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La lista

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Unos 200 funcionarios y ex funcionarios, militares y civiles, forman la lista de los señalados por la presunta comisión en Venezuela de crímenes de trascendencia internacional [narcotráfico, corrupción, lavado de dineros, violaciones graves de derechos humanos]. Ha sido elaborada, año tras año, por Estados Unidos, luego de la primera Orden Ejecutiva 13692 dictada por Barack Obama en 2015, y a la que se agregan en 2018 los nombres de 14 personas identificadas por Canadá y otras 11 por la Unión Europea.

Todas a una muestran dos características o elementos teleológicos: (1) Se apoyan sobre relatos previos, investigaciones documentadas, historias de hechos que se anteponen a los nombres y que, por lo demás, agregan, de modo inédito, a personas jurídicas, abiertas o encubiertas, estatales o privadas, vehículos de tales crímenes que en su momento habrán de juzgar los jueces nacionales e internacionales. Serán ellos quienes fijen la memoria, declaren las verdades, determinen las responsabilidades, y adopten las medidas para el “nunca jamás”, la no repetición. (2) Separan, además, la cizaña del trigo. Muestran a la mayoría de los venezolanos como gente de bien, víctimas del mal absoluto.

La lista en cuestión, por ende, se sobrepone a la arbitrariedad, a la explicable presión de las víctimas, que, por ser víctimas, reclaman el retardo o la no inclusión de uno u otro personaje que han inscrito en sus registros personales. La lista, llegado el instante, hará privar la justicia reparadora, purga en lo inmediato las venganzas colectivas que atizan parcialidades y mantienen abiertas las heridas; esas que, como lo dicta la experiencia, nutren y disparan odios seculares y los renuevan para que no se agoten; odios que cambian de sujetos según el giro que tome la rueda del poder. Eso lo muestra y prueba nuestra historia patria.

No por azar, la narco-revolución imperante en el país ya se desnuda sin pudor, huérfana de humanidad. Solo la mueve –lo ha dicho– la venganza. Vive atrapada por demonios propios y se niega al raciocinio. Lo que es peor, contamina el ambiente sin discriminar.

Nuestro padre Libertador tuvo su lista en 1813. La integraban quienes no le seguían, que eran mayorías. Su decreto de guerra a muerte divide las voluntades y parcela. De un lado los españoles y los canarios, los malos; del otro lado los americanos, los buenos; que al caso son los mismos, pues se trata de los padres frente a los hijos, de los venidos desde la península ante sus descendientes inmediatos, los criollos. Tanto que, así como aquellos unas veces se mueven de bando de acuerdo con el ritmo de las circunstancias de la guerra, estos hacen lo mismo. Todos son engullidos por la vorágine de la sangre familiar.

El gobernador de Curazao, en septiembre, le implora clemencia a Bolívar y respeto por la vida de los presos en las bóvedas que controla o postrados en los hospitales. Opta por ordenarles a los comandantes de La Guaira y de Caracas, Leandro Palacio y Juan Bautista Arismendi, que los decapiten o pasen por las armas. Suman 800 las víctimas de la barbarie. ¡Y es que la venganza generaliza, y la justicia individualiza!

He allí la diferencia entre la lista de los sancionados por verdaderos crímenes de lesa humanidad y la mal llamada lista Tascón, que recibe Hugo Chávez de manos del magistrado judicial, entonces presidente del Consejo Nacional Electoral, Francisco Carrasquero. Aquella nace de la instrucción de causas y la última abre la Caja de Pandora, procura la “muerte civil” de millones de venezolanos, y su persecución generalizada y sistemática hasta el presente.

La historia es útil por lo que enseña. De nada sirven sus párrafos cuando, sacados de contexto por los traficantes de ilusiones, se les esgrime para manipular a las masas. El mismo Simón, a quien estos no dejan descansar y cuyos huesos incluso han usado para “holocaustos” malignos, aprende de su vivencia. De allí su testamento, que pide, contrito, unión, no unidad.

Esperaba la goleta Shannon –¿coincidencia o profecía?– que ha de llevarle al destierro, que se frustra por su muerte, cuando en el silencio del dolor moral que lo acongoja hacia mediados de 1830, el Padre de la Patria es testigo de la conmoción de los espíritus y la completa perdición de la república. Los militares deliberan, participan de la agitación política. Quienes se persuaden de lo aprendido por él, toman la divisa verde. Los otros, o la endosan roja con la consigna “libertad o muerte”, que a la vez pintan sobre las casas, o la usan roja y negra, para mostrarse más vengativos e intransigentes. ¿Otra coincidencia? Los causahabientes de estos son los actuales enlistados por narcotráfico, lavado de dineros, terrorismo, secuestros, torturas.

No todas las listas, cabe aclararlo, son de infamia o infamantes, por deshonrar y dado su origen criminal, parientes de la llamada “infamia canónica” romana. En medio de la tragedia que vive Venezuela, a buen seguro existe otra lista, una lista Schindler, que honrará a sus hacedores y beneficia a muchos de nuestros compatriotas.

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