Es sabido que ―al menos últimamente― la democracia ideal ha venido sufriendo una enfermedad que debilita su propio sistema inmunitario produciendo que dentro de sus entrañas se generen gérmenes que terminan infectándola y después de un tiempo la postran para finalmente liquidarla en un combate que casi nunca el sistema puede ganar porque ―por diseño― está sujeta a las limitaciones que impone el equilibrio de poderes, el funcionamiento adecuado de la justicia y lo que se llama el “Estado de Derecho”.
Es así como esas democracias ―sean de orientación de izquierda o derecha― terminan debilitándose y dando paso a quienes, sin las limitaciones propias del sistema, sucumben ante el exitoso embate de muy oportunos discursos populistas en boca de personajes poseedores de lo que hoy se llama “carisma”, que tienen una mezcla de ángel personal con la habilidad de saber captar y decir lo que los electores quieren oír. De allí en adelante, cuando el sistema democrático aún no está sólidamente internalizado por la población, se puede dar una confiscación de las libertades que, si viene acompañada por una buena gestión de gobierno, resulta en frases tales como “Perez Jiménez robó pero dejó obra” o cosas tan feas como afirmar que con libertad no se come mientras que con una aceptable conducción económica se puede vivir sin sobresaltos.
Después de la frase citada en el párrafo anterior aparece aquella de “los adecos y copeyanos robaron pero al menos algunas obras siempre quedaron para reivindicar sus gestiones”.
Por último, tomamos nota de aquella desgracia expresada “con el PSUV no solo roban sino que además tampoco hacen siquiera las obras.”
Lo anterior, sumado a espectáculos como el que viene dando la “oposición” venezolana, conduce a la preocupante pérdida de ánimo e interés de la población por la política y los asuntos públicos que es lo que se percibe justamente en estos momentos en los que la decepción generalizada y la prioridad de preocupaciones más acuciantes como conseguir alimentos y trabajo se imponen.
Se afirma que en el exterior, donde la diáspora venezolana puede exceder los 7 millones, existe un potencial no menor a 4 millones de posibles votos que serían en contra del régimen madurista. La constatación “in situ” nos indica que el desinterés predomina entre aquellos que ya llevan años de ausencia y se han ido integrando a las realidades de sus entornos. Luego, los millones que emigraron en las más desventajosas condiciones, caminando y afrontando toda clase de peligros, definitivamente no están en plan de organizarse tampoco para la restitución de la democracia en Venezuela. Su casi única preocupación es la supervivencia en un ambiente muchas veces hostil y la posibilidad de mandar alguna remesa a casa. En consecuencia, el muy legítimo y loable esfuerzo que algunos grupos y personalidades realizan en favor de la organización, no se ve acompañado por esa gran masa de potenciales votantes en contra de la usurpación. Ese es un reto que requiere atención prioritaria. Sabemos que hay quienes los están afrontando y participamos activamente para ello.
La descomposición aquí comentada se potencia también cuando se observa que las instituciones democráticas lo que conducen es a situaciones como las que repetidamente suceden en el Perú, donde los presidentes apenas duran unos pocos meses mientras se organiza el próximo enfrentamiento entre los poderes del Estado haciendo que tal democracia sea equivalente a caos constante. Ello sin contar con episodios como el que en la actualidad se desarrolla en Brasil, cuando apenas se ha posesionado un nuevo jefe del Estado elegido ―limpiamente, sí― pero con un margen que equivale casi a un empate. En ese país se han destituido constitucionalmente dos presidentes (Collor de Melo y Rousseff) y sin embargo las instituciones han aguantado el embate.
En Estados Unidos la confrontación política ha alcanzado un grado de bajeza difícil de creer. Sin embargo, no parece que allí exista alguna posibilidad de que el orden institucional pueda ser quebrantado, pese a la grieta producida ya por partidarios y opositores del expresidente Trump.
En definitiva, lo que se va haciendo cada vez más evidente es que, en el mundo en general y en nuestra región latinoamericana en particular, estamos viviendo un proceso de cambio epocal que, igual que sucedió con la Revolución francesa, la Industrial, la irrupción del comunismo, la era informática, etc., genera tensiones casi irresistibles entre los valores establecidos y los nuevos que irrumpen en el colectivo social. Existe la tentación de concluir que el fenómeno es fatalmente cíclico y por lo tanto inescapable como lo son las estaciones del año etc.
Siguiendo con el razonamiento anterior, no parece ilógico concluir que en nuestra Venezuela, que es parte de un continente en efervescencia, el proceso de recomposición debe seguir su proceso antes de retomar el camino de progreso que deseamos. Ello no significa abandonarse al determinismo del destino sino tener conciencia de que el desarrollo de los acontecimientos requiere el tránsito por etapas que no son tan veloces como sería deseable pero que deben ser empujadas continuamente para reducir los tiempos de cada ciclo.
@apsalgueiro1
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