Como cualquier ciudadano común compruebo que en el mundo ocurren milagros todos los días. Eventos que traspasan las racionalidades de los más cautos. Se dominan fuerzas naturales arrasadoras y se ponen al servicio de la gente, inventan soluciones impredecibles para vencer grandes enfermedades, encuentran nuevas fuentes de energía que cambiarán la faz del mundo como anuncia Estados Unidos, un avance científico histórico en el campo de la fusión nuclear, que en unas décadas podría revolucionar la producción de energía en la Tierra. Los científicos han trabajado para desarrollar la fusión nuclear, considerada una fuente de energía limpia, abundante y segura que podría permitir a la humanidad romper su dependencia de los combustibles fósiles que provocan la crisis climática global. La gente demuestra en todas partes que trabajar, esforzarse no es un castigo bíblico, como nos recuerda José Manuel Puente, se puede trabajar menos y producir más riqueza: “Menos horas de trabajo, ¡mayor productividad! En 2019, Microsoft Japón cambió a una semana laboral de cuatro días y vio un aumento del 40% en la productividad. Una tendencia en el mercado laboral que cada vez es más común: – trabajo + productividad + tiempo libre + felicidad”. La mayor parte de los avances logrados en países donde la política ha instalado regímenes basados en la libertad, el respeto a la propiedad y el reconocimiento del ser humano como eje de la civilización.
Creo firmemente, desde mi ángulo de persona no especialista en política, pero en el medio de la vorágine como todos, atenta del acontecer que nos agita, sin academicismo, olfateando con el maravilloso ”sentido común” que Dios nos ha dado como gran legado, que debemos ser conscientes de que vinimos al mundo para transformarlo, respetándolo, abriendo fronteras inimaginables, porque el ser humano está imbuido de la fuerza más poderosa, un dote divino, el poder de transformarnos a nosotros mismos, algo inexistente en cualquier otra especie que habita nuestro planeta.
Partiendo de esa especie de kriptonita que albergamos en nuestro interior, entender que cambiar es una decisión política y antropológica para, alcanzar el camino de la redención o hundirnos. No estamos condenados, no somos víctimas, sin esperanzas de la mala suerte, de los que pretenden aplastarnos matando todas nuestras iniciativas. Friedrich Nietzsche nos enseñó que albergamos un combustible interno más valioso que ningún otro, la “voluntad de poder”.
Por ello el campo más fértil y controvertido que tenemos enfrente es “la política” un poder esencial, único que gozan los seres humanos que podemos usar tal como decidamos. La política no es por tanto algo malo de por sí, aunque ciertos usos podrían hacerlo creer. La política según Aristóteles es la capacidad de ponernos de acuerdo, siendo distintos, para lograr un fin. La exploración de este acuerdo y la naturaleza misma del acuerdo son los territorios privilegiados de la política, inspirados (casi todos) por la búsqueda de “la Politeia”, un sistema político, democrático, positivo. Todos deberíamos estar representados en nuestras aspiraciones por la red de instituciones creadas por los mismos seres humanos para actuar y responder a lo que constitucionalmente aspiramos.
Cada vez que converso con adolescentes, incluso escolares, los oigo afirmar que la política es mala, sin redención es lo que han oído y repiten. De allí el empeño de mostrar una cara distinta, compartir la idea de que no es cierto que “la política es mala” como se repite incesantemente, un tema de corruptos, solo de aquellos que quieren beneficios a costa del malestar de otros. No, es importante argüir de forma pedagógica que la política como muchas sociedades, grupos, partidos en el mundo ha demostrado ser la vía para alcanzar logros colectivos. Acaso los Padres Fundadores de la nación americana o Montesquieu no fueron grandes políticos. Podemos, además preguntarnos ¿por qué en esta época de la historia la guerra es condenada colectivamente, estigmatizada como políticamente incorrecta? A pesar de la existencia de lideres, grupos, ideologías que crean que la guerra es un instrumento de fuerza para lograr sus deseos particulares. Hoy vivimos la terrible experiencia de la invasión de Rusia a Ucrania, pero también estamos inmersos en el repudio mundial de este impactante suceso. El mundo, la humanidad, no quiere guerras y trata de acabarlas por todos los medios posibles, la diplomacia,el comercio, fortaleciendo al más débil o al más justo, usando todos aquellos caminos que hemos visto emplear para finalizar esta anacrónica confrontación. No es exagerado creer, que a finales del 2022 el planeta tierra mayoritariamente repudia la guerra.
En Venezuela vivimos en un escenario político de alta complejidad, por una parte, un grupo se apodera del poder e intenta permanecer usando todos los medios posibles: anulando al opositor, extinguiendo o cooptando a los renuentes, cambiando sus ideas por espejitos relumbrantes de riqueza que los haga vacilar y cambiar. Usando política de fuerza, la tortura, la cárcel, la represión para anular su participación en los destinos de la sociedad. Sin embargo, se ven arrastrados por la política a crear la apariencia de que quieren construir una comunicación, un diálogo que pueda tomar los visos de acuerdo entre las partes. Su intento es instalar por los tiempos a venir un control político que anule toda divergencia. Una aspiración frenada por la política que el mundo rechaza por ser contraria a la gran tarea de la humanidad en estos tiempos como es expandir la democracia en el mundo, fortalecer y respetar al ser humano y construir modelos políticos donde prevalezcan sus derechos, obligaciones y la felicidad sea una manera vivir
Del otro lado estarían el resto de la sociedad -la mayoría amplia que no comparte este macabro plan pero que le cuesta mucho superar sus grandes diferencias, las ambiciones de cuotas de poder, su visión de cómo debería enfocarse la lucha, con violencia, negociando o esperando algún evento extraordinario sobrevenido, que arribe con paracaídas.
Lo curioso es que la torta política está fragmentada, 80% no está de acuerdo con el poder del régimen y lo combaten, actuando como un ejército sin general que prefiere la democracia a cualquier disfraz de estado comunal. Y un resto igualmente heterogéneo,aunque minúsculo que apoya o usa el poder, indiferentes al curso de las cosas mientras puedan obtener algún beneficio material y concreto, con una unidad casi total.
Así están las cosas, de un lado el poder que oculta sus fisuras, totalmente comprometido con no ceder el “coroto”, no importa el precio y el por qué. Del otro lado lo que podríamos llamar “la gente” víctima de esta confrontación anacrónica y absurda, desunida, sin verse las caras hasta sin exagerar en confrontación en su propio seno.
Si la política es un instrumento para buscar caminos, en estos momentos es importante reflexionar sobre lo esencial. ¿Cómo reinstauraremos la democracia, libertad y paz? Lo demás son triquiñuelas y mentiras. El liderazgo y sus instituciones deben marcar una ruta sin bombas enterradas y mentiras para llegar adonde aspiramos. Es su tarea política.
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