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Hace falta ser imbéciles

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Lo que los seguidores del expresidente Bolsonaro han perpetrado en Brasilia es un disparate absoluto. Hace falta ser imbéciles para tomar al asalto el Congreso de la República brasileña creyendo que eso puede tener alguna utilidad. Más allá de que sea inviable hoy en día creer que se puede tomar el poder por la fuerza y alcanzar un objetivo sostenible. Eso no lo pueden hacer extremistas ni de izquierda ni de derecha. Y los hay en ambos bandos.

Son muchos los que hablan en estas horas de intento de golpe de Estado en Brasil. Creo que ya lo quisieran ellos. Porque para dar un golpe de Estado hay que haber trabajado mucho más que el simple asalto a un Parlamento. Está todo inventado. Edward Luttwak publicó en 1968 su magistral Coup d’état. A practical handbook «Manual del golpe de Estado» (Harvard University Press 1979 en la edición que yo tengo). Dar un golpe de Estado tiene una mecánica y se puede hacer en apoyo de cualquier ideología. Como sostiene Luttwak –a quien me sorprendió ver como colaborador de El País en una época– se puede dar un golpe de Estado en defensa de una dictadura de centro. Ni de extrema izquierda, ni de extrema derecha, ni medio pensionista en ambos bandos.

Es evidente que hay una inmensa diferencia entre lo que ocurrió en Washington el 6 de enero de 2021 y lo que ha ocurrido en Brasilia el 8 de enero de 2023: en Washington Donald Trump seguía al mando en la Casa Blanca. En Brasilia Bolsonaro no es que no estuviera en palacio. Es que llevaba dos semanas fuera del país.

Quienes sostienen la responsabilidad de Trump en lo ocurrido en el Congreso de Estados Unidos hace dos años –y a pesar de las acusaciones de la investigación realizada en el Congreso, eso todavía está por demostrar– van a tener difícil hacer el paralelismo con Bolsonaro. Pero hay algo muy grave que sin duda está detrás de este ataque: el auge de la extrema izquierda en Iberoamérica. La forma en que está tomando el poder para después no respetar las normas del juego democrático. El ejemplo más evidente es Perú, donde Pedro Castillo ha dado un golpe de Estado que afortunadamente no ha podido sostener. Y se encuentra felizmente entre barrotes. Pero recordemos el apoyo que ha recibido de países como México –donde se ha dado asilo a su familia– o Colombia, por mencionar solo a los más relevantes. A Castillo, también conocido como «Sombrero Luminoso», no lo ha derrocado la extrema derecha, ni siquiera el centro reformista. Se ha derrocado él mismo y lo ha sustituido la vicepresidenta que él designó: Dina Boluarte. Y que aunque tenga el grave inconveniente de ser analfabeta funcional, es la presidenta constitucional. Que no la hubieran elegido quienes ahora quieren echarla dando otro golpe de Estado.

En Iberoamérica hay un avance acelerado de la extrema izquierda tomando al asalto el poder en muchos países y no cumpliendo las reglas de la democracia. En Brasil la victoria de Lula fue por la mínima. Lo que es más que suficiente. Pero son muchos los que tienen miedo de que esto sea el principio del fin de la democracia como está ocurriendo en otros países. Evidentemente la democracia no se defiende asaltando el Congreso o la Presidencia de la República. Pero urge preguntarse por qué ha ocurrido esto. Por qué algunos contrarios a la toma cuasi totalitaria del poder en Iberoamérica por la izquierda han creído que había que recurrir a la fuerza. Es algo gravísimo lo que hemos vivido en Brasilia. También urge preguntarse por qué ha sucedido.

Y hay que reconocer a los asaltantes de las instituciones democráticas la mala suerte que tienen por ser seguidores de Bolsonaro. Si hubieran sido seguidores de alguien como Pedro Sánchez, su horizonte estaría despejado, acusados solamente de desórdenes públicos agravados. Como la legislación vigente es la que ha dejado Bolsonaro en vigor, acabarán en la cárcel. Ya digo, hace falta ser imbéciles.

Artículo publicado por el diario El Debate de España

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