Por JOSÉ ANTONIO PARRA
El cuarto de los temblores de Jacqueline Goldberg, recién publicado por Oscar Todtmann Editores, es una profunda exploración que hace su autora en torno a sí misma y a su condición corporal referida a sus temblores. En este texto se manifiestan los territorios de la literatura, de la salud, del cuerpo y del espíritu hasta su más ínfima dimensión. De lo que se trata ultimadamente aquí es de la epifanía de lo humano en el devenir del tiempo. Este es un autorretrato de Jacqueline Goldberg de cara al otro, un autorretrato que funciona como espejo de un otro que son muchos, muchos rostros y cuerpos, muchas condiciones y anécdotas simultáneas.
Goldberg apela a una (re)presentación de su propia constelación íntima y para ello utiliza una hibridez discursiva, una donde se dan en simultaneidad la poesía, la prosa poética, el discurso médico, así como distintas aproximaciones estilísticas. En este artefacto confluyen géneros, fragmentos, trozos de vidas y de tiempos que son una perspectiva plena del maremágnum atemporal que es la propia vida de la autora. Esa constelación poética y especular queda de manifiesto desde el mismo pasaje inaugural de El cuarto de los temblores cuando la poeta escribe:
“El temblor me antecede. Proviene de una catástrofe trazada sin margen, sin nombre, sin fe.
Hace mucho anhelo escribir sobre el temblor. No sobre lo que se observa en el trepidar de mis manos. No acerca de derrames, sustos nacidos de sus desacatos. Escribir sobre la precaria materialidad del temblor. Su duración. Su vacuidad. Eso que por impronunciable sostiene. Porque cuando aparece ha comenzado a desaparecer y a aparecer de nuevo.
Temblar ha sido la más voluntaria de mis involuntades.
Alguien dijo que el día que escribiese sobre el temblor, dejaría de temblar. Que cuando tallara en vocablos todo lo que vibra desde mi infancia, nada volvería a estremecerme. Pero nunca escribí. Un poco por incrédula, otro tanto porque temo no temblar. La desaparición del mal me dejaría a la intemperie, sería una desconocida de mí”.
La aproximación de Goldberg a su condición es estereoscópica; la escritora apela a la superposición de planos discursivos provenientes de distintos tiempos y lugares para poder dar una mirada cabal a sí misma. Metafóricamente, esta mirada pareciera darse a la manera densa de un “lente ojo de pez”. El cuarto de los temblores es un ejercicio donde la autora no solo escruta lo aparente de sí, sino que también constituye un ejercicio introspectivo que va hacia el alma, tanto de la propia Goldberg como de lo humano per se.
Hay además en este trabajo una honda mirada confesional. Jacqueline Goldberg se sumerge en aspectos relativos a su más profunda intimidad, tanto familiar como personal. Aquí lo emocional y el cuerpo se hacen escritura. Se observa además una serie de registros que devienen de manera simultánea en la edición, de modo que vemos desplegarse la realidad venezolana, la vivencia literaria y un desentrañamiento detectivesco, científico y literario, en pos de saber de qué condición se trata en definitiva la padecida por Jacqueline Goldberg.
Todos los caminos han sido virtualmente explorados en esta incansable búsqueda y quizá ello sea metáfora de una búsqueda más de naturaleza ontológica y trascendente en pos del Ser. La mixtura de elementos a los que apela la escritora en este trabajo da cuenta de una exquisita sazón, quizá producto de su privilegiado paladar del detalle en lo relativo a los sabores. Vemos entonces la singularidad enigmática con que la poeta logra, por ejemplo, atmósferas relativas a la mágico religiosidad:
“La desesperación de una madre no admite llegadero. Vamos a ver a una médium parlante. Una bruja. Detesta que le digan bruja. Como remuneración exige una rosa roja.
La primera cita sucede una tarde temprano. Esperamos horas para ser atendidas. La mujer con turbante nos hace recorrer la sala, el comedor y llegar al fondo de la casa, un patio techado en el que aguarda su sala de sesiones.
Pasa sus manos por todo mi cuerpo, sin tocarlo. Dice que en otra vida fui una niña pianista, que morí trágicamente en los días en que nacía a esta otra vida. Mi madre no dejará de hablar por mucho tiempo de ello, presa de una sensación de maleficio.
Me da como tarea dormir junto a un vaso de agua cubierto con un plato, en la mañana debo beberlo, rezar, rogar. Desde entonces bebo agua al despertar”.
La tensión alcanzada por la escritora en esta obra es superlativa, sobre todo en lo referido a la rítmica con que devienen los hechos. Estos aluden a una perspectiva de la vida en su totalidad, una totalidad hecha a base de pasajes, de fragmentos. Aquí vemos desplegarse una vida donde se manifiestan alegrías, familia, amigos, tristezas, tragedias, cuerpo y enfermedad. Ese es uno de los valores esenciales de este libro, el planteamiento de una vida que va siendo; de una vida que en un cierto momento Jacqueline Goldberg decidió capturar en registro textual, cual excelente fotógrafa, mientras la temporalidad acecha esa experiencia atemporal que le es inherente.
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El cuarto de los temblores
Jacqueline Goldberg
Oscar Todtmann Editores
Caracas, 2018
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