Las diversas motivaciones internacionales para adversar el gobierno de Nicolás Maduro se vinculan tanto con la defensa de la democracia y los derechos humanos especialmente impulsada por organismos multilaterales, como la OEA y ONU, así como por la mayoría de los países de América y Europa, como con las más concretas preocupaciones de los países vecinos por las masivas olas migratorias, el contrabando, el narcotráfico y también por su seguridad nacional, al verse involucrados factores geopolíticos de trascendencia global. No pasa un día sin que surja una nueva condena y nuevas sanciones de países y organizaciones del planeta.
Si a esto sumamos la crisis económica, política y social que vivimos en Venezuela, inédita en países que no hayan vivido o estén viviendo una guerra, resulta incompresible la división y silencio de las fuerzas políticas democráticas venezolanas para encarar una situación que amerita de una solución urgente que dé respuestas al sufrimiento de la gente y el desmoronamiento acelerado del país, y que también esté a la altura de la inmensa solidaridad mundial.
Creo justo no pasar por alto que la lucha de la alianza opositora estaba sustentada sobre bases democráticas y electorales que funcionaron en su momento para alcanzar algunos importantes logros, especialmente el de las elecciones legislativas de diciembre de 2015, momento a partir del cual se evidenció cada vez más que el oficialismo se orientaba a cerrar el camino electoral, lo que se hizo de manera flagrante con el impedimento del referéndum revocatorio, el desvergonzado fraude en la inconstitucional elección de la ANC y en la forma como se extremaron los abusos en las elecciones de gobernadores y alcaldes en una persistente negativa a abrir ningún espacio de transparencia y competitividad electoral que abortó las conversaciones en República Dominicana. Al cercenarse la posibilidad de decidir por vía electoral, se ha hecho necesario que la oposición se prepare en otros escenarios para enfrentar el régimen dictatorial, además con la mayor parte de su dirigencia perseguida o inhabilitada.
Con lo antes dicho no me propongo justificar los errores y omisiones de una MUD dividida y lenta para asumir los nuevos retos, pero tampoco el embate de los guerrilleros del teclado ni el de otros actores políticos que en esta difícil circunstancia, en lugar de sumarse a un esfuerzo colectivo de definición de nuevas estrategias, están en búsqueda de la capitalización de ganancias imaginarias, tratando de catapultarse a fuerza de la descalificación de quienes deberían ser sus aliados que han convertido absurdamente en adversarios.
Ya no son solo María Corina Machado y Antonio Ledezma, quienes han hecho de la crítica incesante a la dirigencia de la MUD parte importante de su accionar político. Surge ahora la autodenominada Nueva Concertación, que de nueva no tiene nada al tratarse de líderes en su mayoría desgastados y poco concertadores, que se constituye ya con un desprendimiento, el de Copei, y continúa insistiendo en un diálogo que sabemos que no tiene destino, en un intento demasiado evidente y lamentable de ser cabeza de ratón.
Nadie sabe a ciencia cierta por dónde saltará la liebre para una salida de Maduro, tampoco cuáles serán las fuerzas fundamentales que lo lograrán, lo que sí es absolutamente cierto es que sin una unidad basada en un programa común que deje atrás apetitos inmediatos y visiones parciales, nada resultará. Es una convicción colectiva que a los destinatarios le ha costado asimilar.
De esta sucinta descripción y conclusión compartidas por la mayor parte de los analistas, quisiera subrayar el abismal contraste entre la abrumadora solidaridad internacional y la debilidad de nuestra lucha interna. Como debe haber una correlación entre una cosa y la otra, podemos correr el peligro de que aquella se desgaste si progresa esta tierra arrasada en la que nos estamos convirtiendo. Si los aciertos en la conducción de la lucha se ven disminuidos y terminamos por ser considerados una causa perdida es más que probable que haya una disminución similar en ese imprescindible apoyo. Ayúdate que yo te ayudaré, dice un sabio proverbio bíblico.
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