Una acalorada discusión se transforma rápidamente en un pequeño motín en un albergue para 811 indios en la ciudad brasileña de Boa Vista y obliga al Ejército a intervenir para calmar los ánimos entre los Warao, tal vez los más vulnerables entre los 50.000 venezolanos refugiados en Brasil.
«Ese es nuestro pan de cada día», admitió Vania Fátima dos Santos, coordinadora de las operaciones en Brasil de la organización Fraternidad Sin Fronteras y que gestiona en asociación con el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) varios de los albergues construidos en Boa Vista para los venezolanos que han huido de la grave crisis en su país.
El abrigo Pintolandia, un espacio de escasos 10.000 metros cuadrados en el que los indios se hacinan en hamacas y tiendas de campaña, se ha convertido en uno de los más conflictivos de entre los cinco grandes centros de acogida para refugiados venezolanos en Boa Vista, la capital de Roraima, el estado brasileño en la frontera con Venezuela, según sus responsables.
Los Warao constituyen parte importante del éxodo venezolano en Brasil y fueron tal vez los primeros en llegar en masa a este país, por lo que cuentan con albergues exclusivos tanto en Boa Vista como en Pacaraima (450 refugiados), la pequeña ciudad brasileña en la frontera con Venezuela y único paso fronterizo entre ambos países.
Los abrigos exclusivos fueron construidos porque los Warao eran los que menos inconvenientes tenían para montar grandes campamentos en plazas públicas y mendigar en las calles.
En ambos alojamientos mantienen varias de sus costumbres, como dormir en hamacas, cocinar en hogueras de leña, confeccionar las artesanías de las que viven y permitir que sus niños anden desnudos.
«Los indios tienen problemas con el alcohol y la marihuana; no respetan las leyes brasileñas; creen que pueden maltratar a sus mujeres e hijos y desafían la autoridad», denunció una de las funcionarias del estado de Roraima responsable por la administración del abrigo y que dice recibir amenazas y agresiones seguidamente.
Pero para el Consejo Misionero Indigenista Brasileño (CIMI), el órgano del Episcopado brasileño para asuntos indígenas, y para la Comisión de Derechos Humanos del Colegio de Abogados de Brasil (OAB), esos conflictos obedecen a la falta de respeto para con las tradiciones de los indios.
«En Pintolandia fueron juntados indiscriminadamente indios Warao y E’ñepa. Son personas de distintos clanes que traen históricas rivalidades de Venezuela. Además, en Brasil no se respete la autoridad de sus caciques ni se comprenden algunas de sus costumbres», explicó a Efe Marcelo Charléo, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la OAB en Río de Janeiro y que presta asistencia a los indios.
De acuerdo con el CIMI, la situación se agravó con la decisión del gobierno brasileño de poner al ejército en el comando de las operaciones de acogida de los refugiados, ya que los indios se sienten intimidados y sometidos por la vigilancia militar.
Según el CIMI, los militares tratan de forma enérgica y desproporcionada los casos de incidentes provocados por indios que llegan embriagados al abrigo o que tienen discusiones familiares a los gritos, e imponen sus propios «aidamas» (caciques).
«Los aidamas colaboran con los administradores del abrigo y señalan a los que se portan mal, lo que ha generado un malestar. Pero los Warao estaban entre el dilema de que se expulsara a toda una familia con tres niños o que se expulsara a un cacique», explicó un voluntario que coordina proyectos de capacitación.
Para Charléo, el mayor problema reside en que los Warao, pese a estar separados de los otros refugiados venezolanos, no son reconocidos legalmente como indios en Brasil, lo que les daría un estatus especial y los pondría bajo protección directa del Estado.
«El Estado brasileño no los reconoce como indios debido a que no se trata de una etnia que ocupe la frontera. Ellos vivían lejos de la frontera», explicó el oficial de Relaciones Internacionales de la Acnur en Roraima, Pablo Mattos.
Los Warao proceden del delta del Orinoco pero abandonaron sus tierras debido a que el desvío de los ríos los dejó sin alimentos y ahora viven de mendigar y de vender artesanías.
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