe dentro del propio gobierno y del chavismo: nunca la familia de un gobernante había concentrado tanto poder. Nunca el nepotismo había alcanzado la expansión y ocupación de la esfera pública como ha ocurrido con los clanes Maduro, Flores, Gaviria y otros conexos. Nunca, con descaro y hasta con exhibicionismo, la familia presidencial se había erigido en la fuente de discordia, no solo en las altas jerarquías del poder, sino también aguas abajo, en las bases mismas del PSUV, entre funcionarios de menor rango y entre los pocos aliados que le quedan al madurismo.
Y es que esto es lo esencial: el madurismo es una conformación política, económica y delincuencial, cuya esencia es familiar. Ese carácter, el de una corporación familiar que usa el poder para el beneficio de unos pocos, se ha profundizado a través de los años. Es decir, ha empeorado, ha incrementado sus prácticas de exclusión.
En esta columna, en varias oportunidades, me he referido al modelo de poder del régimen encabezado por Maduro. He escrito que el mismo se fundamenta en el reparto de los bienes del país ─entendiendo bienes como los beneficios, contratos, explotaciones, rentas y demás prebendas que pueden extraerse de la nación y la sociedad venezolana─, entre distintos grupos de poder, militares y civiles.
A esos grupos les han entregado el control territorial (con su lucrativo negocio de alcabalas, controles y tratos con la narcoguerrilla); aeropuertos, puertos y aduanas; empresas del Estado; materias primas y el transporte de las mismas (como por ejemplo, el contrabando de gasolina a Colombia, garantizado por escoltas militares); la explotación de concesiones; la importación de bienes subsidiados; las compras de armas y pertrechos militares; la adquisición de insumos para la Educación y la Salud; y una infinidad de cosas más, contratistas de esto y aquello, que reciben dineros del Estado y no entregan nada a cambio.
Esta estrategia, la de repartir el país por pedazos, para así garantizar lealtades políticas, silencios, complicidades y estabilidad, ha tensado las cuerdas a un extremo insostenible. Y, a consecuencia de ello, ha producido un efecto de permanente pérdida, no solo de figuras que alguna vez tuvieron posiciones destacadas en el poder, sino también en las bases mismas del PSUV y las organizaciones populares.
¿Y cuáles son esos factores que han producido y expandido la disidencia? Hay cinco que son claramente reconocibles. Factor 1: El vínculo de la alta cúpula del régimen con el narcotráfico y las narcoguerrillas. Son numerosos los sectores del propio madurismo que no quieren tener relación alguna, ni siquiera indirecta, con el mundo del narcotráfico. Factor 2: la violación de los derechos humanos (tortura, aniquilación de los derechos políticos, implantación de la censura y la autocensura). Factor 3: la creciente presión de las bases, producto del hambre, el desempleo, la debacle de los servicios públicos. Factor 4: la total pérdida de sensibilidad del poder hacia los problemas del país. Esta pérdida se hace más evidente en el exhibicionismo de los altos funcionarios del régimen, que circulan por todo el país en vehículos millonarios y usan blue jeans de 1.500 dólares. Factor 5, el más controversial, erosivo y divisionista: los apetitos de la familia y, de forma aguzada, de Nicolasito y de los hermanos Morón, que tienen la licencia para apoderarse de todo lo que decidan, pasando por encima de los intereses y parcelas de otros cabecillas civiles y militares que, por ahora, deben presenciar, estupefactos e impotentes, cómo el hijo mimado, el sagrado, el innombrable, el rey de todos los negocios y repartos, una tras otra, va tomando el control de las riquezas nacionales.
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