En una botella de vidrio queda un poco del licor artesanal amarillento que arruinó la celebración del año nuevo en un pueblo de Venezuela, al dejar nueve muertos, 16 hospitalizados y muchas preguntas por responder.
«Muerte lenta» es el nombre con el que los vecinos de Chivacoa, población agrícola en el estado Yaracuy, bautizaron la bebida.
La fiesta se realizó en una casa rural del sector Pueblo Nuevo. Cuentan los vecinos, que no hablan de otra cosa, que la celebración se prolongó toda la noche al son de música tradicional, pues muchos en el grupo eran músicos, poetas y artistas.
Y a las horas inició la tragedia.
«Empezó el 1 de enero con la pérdida de la vista. Estaba muy mareado», recuerda Joselyn Oropeza, ama de casa de 27 años de edad, refiriéndose a su tío Oswaldo Oviedo, una de las víctimas fatales.
Oviedo asistía al funeral de otro fallecido cuando los síntomas empeoraron, obligándole a acudir a un centro de salud.
«Le pusieron algo como para desintoxicar», pero al poco tiempo tuvo que ir a un hospital en San Felipe -capital de Yaracuy, a unos 30 km-, donde falleció, relata Oropeza.
«Sus órganos fueron totalmente destruidos por lo que ingirieron».
El gobernador Julio León confirmó el balance de nueve fallecidos y 16 hospitalizados «a causa de una intoxicación etílica de un producto artesanal sin registro sanitario».
Una fuente policial dijo a la AFP que el licor fue adulterado con metanol, sustancia que suele ser usada para aumentar el nivel alcohólico de bebidas clandestinas, pero que puede provocar ceguera, lesiones hepáticas y, en última instancia, la muerte.
El consumo de bebidas alcohólicas artesanales ha aumentado en Venezuela, por sus bajos costos, en medio de la profunda crisis económica que ha diluido el poder adquisitivo de sus habitantes. Son habituales en fiestas en barriadas populares de las grandes ciudades y en poblaciones del interior del país.
«Vida muy bella»
Las muertes se fueron registrando a lo largo de la semana.
«Estamos pasando por un momento doloroso (…), la mayoría de los fallecidos son amigos y en parte, hermanos también», lamenta Winder Campos, hermano de Manuel Campos, poco después de visitar su tumba en el cercano estado Portuguesa, decorada con baldosas y una cruz metálica.
Las autoridades entrevistaron a familiares y visitaron la casa donde se celebró la fiesta, donde varias botellas reposaban en el pasto del jardín.
Tomaron muestras del poco alcohol que sobró para analizarlo en un laboratorio.
«No se sabe con qué realmente prepararon esto», dice Oropeza, pero «es muy extraño de que tantas personas en tan corto tiempo, tres días, hayan fallecido».
No se conoce todavía la procedencia del licor.
La policía quiere dar con los proveedores, pero la persona que lo vendía sin controles y que lo llevó a la fiesta, Nabor Pinto, también falleció por su consumo.
Mientras avanza la investigación sobre la «Muerte lenta», los vecinos se reúnen, hablan y recuerdan a las víctimas en sillas plásticas en la calzada frente a sus casas.
«Llevaba su vida muy bella, muy alegre», dice Doris Barico, de 56 años de edad, sobre su hermano Carlos, un año mayor, «escultor, cantante, escritor, compositor».
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