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La protesta debe tener un fin político también

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El resurgir de las protestas populares a lo largo y ancho de Venezuela este mes señala que 80% de quienes rechazan el régimen de Nicolás Maduro está agotado de vivir con un salario miserable. No alcanza para nada. Sus acciones obedecen al propósito de tener una vida digna y al miedo de estar condenados a ser miserables en su propia patria.

Durante 25 años, el chavismo-madurismo se ha mantenido por el deseo de ejercer el poder, de proteger su dinero, de vengarse del “imperialismo yanqui”… Lo que quieran, pero es un deseo y solo después están los argumentos.

Actualmente, para mantener unidos y movilizados a sus seguidores, Maduro ha reiterado que las sanciones internacionales son las únicas responsables de la profunda crisis económica y de la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores.

El poder no se mantiene solo por la fuerza, tiene que mover la obediencia de las bases. Algo que también sucedió en la Alemania nazi, en la Cuba “revolucionaria” y ahora en la China de Xi.

El pasado lunes, la razón de la contramarcha oficialista fue: “¡Hoy el pueblo de Venezuela está en la calle contra las sanciones!”.

En lo político, tenemos una dinámica en extremo emocional, que genera polarización. Por ejemplo, las fuerzas democráticas no han logrado tener una emoción positiva (gozo, gratitud, serenidad, esperanza, orgullo, diversión, inspiración, asombro y de amor) asociada a los logros de los 40 años de democracia, permitiendo que el control cognitivo oficialista se imponga con la posverdad “revolucionaria”. Porque el modelo económico de la V República colapsó, sobre todo desde que Maduro tomó el poder en 2013. Y en lo político sigue la tiranía.

Después del cuarto trimestre de 2014 hubo 24 trimestres consecutivos de contracción económica, culminando en el primer trimestre de 2021, cuando se observó un pequeño crecimiento económico. Pero ese impulso perdió fuerza a partir del segundo trimestre de 2022.

Es cierto que las sanciones económicas a la estatal petrolera Pdvsa en 2017 incidieron en la caída de la producción petrolera, pero para ese momento la economía venezolana ya había entrado en una profunda crisis a consecuencia de la política de expropiaciones masivas, con sus efectos perniciosos sobre la producción nacional, incluyendo la petrolera; la política de alto endeudamiento irresponsable y gasto público desenfrenado e ineficiente; la política intensiva de control de precios y control de cambio, y los altos niveles de corrupción gubernamental.

Según las fuentes secundarias de la OPEP, la producción de petróleo de Venezuela era de 2.359.000 barriles diarios cuando Maduro ocupó Miraflores en 2013. Para el momento que Pdvsa fue sancionada en 2019, el bombeo de crudo estaba en 792.000 barriles diarios. Una caída de 1.567.000 barriles diarios (66%), sin sanciones económicas. Actualmente, la producción de petróleo del país se ubica en 685.000 barriles diarios. En consecuencia, las sanciones estadounidenses a Pdvsa han causado un desplome de la producción de 107.000 barriles diarios equivalente a 14%. Por lo tanto, la crisis socioeconómica que atraviesa el país no fue originada por el cerco de Estados Unidos a la estatal petrolera venezolana de 2019. Además, Pdvsa siguió exportando crudos a China, la India, Singapur y Europa.

Hay un hecho político. El triunfo de las fuerzas democráticas en las elecciones parlamentarias de 2015 terminó con el fin del interinato el 5 de enero de 2023. Por lo tanto, el dolor por la oportunidad perdida para restituir la democracia en Venezuela no debe generar una desincronización de la política opositora respecto de las realidades sociales y económicas del país. Los dirigentes políticos de los partidos que integran el G-4 no están aprendiendo a la velocidad necesaria para acompañar el resurgir de las protestas sociales. A la que grita “Venezuela está en la calle”, luchando por sobrevivir.

En ese sentido, los políticos deben aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia el entorno nacional y geopolítico. Y para avanzar en la salida política, a mayor velocidad. En este entorno cambiante es esencial la inteligencia contextual o situacional para tener un mejor control ante nuevos escenarios de gran incertidumbre y complejidad, alineando las tácticas con los objetivos para crear estrategias inteligentes en situaciones nuevas. Porque la solución a la crisis económica es política. Mientras la tiranía siga, las inversiones necesarias para reconstruir el país no llegarán. Continuará la economía del saqueo para que puedan cobrarse las deudas las empresas y la banca internacional, y para enriquecer a la casta política.

Un ejemplo de que sí se puede lograr un cambio en el escenario político fue la suspensión del viaje de Maduro a Argentina para asistir a la Cumbre de la Celac. Las acciones de los grupos de derechos humanos, los dirigentes políticos argentinos y la diáspora venezolana lograron esta victoria. La justicia universal fue la clave.

Los políticos del G-4 están siendo desbordados por las fuerzas sociales, los gremios. Para algunos, la solución está en volver a la normalización con el régimen, lo que no genera confianza para restituir la democracia. Los partidos tienen que poner en marcha sus propios procesos de aprendizaje de convertir la lucha para sobrevivir en un cambio político. Pero no solo los políticos tienen que aprender. También los ciudadanos debemos hacerlo. Porque somos los guardianes de los poderes últimos de la sociedad. Si no están lo bastante instruidos como para ejercer su control con un criterio justo, el remedio no consiste en quitarles autoridad, sino en exigirles que estén a la altura de la lucha social.

Las protestas para sobrevivir deben ser políticas también. Si no lo que estamos haciendo es correr la arruga.

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