“Calle arriba caminé tranquilo, al abrigo de un invierno frío que dejé pasar. Al doblar la esquina de la acera, di de bruces con la primavera, no la vi llegar. Un verano sin excusa y en otoño me olvidó la musa, me dejó marchar. Me perdí en las estaciones y hoy el tren paró por vacaciones, no quiere arrancar”.(“Estaciones” . Antonio Vega).
Es curioso, pero a medida que avanzas en la vida, en la medida de que empiezas a ser consciente de que tu tiempo es finito y, por tanto, tiene que acabar, de alguna manera empiezas a plantearte qué has hecho en la vida y qué te queda por hacer. El problema es que, a poco consciente que seas de la realidad, debes admitir que hay cosas que ya no podrás hacer, de que hay trenes que ya pasaron, dejándote plantado en la estación, bajo la lluvia fina de la oportunidad perdida.
En cierto modo, la vida es eso. Una sucesión de oportunidades que se fueron, que pasaron y un pequeño conjunto de trenes a los que te has subido, los suficientes, si eres afortunado, como para no pensar que has desperdiciado tu tiempo; una amalgama de oportunidades perdidas, aderezadas con algún que otro acierto que maquilla el fracaso absoluto de la mayoría de devenires humanos.
Es duro expresarlo así, pero también es pragmático. No puedo, aún, saberlo a ciencia cierta, pero sí puedo intuir que, llegado el punto final, si te das cuenta de que esto se acaba y eres tan afortunado de tener siquiera unos segundos para la reflexión, deben ser pocas las personas que consideren que han cumplido su objetivo en este mundo, que se van dejando un legado, que serán recordadas con orgullo y admiración por sus descendientes y aquellos que tengan a bien traerlos a su memoria. Sin duda, es este un camino de errores y faltas, salvo para aquellos afortunados que hayan sabido guiarse por la senda de la perfección y la santidad.
Miren ustedes; yo, definitivamente, no he venido a este mundo a ser santo. He procurado, a lo largo de mi vida, no dejar demasiadas víctimas por el camino, pero confieso que, en general, no lo he logrado. Y soy consciente de ello, lo cual no es un atenuante, sino quizá un agravante para la condena que, sin duda, ha de venir. Y es más, no me importa mucho. Quiero decir que el general de los mortales me importa en la misma medida en la que yo les importo a ellos, que por mi percepción, es una medida ínfima. Y es duro, porque yo, a pesar de los pesares, he intentado ser una buena persona, un buen ejemplar humano y, a pesar de mi esfuerzo, unas veces justo, otras veces ímprobo, no lo he logrado; y es más, nunca, jamás, lo lograré.
Y, ¿saben qué?, me da igual. Ya no me importa la impronta que de mí quede en este mundo, las sensaciones que pueda provocar en los otros, porque ya estoy muy cansado de luchar. No voy a seguir, me rindo. Y, a partir de ahora, seré una duna en el desierto, una palmera en el oasis, un grano de arena en el arenal, sin pretender ser la luz del faro, la sirena en el bombardeo, la cruz roja en la batalla; un anónimo entre la multitud, ciega y sorda, que deambula por las calles sin viento de cualquier ciudad maldita.
En este oscuro mundo de individualismos que configura el siglo XXI, lo mejor es pasar desapercibido, no tener expectativas, no ir en pos de una meta que, en el mejor de los casos, cada vez está más lejos. Dejar pasar el tiempo, de Netflix a Instagram, de TikTok a Twitter, imbuido del desánimo general, esperando que alguien nos saque las castañas del fuego y nos ponga en la mesa el plato de sopa aguada que sustente nuestro día. No teniendo objetivos, sin duda, te ahorras el desengaño y la desilusión que campa a sus anchas por este siglo maldito.
No hay principios, no hay educación, no hay urbanismo, no hay compasión. Los viejos sobran, es mejor dejarlos morir en los hospitales. Los niños dan igual; démosles una tablet para que no molesten. El prójimo nos es ajeno, vivimos en la era del “qué hay de lo mío “. No existe la conciencia grupal, la solidaridad vecinal, solo el propio interés, el desapego más absoluto.
No destaques, no te muevas, no levantes la voz; no disientas del ideario, no te salgas de la línea; de otro modo, estás perdido. El gobierno mira a la izquierda, la oposición a la derecha, pero son dos lados de la misma cara, detrás de las mismas gafas que les impiden ver más allá de su nariz, si es que tuvieran intención de hacerlo, que no es el caso. Nada importa. Nadie importa. Es el fin de la era social. Un mundo distópico, que a la mayoría, nos es ajeno.
Así que enciérrate, echa la llave, no abras la puerta. Nada merece la pena. El mínimo esfuerzo es vano. Levántate, aliméntate, ve la tele, duerme, vuelve a levantarte. Muere.
O por el contrario, lucha, cree, ten principios, respeta a tus semejantes, venera a tus ancianos, ten objetivos. Abre los ojos; ¡vive, coño!, lucha. Intenta cambiar las cosas, no te rindas al desánimo. Pelea y, si pierdes, valdrá la pena intentarlo.
Tú decides.
@elvillano1970
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