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Una mirada al espíritu del 23 de enero

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La dictadura militar encabezada por el general Marcos Pérez Jiménez cae el 23 de enero de 1958, porque ya no era compatible con la modernidad que la sociedad venezolana estaba alcanzando, consecuencia de varios procesos, el primero de ellos la prosperidad económica impulsada por el rentismo petrolero.

En efecto, en aquellos tiempos no existía una presión social visible por un incremento de la pobreza, o la escasez de productos básicos, o la carestía de la vida, pues la sociedad venezolana vivía mejor que la mayoría de los paisanos latinoamericanos. Nuestro país recibía inmigrantes de Europa, del Medio Oriente, de China y Japón y de los países vecinos; familias enteras que venían a buscar la prosperidad y la seguridad que sus lugares de origen les escamoteaban.

Venezuela gozaba de buen ambiente para casi todo, la economía era próspera, la industria crecía, la inflación no era conocida, el bolívar era una moneda dura y el dólar se miraba de reojo, el desempleo era mínimo, la agricultura y la ganaderíase expandían, se iniciaba la electrificación del Caroní y los grandes proyectos siderúrgicos.

El país se urbanizaba aceleradamente y Caracas se llenaba de autopistas y edificaciones públicas de enorme impacto como el Centro Simón Bolívar y la Ciudad Universitaria, las autopistas acercaban a la provincia con la capital y el litoral central. Es verdad que la mayor parte de la inversión pública, y como consecuencia de la privada, se concentró en la región norte centro costera del país, el eje Valencia–Puerto Cabello–Maracay–Caracas–La Guaira, y para allá se fueron la mayoría de los venezolanos a disfrutar de la prosperidad petrolera.

Lo cierto es que el año nuevo de 1958 encuentra a Venezuela en una socioeconómica francamente buena, se respiraba progreso y al menos en los sectores populares se vivía el sosiego de un país en franco avance.

Otra cosa era el poder político y su ejercicio. Allí la casta militar que había emergido de la Guerra de Independencia continuaba mandando, y los de charretera seguían cobrando caro su heroísmo en los campos de batalla. Casta militar que se fue consolidando luego con la “revoluciones”, la Guerra Federal, las montoneras caudillistas y las largas dictaduras, sin que el mundo civil, verdadero actor de la prosperidad nacional, tuviese protagonismo alguno. Y allí se produce la contradicción de fondo de un modelo económico liberal, aunque rentista, y un modelo político autoritario, estatista y centralista.

El espíritu liberal que vivían los venezolanos en el campo económico y social, era incompatible con el espíritu cuartelario que se vivía en el poder. El mundo civil emergía en unas nuevas realidades nada parecidas al mundo rural y atrasado de otras épocas, y la presión de los enormes ingresos petroleros hacía crecer una clase media moderna, preparada y trabajadora que contrastaba con el mundo de privilegios castrenses.

Esa transformación se venía alimentando lentamente, en el campo de la sociedad civil y de los partidos políticos, con participación cierta de sectores importantes de la Iglesia Católica y en los ambientes académicos. También en sectores de las fuerzas armadas, pero por otras razones más vinculadas al reparto del botín y del poder.

Cuando ocurre la caída del dictador el 23 de enero de 1958, toma el poder quien había sido seleccionado por criterios castrenses, que es el oficial más antiguo de la fuerza armada, el vicealmirante Wolfgang Larrazábal, quien constituye una junta militar. La protesta popular no se hizo esperar y son incorporados a la junta de gobierno tres civiles de gran prestigio:  Eugenio Mendoza, Blas Lamberti y luego Edgar Sanabria. Allí se inicia la verdadera transición hacia la democracia liberal representativa, que se consolida con el Pacto de Puntofijo, que es un acuerdo de gobernabilidad entre las principales fuerzas políticas, y que luego se expresa en la Constitución de 1961.

Todo este proceso se interrumpe con el resurgimiento de las apetencias de la casta militar en noviembre de 1992 con la insurgencia del teniente coronel Hugo Chávez, la destitución del presidente Carlos Andrés Pérez en 1993 y la llegada al poder de Chávez en 1999. Se instala en Venezuela el llamado “socialismo del siglo XXI” que en la práctica en la toma del poder por una cleptocracia sin escrúpulos.

El régimen que somete a Venezuela hoy 23 de enero de 2023 es anacrónico, corrupto e ineficaz. Es una dictadura que produce ruina y pobreza a la población mientras concentra la riqueza en sus oligarcas. Es una cleptocracia ruinosa y ruin, dedicada a obtener sus fortunas de la rapiña, la corrupción, la minería depredadora, del narcotráfico y de otras fuentes ilícitas. Amigo de las peores juntas de la humanidad, de todo gobierno que niegue la libertad y el respeto a la dignidad humana.

Hoy la situación es mucho más grave que hace 65 años. Tanto económicamente, como social e institucionalmente. Las élites políticas son escasas y vivimos en una anomia muy grave. No hay espacios para el optimismo, pero la esperanza resiste. El fracaso del régimen es tan grande que es posible el renacimiento de ese espíritu, y que se pueda expresar en la posibilidad de un proceso que lleve a que el pueblo venezolano a unas elecciones, aun en las condiciones tan adversas.

Hay un espíritu del 23 de enero que busca caminos de libertad y democracia, e intenta reinscribir a Venezuela en el mundo occidental y en sus valores. Alimentar ese espíritu es el gran desafío de hoy.

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