Admiro mucho al famoso terapeuta familiar Boszomeni-Nagy, quien hace hincapié en la importancia de la justicia relacional, o sea, en que las relaciones humanas deben ser justas. De no ser así, no duran y hacen mucho daño. Por ejemplo, si en esa relación de esposos, hijos, familiares o amigos, uno da mucho y no recibe nada o muy poco. El que da y no recibe, se va llenando de rabia, dolor y mucha depresión, entre otras cosas.
Esa persona es quien cuida a todos, cocina, está atenta a las medicinas de los otros, visita a los médicos con los menores o ancianos, siempre está dispuesta a dar apoyo emocional o económico, etcétera. Sin embargo, no recibe nada, o muy poco, a cambio. Si se enferma, nadie la acompaña ni la cuida ni le da soporte emocional o económico. Es vivir sintiendo que quienes amamos nos “deben”, y no dinero precisamente. Una deuda que implica emociones, abandono, dolor, deslealtad… Deudas de amor y de dolor que nos marcan.
Mirando hacia Londres, tenemos el mejor ejemplo: el caos de las relaciones en la familia real. La cultura de no querer hablar sobre mi familia y sus secretos, negar los problemas y decir que la ropa sucia se lava en casa, es la causa de muchas muertes, separaciones, divorcios y abusos. Cuando no puede ser usted mismo, cuando miente sobre lo que siente o lo que es, está condenado a terminar mal, emocionalmente hablando.
Pero esto no solo ocurre en las familias. También se da en los trabajos, donde personas leales, productivas, puntuales, sinceras y eficientes, no son reconocidas. Y quienes logran aumentos de salario, ascensos a mejores puestos, e incluso premios, son los chupamedias de los jefes. Los adulan y engañan, y así logran sus “éxitos”. Esa es una injusticia relacional, donde uno da de más, y quienes reciben, no devuelven en igual medida.
Hay personas con autoestima baja, que nunca creen merecer lo que reciben. Les da vergüenza que alguien les compre algo, que les paguen bien (siempre cobran menos) y hasta gastar en ellas mismas. Esas personas dan mucho, pero no saben recibir.
Hay que reclamar para que le dejen dar, es injusto que no le dejen. Para crecer, tengo que dar. Si solo recibo, no crezco.
¿Tenemos que esconder lo que pasa en la familia, la pareja, los hijos y los amigos, o si no somos desleales? Creo que no. Nadie nació para crecer con tantas reglas rígidas e insanas. Quien le diga que no hable y se exprese, quien le quita su derecho a ser usted mismo, no le ama.
Solo crecemos cuando aceptamos y comprendemos a nuestra familia, cuando podemos crecer en esas diferencias. Es un proceso. Lo importante es vivirlo en libertad y respeto.
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