Espacios de decencia, lugares de sensatez o islas de cordura, varias frases sirven para ilustrar la idea de sitios o ámbitos donde predominen relaciones honestas, serias, lúcidas, prudentes y sabias, definidas por el respeto a la persona humana y orientadas a la búsqueda del bien común. Pueden ser territorios definidos en términos geográficos, pero pueden ser también espacios determinados por relaciones entre personas, independientemente del lugar donde se encuentren. O pueden ser instituciones cuya identidad sea una determinada visión organizacional, o grupos humanos que se relacionan por determinado interés de carácter identitario, religioso, cultural, político y de otros tipos.
Espacios de decencia son aquellos donde la actividad que se realizase hace con base en relaciones cordiales, sinceras y confiables. Puede ser una empresa, un club deportivo, una parroquia religiosa, una institución educativa, un barrio o una aldea, lo fundamental es que predomine el convencimiento de que las personas son capaces de actuar de buena fe, de manifestar con amabilidad sus diferencias y de llegar a acuerdos mediante conversaciones inteligentes.
Margaret Wheatley es una prestigiosa consultora en materia organizacional, de dilatada actuación en el desarrollo de iniciativas transformadoras de empresas internacionales y locales, autora de libros muy exitosos como El liderazgo y la nueva ciencia traducido a 18 idiomas. Es doctora en Cambio y Comportamiento Organizacional de la Universidad de Harvard y tiene una maestría en Ecología de Medios de la Universidad de Nueva York. Hoy cercana a los 80 años se muestra decepcionada de las posibilidades de cambio en las estructuras dominadas por el lucro y la codicia. Prefiriere la concentración de los esfuerzos en estructuras locales o pequeñas, que puedan mediante ágiles articulaciones globales, provocar cambios cuánticos.
En un mundo que exhibe extensos espacios de desconfianza, emergen dispersas muestras ejemplares del poder del humanismo. Aún en las tragedias de las guerras, la severidad de la especulación financiera, la terrible ofensiva a la salud humana de las transnacionales de la “alimentación” y la salud, el control obsceno de los dueños de los monopolios de la sociedad de la información y otras tragedias de la civilización moderna, allí están, a título de ejemplo, de que la condición humana existe, los médicos, los maestros, los periodistas, la gente que hace caridad y cientos de organizaciones, la mayoría calladas, que transforman realidades para el bien de mucha gente.
Así mismo, cuando uno constata el vacío de confianza que existe en Venezuela, también puede percatarse de espacios donde tiene su hogar la decencia, la honestidad y el trabajo honrado. Son muchos los agricultores, artesanos, empresarios y comerciantes que se ganan la vida “con el sudor de su frente”. Familias que no se rinden para el cuidado de sus miembros, maestros que enseñan, médicos que curan, religiosos y religiosas que imitan a Jesús de Nazaret, periodistas que son héroes para llevar la información veraz a sus lectores. Incluso hay políticos que se reconocen porque no han sido víctimas de esta locura que contaminó a los partidos.
La idea es que se cultiven y extiendan estos espacios donde el liderazgo sensato tiene su lugar. Alimentar la fe en que siempre se encontrará un lugar donde la nobleza de la persona humana se expresa, y ayudar a que se conozca la experiencia, se valore, se extienda y reciba el aprecio y el estímulo de una sociedad que necesita de buenos ejemplos. Saber aún hay gente seria y confiable, y que los espacios, organizaciones o lugares donde operan viven y sobreviven aún en condiciones extremas.
Una empresa ejemplar, una escuela solidaria y de calidad, un centro de salud que funciona bien, unas parroquias eclesiásticas que son ejemplo de espiritualidad y de servicio, unas organizaciones civiles que efectivamente ofrecen servicios para aliviar la crisis humanitaria compleja, o una organización que documenta con profesionalismo la realidad, todos son ejemplos de espacios de decencia.
Un barrio o una aldea, una cuadra en la ciudad o cualquier otro lugar que se organiza para mantener o elevar su calidad de vida en medio de las carencias, agricultores que se organizan, gremios que tienen actividades de solidaridad y cientos de valiosas iniciativas humanas que emergen para demostrar que no todo se ha perdido, que no todo es codicia y poder, espectáculo o circo, valen la pena para rescatar la idea de la humanidad posible.
Si se logran conocer estas experiencias y es posible algún tipo de articulación, seguramente se extenderán y contribuirán a crear un efecto multiplicador que alimente la esperanza de una transformación de mayor alcance.
Dos experiencias pueden ilustrar mejor lo que aquí se quiere decir, aunque existen muchas. Una en el caso del sistema de cooperativas larenses conocida como Cecosesola (https://cecosesola.org/), que ganó el año pasado el llamado Premio Nobel Alternativo de Economía, que otorga la fundación Right Livelihood (modo correcto de vida) entre decenas de nominados de 77 países del mundo, “por establecer un modelo económico equitativo y cooperativo como alternativa sólida a las economías basadas en el lucro”.
Otra experiencia es la posibilidad que se concrete la “visión” establecida por los pobladores de Isnotú. En una serie de ejercicios realizados antes de la beatificación, un grupo de isnotuenses, las autoridades del santuario y colaboradores establecieron que Isnotú debe ser “el paraíso espiritual de Venezuela”, para lo cual plantearon diez caminos estratégicos. La idea del paraíso es por el patrimonio de biodiversidad y paisajismo que tiene el lugar, y la de espiritual es por los valores de servicio que representa su hijo el Dr. José Gregorio Hernández. Combinar las ideas del cuidado de la “Casa Común” y el desarrollo integral sostenible, con las de una comunidad sana y solidaria.
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