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Gula: una mirada a la poesía de Ángela Molina

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A solicitud mía y por bondad de su autora tengo el inmenso gusto de acceder a la gratificante lectura del poemario de la periodista venezolana Ángela Molina, egresada de la Universidad Central de Venezuela y actualmente afincada en Gran Canarias (España).

Sin más preámbulos quiero centrarme en lo que estimo de mayor valor estético-subjetivo en los textos que conforman este manojo de poemas sugerentemente titulado Gula.

La gozosa aventura sensible que constituye el libro en sí mismo comienza con una especie de paratexto que a modo de frontispicio del primer poema reza así: “Todo se gesta en el silencio”.

Es, a mi modo de ver, una afirmación de trascendental importancia y por ello mismo de incalculables consecuencias éticas y estéticas.

Si tan solo esta afirmación que precede al poema que da inicio al poemario lograra despertar en el hipotético lector una duda o alguna eventual inquietud metafísica ya por ello mismo el libro como proyecto estético verbal estaría plenamente justificado.

La poesía de Ángela Molina emerge de las complejas y muchas veces inasible profundidades del magma social e histórico que le sirve de entramado anecdótico. Ejes temáticos que distinguen los textos poéticos que integran este “cuaderno de poesía” son, a no dudarlo, el luto, el miedo, el duelo y el desamparo de una madre que pierde a un hijo tiroteado en plena calle; el llanto explícito o contenido causado por la irremediable pérdida del ser amado, el fracaso en todas sus miríadas de corolarios, la noción de naufragio y de incertidumbre ante la inminencia de lo inevitable e irreparable.

“Todos somos poca cosa

O nada. Apenas una fecha nos define

Y esperamos la próxima que marque el epitafio

(…)

Lo que quedó el hollín las cicatrices

Y entonces la vida resulta dolorosa

Como una condena una mazmorra un orfanato

Un asilo

Con sus pequeñas torturas cotidianas”.

Una densa reflexión filosófica de inevitable sentido ontológico existencial subyace a no pocos textos poéticos reunidos en este libro de Molina.

Sin que quede un ápice de dudas; los poemas de Gula operan como ejercicios espejeantes donde el lector se ve a sí mismo refractado en una especie de complicidad junto al sujeto lírico que habla con las terribles y sutiles imágenes poéticas.

El dolor y el sentimiento de pérdida como ancestral atavismo existencial se explicita en no pocas páginas del poemario. El texto intitulado: «Poema en el espejo» es, por su intrínseca naturaleza interrogativa un doloroso canto de hondas y terribles tesituras emotivas y de profundo timbre sentimental donde “la precariedad”, “ el miedo” y “el desamparo” junto al “hastío” como elementos constitutivos de una peculiar resistencia ontológica que se niega a claudicar y declinar el élam vital que impulsa la pasión de la reafirmación de la vida pese al aparente imperio tanatocrático que aparentemente se enseñorea por doquier, aquende y allende los mares.

“No somos pájaros, Sara

Aunque probemos a ser aves migratorias

Y surquemos el océano por largas temporadas

Para huir del frío

Y sobrevivir”. (p.6)

Debo dejar consignado aquí a modo de constancia testimonial que me rindo admirativamente ante el “estro lírico” del hablante poético y admito quedar subyugado por capacidad metaforizadora de la poeta cuando exclama: “aunque probemos a ser aves migratorias y surquemos el océano”. Es obvio que en el lenguaje común ordinario se surca la tierra (literalmente) no el océano. No obstante, el poder taumatúrgico del hablante lírico recupera las antiguas palabras de la tribu (Mallarmé) y eleva el lenguaje a cimas de excelsitudes metafóricas, confiriéndole al lenguaje poético un inusitado e innovador brillo léxico. Igualmente ocurre con el tratamiento de la milenaria idea de “éxodo”, “exilio”, “extranjía”.

Veamos a modo de confitura un ejemplo:

“El barco en el piso de Cruz-Diez

Pero Ellis Island está en la cuarentena

De los que se quedaron…” (pág. 7)

La poeta venezolana Ángela Molina postula en este maravilloso libro una vastísima cultura abrevada en las fuentes puras de la antigua civilización greco-latina y exhibe una singular sabiduría sobre la pulpa esencial de la vida y el conocimiento de la misma. Su herencia insular por línea patrilineal le otorga una excepcional plenitud de derecho para hablar con rigor y propiedad del mar y sus misterios e incógnitas y enigmas.

“Bajamar, pleamar

Oleaje

orgasmo” (pág. 9)

“las blancas paredes de mi casa

Del lecho donde me entrego al sueño

Del rictus trasegado

Del fracaso en la batalla

Del tacto suave y amargo y las cenizas”.

Celebro con singular entusiasmo y agradezco a su autora el haberme acercado este extraodinario poemario y testimonio testamentariamente que la diáspora poético-literaria venezolana está forjando un inaudito corpus scriptorum de una vigorosa y hercúlea lingüisticidad y estética verbal sin precedentes en el último medio siglo de creación poética inscripta en la tradición literaria fundada por nuestros padres y hermanos mayores.

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