El llamado milagro económico chavista que alega una presunta recuperación del país estalla en mil pedazos frente a la dramática realidad. Más allá de la economía de los bodegones, los sospechosos conciertos, las ventas de carros importados y los restaurantes plenos de boliburgueses, lo único que queda es una Venezuela depauperada que trata de sobrevivir a cualquier precio.
La dolarización de facto que ocurre en Venezuela y las masas de billetes verdes que pasan de mano en mano no son el resultado de ninguna reactivación de la industria o el comercio. La única forma de explicar esta situación es por la permisividad que ha tenido el régimen chavista con gigantescas operaciones de narcolavado, que es la única actividad económica que realmente tiene la capacidad de poner dinero a circular.
Sin embargo, esos circuitos económicos dejan por fuera al 99% de la población que ni puede lavar dólares ni tiene el privilegio de ser empleada en la administración pública. Hay un pequeño segmento de trabajadores al servicio de las pocas empresas privadas que quedan en Venezuela y son pagados con modestos salarios en dólares. Para el resto de los venezolanos no hay ni siquiera salarios de hambre y Human Rights Watch estima que podrían ser más de 10 millones.
Esto hay que tenerlo en cuenta cuando vemos las masivas protestas que hoy recorren a toda Venezuela, en su mayoría promovidas por empleados públicos donde los más destacados han sido los maestros y los trabajadores de las empresas básicas en Guayana. Muchos de estos empleados y obreros fueron incorporados a la administración pública por su comprobada filiación chavista, como no podía ser de otra manera en un Estado clientelar de partido único.
Pero el desmantelamiento de la economía nacional es tan grave que los salarios de hambre que el gobierno paga en bolívares megadevaluados no alcanzan para comprar un mercado semanal. La dramática crisis económica que hoy sacude a Venezuela no pide carnet de partido y le pasa factura por igual a chavistas y no chavistas.
De un solo golpe los trabajadores y empleados chavistas están sintiendo el mismo dolor y la impotencia que sienten el resto de los venezolanos frente a una tragedia que solo puede llevar a una súbita toma de conciencia para entender que ese Estado chavista que tanto han apoyado es sencillamente inviable. No hay atajos. El régimen chavista y sus políticas improvisadas han fracasado y ahí están los trabajadores chavistas en la primera fila para dar fe de ello.
La inusitada fuerza que han tomado las últimas protestas que se han visto en Venezuela es precisamente porque por primera vez comienzan a tener un carácter más de tipo nacional e inclusivo al contar con la participación de chavistas y no chavistas. Por eso el régimen dio marcha atrás el año pasado con el manual de la Onapre y por eso mismo este año el Estado chavista no ha dudado en usar a sus esbirros de la Dgcim y el Sebin para tratar de aplastar la protesta. Porque no hay peor cuña que la del mismo palo.
Lo otro que hemos observado es la aparición de caras nuevas en esas protestas y el rechazo a la presencia de esquiroles sindicaleros del chavismo o de los partidos de la falsa oposición. Esto lo vemos como algo muy positivo conociendo que los intereses de cada bando tratarían de mediatizar la lucha sindical para favorecer sus mezquinas agendas.
Un dirigente sindical de falsa oposición se quejaba amargamente porque no le permitieron participar en la protesta de los trabajadores en Guayana. Este dirigente apuntaba los errores que cometieron los trabajadores de base al tratar de negociar el fin del conflicto con el gobierno. Su crítica buscaba advertir que la próxima vez tenían que buscar a dirigentes veteranos para no cometer errores. Bueno, el precio de poner ese movimiento de protesta en manos de experimentados operadores partidistas de uno u otro bando es sencillamente que negocien a espaldas de los dolientes, como siempre lo han hecho.
Es preferible que sucesivas crisis y protestas por demandas salariales provoquen el surgimiento de nuevos e inexpertos líderes sindicales y gremiales que ya tendrán la capacidad de aprender sobre sus propios errores y los errores de otros. Estos nuevos dirigentes deben impulsar agendas de lucha con programas reivindicativos a corto, mediano y largo plazo, además de mantener a raya la manipulación de los partidos chavistas y los de la falsa oposición.
La inexperiencia de esos cuadros se podría compensar rápidamente con su disposición para aprender de otras tradiciones y experiencias sindicales en la historia del movimiento obrero de Venezuela como del resto del mundo. Un movimiento sindical y gremial nacional de nuevo tipo, deslastrado de la influencia de chavistas y falsos opositores, abriría nuevos y promisorios horizontes en la lucha por el cambio político en Venezuela.
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