Hay un segmento de supuestos analistas y encuestadores en Venezuela que en lugar de producir materiales para tratar de entender y explicar la situación política, se han reducido al papel de justificadores de los entuertos y fracasos de la falsa oposición.
Muchos de estos supuestos “análisis” vienen empaquetados como informes o reportes periodísticos para disimular su compromiso con campañas de propaganda que buscan lavarle la cara a la falsa oposición. Estas piezas que circulan masivamente por redes sociales coinciden en obviar la grave crisis de Estado que afecta a Venezuela y que bajo el chavismo amenaza con arrastrar al país a su colapso definitivo.
En su lugar, estos “analistas” prefieren partir de un contexto artificial creado por ellos mismos según el cual el chavismo no es más que un mal gobierno que podría ser cambiado solo si la gente sale a votar masivamente por un candidato de la oposición. Este enfoque intenta validar la tesis electorera de la falsa oposición según la cual estaríamos frente a una mera crisis de gobierno que podría ser resuelta por la vía del voto en un contexto institucional y constitucional que garantiza los intereses de todos los venezolanos.
Esta tesis deja todo el peso de la decisión política en los poderes públicos del Estado chavista que son quienes en definitiva tienen la facultad para dictar la última palabra como se vio en 2015 donde corrigieron su propio cortocircuito electoral amputando la mayoría calificada a la Asamblea Nacional y luego montándole una Asamblea Nacional Constituyente para legislar paralelamente. La seudolegalidad de estas decisiones fue sustentada por el Estado chavista invocando un derecho sui generis que le otorga todas las ventajas a ellos y niega todas las posibilidades a los demás.
Mientras el régimen apoyado en el Estado chavista siga en el poder es ocioso aspirar a un cambio político sustancial mediante mecanismos totalmente controlados por el chavismo. Esto plantea una grave crisis de Estado que no puede ser resuelta por vía de elecciones ni siguiendo las formalidades de la Constitución de 1999.
Pero este es un punto que “analistas” y falsos opositores prefieren ignorar para enfocarse en el lucrativo negocio de las campañas electorales que alimenta las falsas ilusiones de cambio y termina incentivando una próspera industria que necesita elecciones como sea para poder prosperar.
Estos ideólogos de la falsa oposición que se nos revelan como propagandistas más que como analistas usan una retórica propia del marketing y de la psicología social para tratar de explicar la compleja situación venezolana con base en las etiquetas de carisma y popularidad. Se entretienen mirándose el ombligo y se preguntan con aparente candidez: ¿Podrá la oposición democrática escoger a un candidato popular en unas primarias para oponerse al impopular Maduro? Mientras tanto, la maquinaria estatal chavista se despliega en todos sus sectores y niveles para fabricar un resultado electoral e imponerlo “legalmente” al resto de los venezolanos.
La falsa oposición y sus epígonos son prisioneros de un pensamiento infantil que trata de explicar fenómenos complejos a través del marketing y resolverlos con jingles, slogans y mantras. Mientras no usen categorías propias de las ciencias políticas para entender la grave crisis de Estado que enfrentamos en Venezuela y construir una tesis para superarla, lo más probable es que los falsos opositores y sus justificadores sigan dando bandazos en un eterno círculo vicioso que termina siempre en lo mismo. De una negociación a otra, de unas elecciones a las siguientes, siempre preguntándose desconcertados por las razones de un fracaso que no terminan de entender.
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