Estella, su esposo y sus hijos hablan siempre en plural. Juntos tomaron la decisión de irse de Venezuela, juntos atravesaron la peligrosa selva del Darién y juntos pasarán este sábado su primera Navidad en Estados Unidos.
Arropada con abrigos, bufandas y guantes regalados, para protegerse del inclemente frío que azota estos días la ciudad fronteriza de El Paso (Texas), Estella (nombre ficticio para proteger su identidad) contó que está alegre por haber llegado a Estados Unidos, pero se siente triste porque le falta el calor de su hogar y las tradiciones venezolanas.
«No tenemos las cosas que nos gustan para Navidad: los regalos, las hallacas, el pan de jamón y el resto de nuestra familia», contó a EFE esta mujer de 31 años, de pelo negro liso y ojos oscuros.
Ella, sus cuatro hijos, su yerno y su esposo forman parte de los cientos de venezolanos que cruzaron de manera irregular hacia Estados Unidos en las últimas semanas. Su hija mayor, Wendy (también nombre ficticio) está embarazada de siete meses.
El Título 42, una normativa sanitaria que permite a las autoridades devolver rápidamente a México a las personas de ciertas nacionalidades, incluyendo Venezuela, sin posibilidad de pedir asilo, ha forzado a cientos de migrantes a arriesgarse a entrar a Estados Unidos por pasos irregulares.
Debido a que los albergues administrados por la ciudad rechazan a las personas indocumentadas y ante el colapso de los refugios que aceptan a todos, cientos de migrantes, como Estella y su familia, pasaron varias noches durmiendo a la intemperie, en medio de una tormenta invernal histórica que azota al país.
Movidos por la solidaridad, habitantes de El Paso se acercaron a repartir donaciones, entre ellas juguetes para los niños en vísperas de Navidad.
Kevin (nombre ficticio), el hijo menor de Estella, le mostró orgulloso a su madre que tenía una bolsa llena de regalos: un carrito, un disfraz de Capitán América y varios peluches.
«Es la Navidad que más cosas he recibido», dijo el pequeño de 12 años, al que su mamá describe como un aventurero.
Él y su hermano Wilson (nombre ficticio) fueron quienes guiaban al resto de la familia a través del Darién, una selva que divide Colombia y Panamá, que se ha convertido en uno de los cruces más peligrosos para los migrantes que viajan por tierra hacia Estados Unidos.
De las cosas que más le dieron miedo a Kevin durante el paso por la selva fueron las culebras: «no tanto porque estuvieran por ahí, sino porque no tenía arma para matarla».
La familia de siete proviene de una zona rural en el estado de Portuguesa, en el oeste del país, donde, aseguró Estella, están acostumbrados a cruzar ríos, caminos sin asfaltar y a lidiar con la naturaleza.
En ocasiones, se ralentizaban porque Estella ayudaba a otras familias que viajaban también con niños y eso le ocasionó discusiones con sus hijos y su esposo, que a veces la critican por pensar demasiado en los demás.
Ella se mantiene firme: «Es algo que tuvimos que hacer. Lo que tú hagas de corazón no tienes que decir que te retrasó».
Tres días después de salir de la selva, les llegó la noticia de que Estados Unidos impondría el Título 42 a los venezolanos. Esto les impedía llevar a cabo su plan inicial: pedir asilo en la frontera. «Pensamos en todo lo que habíamos pasado, fue como si abres una cajita y ves algo feo adentro», relató Estella.
Sin embargo, después de escuchar de conocidos de que había otras maneras de entrar al país, decidieron seguir.
El ánimo para seguir, aseguró Estella, llegó al pensar en todo lo que habían pasado y en lo que dejaban detrás: «decía, voy a avanzar por ellos, por un futuro mejor, por todo lo que hemos vivido de delincuencia, escasez en Venezuela».
El turbulento viaje, aseguraron todos, los acercó más como familia.
«Salimos más unidos, nos hemos entregado más a Dios», explicó Wendy, que en dos meses espera el nacimiento de su hija Salomé. Al igual que su hermano Kevin, también carga con bolsas repletas de regalos, que serán para la pequeña cuando nazca.
Esta Navidad, Estella desea que puedan seguir juntos, en su nuevo país y en el nuevo logar que elijan una vez consigan suficiente dinero para salir de El Paso, en la frontera con México.
«Quiero que podamos lograr nuestros deseos, que no estemos perseguidos y que mi nieta nazca bien», acotó.
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