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El club del candidato presidencial

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Los cambios que han ocurrido dentro de los partidos políticos han alcanzado a los candidatos que le representan. Hoy vemos que estos cambios se han agudizado al máximo y han dado origen al fenómeno del candidato en solitario.  Este es en sí mismo el partido que ya no existe y, por supuesto, no le sirve de soporte o promoción. La relación antes era a la inversa: se requería de un poderoso y creciente partido, promotor de una ideología, diseñador de estrategias,  con un probado modelo estructural y organizativo, es decir, con líderes probados en pensamiento y acción, e impulsadores de  un esfuerzo colectivo desde donde surgía el candidato presidencial. Esto sucedió con los partidos modernos, comenzando con la AD de Betancourt y Gallegos y el resto de las organizaciones políticas. Y, aunque Copei lo creó Caldera para darle base a sus aspiraciones, comprendió  posteriormente que se requería de una compleja y amplia entidad conservadora, si quería tener proyección a futuro. De modo que no puede decirse, exactamente, que todos los más de 50 candidatos presidenciales que se asoman para 2023, con o sin primarias, hacen política.

En efecto, lo fundamental en un partido que se inicia es contar con una dirección política. Un partido es una experiencia colegiada. Es el aprendizaje preciso de que las decisiones esenciales se toman en conjunto, tratándose de una parroquia, un municipio, un estado o  un país. El activismo, por supuesto, es importantísimo. Pero es muy diferente ser activista que dirigente político, orientador, guía, inspirador y motor. Es sorprendente que tanto en los viejos como en los nuevos partidos, la dirección municipal no alce la voz para denunciar lo que hace el alcalde, no tenga una estrategia de opinión pública, no promueva cuadros políticos. No. Esto se debe a que el partido no es tal, sino una organización de activistas que impulsan, hacen propaganda o sufren por un candidato presidencial, un alcalde o un gobernador. Por ello, de organización pasa a ser un club, pues solo nominalmente existen los coordinadores o secretarios de organización, capacitación o actas, cuyos esfuerzos se dirigen a publicitar al candidato presidencial, quien –aun perdiendo– decidirá, si es que hay elecciones, quienes van a parar a las gobernaciones, alcaldías, diputaciones y concejalías.

El fenómeno lo ha desarrollado hasta el cansancio la oposición, perfeccionándose como clubes del candidato presidencial respectivo y hasta donde le sea posible mantenerse, excepto el súbito alacranamiento por todos conocidos. El PSUV y sus partidos satélites reflejan, igualmente, esta idea de club, pero no por completo ya que se confunden con el Estado. Son parte de la burocracia oficial. Por eso cada seccional, comité regional, dirección política estadal, coordinación zonal, o como quiera llamarse de acuerdo con la variada nomenclatura en boga, no son más que clubes de fans del candidato. Y viéndolo bien, y cualquier sociólogo puede constatarlo, sus declaraciones son pocas, porque escasos son los voceros en diferentes áreas, y tienen por elemento doctrinario una gigantesca profusión de flyers, como le dicen a los volantes o folletos en la era digital, de bonitos colores, pero frívolos mensajes.

Por supuesto, no tienen militantes, ya que los militantes son ante todo ciudadanos, titulares de derechos políticos que encuentran garantías para sus esfuerzos y aspiraciones. Sus seguidores son simples fichas de propaganda que de pronto contratan y, de pronto, vemos unos veinte motorizados en una parroquia con banderas y un triste megáfono, para las fotografías y videos, irritando a los vecinos que los desconocen. Esto ha pasado y seguirá pasando porque ya hay una gama de mercenarios electorales que aprovechan el período para llevar el pan a la casa, gracias a una determinada destreza. Esto es lo que hemos aprendido con más de dos décadas de chavismo y madurismo. Esto es parapetar la política, tirarse una parada, improvisar con una candidatura, buscar real para la clientela política. En resumen, crear candidatos que son incapaces de contratar buenos asesores que les instruyan en temas que son de profundidad y una gran necesidad para el país.

Este fenómeno de clubes asociados a la política y los políticos que aspiran a ser candidatos de alguna curul, ya sea presidencial o algún otro cargo de menos cuantía, es una dinámica que comenzó realmente de los grandes voceros de la antipolítica de los noventa y principios del 2000, disfraces de políticos que, tarde o temprano, terminaron convirtiéndose en  una nueva clase política, con vicios iguales o peores de los que asignaban a la clase que criticaban. Dinámica que en algún momento debemos cambiar. Hemos resistido, insistido y persistido en la reconstitución de la institucionalidad de las organizaciones políticas, para que sean garantes de la conducción y la aplicación honesta de las directrices políticas adecuadas a nuestro país,  todo ello pensando siempre en la construcción de una verdadera democracia participativa.

@freddyamarcano

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