Puede parecer muy pedante el pretender analizar la realidad de la oposición venezolana a la luz de teorías políticas o filosóficas. Estarían fuera de lugar planteamientos eruditos y citas enjundiosas, pero ocurre que la teoría es necesaria para la comprensión de los problemas que son recurrentes desde que el hombre vive en sociedad.
La Venezuela perfecta yace única y exclusivamente en el frenesí de los sueños más profundos. A lo largo y ancho del territorio nacional se van a encontrar con los ideales más opuestos, al igual que con los paisajes más exóticos. Un mestizaje profundo desde las raíces históricas, pero que algunos solo confunden con egoísmo y retórica. Algunos dirigentes hacen proclamas y acusaciones al buen estilo medieval de los Santos Inquisidores, con la Biblia en una mano y con el Malleus Maleficarum en la otra, buscando la supresión de la herejía, aunque el descarado tupé de otros les hace creer que son la reencarnación de San Pedro y que poseen las llaves del Reino de los Cielos.
En la política como en la vida se debe tener seriedad, ética y criterio propio. Caer en una justificación profunda con argumentos endebles, solamente para apoyar sumisamente alguna «decisión», raya en la más básica idiotez.
Es preferible callar y ya.
Muy buena parte de la dirigencia se apartó del clamor popular y de las reivindicaciones sociales de la gente. Mientras unos poquitos se pelean por alguna red social, existen millones de personas hundidas en interminables colas de gasolina sin pararle a las discusiones. ¿Alguien reclama?, ¿alguien alza la voz? Los grillos empiezan a escucharse. Los municipios se pulverizan en la miseria, olvido y la mala gestión; mientras otros, desde la comodidad de un sofá en el exilio, dan órdenes al buen estilo imperial de «qué decir, cómo decirlo, cómo pensar, incluso cómo respirar».
Los partidos políticos y sus dirigentes deben conectarse irrestricta y diariamente con sus seguidores, escucharlos, prepararlos, motivarlos y guiarlos, seguir construyendo más que una imagen individual a quien seguir, un proyecto colectivo por el cual trabajar incansablemente hasta construirlo.
Más allá de eso, es estar segundo a segundo con la gente a la cual nos debemos, salir de la comodidad e ir a la comunidad, hablar con sinceridad política, responder sus interrogantes, limpiar sus lágrimas frustradas y plasmar una sonrisa de esperanza, escuchar sus problemas y buscar, hasta donde llegue el alcance, la solución posible y viable porque «un líder no se forja en la comodidad de un despacho con aire acondicionado y secretarias, ni en la curul parlamentaria, para decir de vez en cuando un discurso florido, ni maniobrando desde arriba para mantenerse a flote, ni con dinero, ni con diarios y revistas, ni con radios o televisoras, ni con padrinos oligárquicos o la bendición militar o eclesiástica; el líder verdadero se forja y se desarrolla en las catacumbas de la clandestinidad, en las sombras de la adversidad, entre la represión y la violencia».
@JorgeFSambrano
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