“Dejo sangre en el papel, y todo lo que escribo al día siguiente rompería, si no fuera porque creo en ti. A pesar de todo tú me haces vivir, me haces escribir dejando el rastro de mi alma y cada verso es un girón de piel. Soy un corazón tendido al sol”. (“Soy un corazón tendido al sol”. Víctor Manuel).
No sé si a ustedes les pasará, pero a mí, hay veces que una sola frase, una sola palabra incluso, me produce una reacción inmediata que me transporta a otro espectro. Puede ser un recuerdo, una vivencia pasada, pero la mayoría de las veces va bastante más allá.
Como escritor, como columnista, bebo mucho de las experiencias, propias y ajenas. Alimentan, en multitud de ocasiones, la primera llama que prenderá en la hoguera que desembocará en el artículo. La mayoría de experiencias ajenas, aparte del anecdotario y, mayoritariamente, de las lecturas de otros autores, surgen de la observación. Decía Mafalda, en una de sus fantásticas tiras, que “lo malo de andar siempre con las orejas puestas es que uno tiene que oír según qué cosas”. Si bien suelo coincidir bastante con Mafalda, o más bien debería decir con Quino, en filosofía de vida, yo sin embargo considero imprescindible ir siempre con los oídos atentos y con los ojos abiertos.
La inspiración, como la belleza, se encuentra en los lugares más insospechados y, muchas veces, una estrofa de una canción, una respuesta en una entrevista, una afirmación espontánea te ofrecen la puerta de salida de algo que tenías dentro, como autor, y no sabías cómo sacar o, en su caso, no sabías siquiera que estaba ahí.
“Esto no es un ensayo, esto ya es el espectáculo”. (Carolina Noriega en su entrevista en Sociedad civil).
En mi caso, muchas veces, cuando no sé qué escribir, me pongo los cascos y me voy a pasear, o al gimnasio; y si bien la observación de lo que ocurre a mi alrededor con la debida atención me ha inspirado más de una columna, es sin embargo la música la que, por lo general, obra el milagro.
Si ustedes han escrito o al menos lo han intentado, en el sentido literario del verbo escribir, habrán podido comprobar que lo más complejo del asunto es hallar una temática, un hilo del que tirar para desenredar la madeja del texto. El tema es la piedra angular de toda columna, relato o novela que ustedes puedan abordar en cualquier formato escrito. Todo parte de una idea; Después, es la destreza del autor la que conseguirá o no transformar esto en un texto; Si puede ser en un texto que merezca la pena ser leído, pues aún mejor.
Para que esto llegue a puerto, es deseable, además, que el escritor haya leído bastante; Si puede ser, mucho. No es que se trate de imitar a otros escritores, en sus formas o en su fondo, sino más bien saber de qué materia está hecha la literatura, algo tan etéreo y tan indescriptible como la estructura que dota de vida a un texto. Puede parecer sencillo, pero ponerte a escribir sin haber leído mucho es como ser vegano y presentarte a Masterchef. Si no has paladeado el sabor de los textos, si no te has emocionado con ellos, es imposible que puedas cocinar una historia coherente o, al menos, que no resulte plana al interlocutor, en este caso, el lector.
Decía Virginia Woolf que “cada secreto del alma de un escritor, cada experiencia de su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente escritos en su obra”. Evidentemente, como en todo proceso de creación, esto es muy cierto; Pero es precisamente el material del que está hecha la literatura, esto es, la palabra, la que determina que sea el arte más influido por el espíritu del autor, posiblemente junto a la composición musical. La palabra, en ambos casos, es la materia prima, la base de todo, pero el sentimiento es la especia que condimenta el resultado final. Sin sentimientos no hay sal, no hay pimienta y por tanto, el resultado no puede resultar muy apetecible.
No obstante, en la voluntad del autor está que su obra sea más o menos sabrosa. Yo en mi caso, me nutro por completo de mis sentimientos, exponiendo sin pudor mi interior, de tal manera que tal exposición es sin duda peligrosa, pero a su vez atractiva. Soy un convencido de que si no tienes nada interesante que aportar, lo mejor es no intervenir y de que si alguien empeña algo tan valioso como su tiempo en leerte, tienes que corresponder a tan generoso acto. El incienso está bien, incluso la mirra, pero como autor, tengo que tratar de ofrecer oro.
Créanme, uno sabe cuándo lo que ha escrito merece la pena el tiempo que el lector va a dedicarle; y aunque es imposible satisfacer a todo el público, hay que intentar, al menos, no dejar indiferente a nadie. Es magnífico que te amen, pero prefiero el odio a la indiferencia, sin lugar a ninguna duda; Por eso, en ciertas ocasiones me han tildado de suicida, de ir a tumba abierta con mis pensamientos, de ser demasiado vehemente; y la verdad es que casi siempre tienen razón. Pero como ya he dicho, mátenme como quieran, menos con su indiferencia.
“A trabajos forzados me condena, mi corazón, del que te di la llave. No quiero yo tormento que se acabe, y de acero reclamo mi cadena”.(“A trabajos forzados”. Antonio Vega, con letra de Antonio Gala).
@elvillano1970
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