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Messi, Mbappé y el final perfecto para el Mundial

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Nunca ha estado en tan buenas manos este trofeo de seis kilos de oro puro. Nunca un Mundial había sido tan raro, desplazado en el tiempo y el espacio, en medio del calendario futbolístico europeo, en medio del desierto, en un país lejano y caro (para los latinoamericanos) y que encima no permite el consumo de cerveza en los estadios. Pero cuando Lionel Messi se llevó el trofeo que se le había escapado en otras cuatro ocasiones, todo tenía sentido. Todo tenía un propósito. Este Mundial, marcado por 12 años de debates (todos importantes, sin duda) sobre temas extrafutbolísticos, será recordado para siempre como el Mundial de Messi.

Es natural que así sea. En su quinto y último Mundial, en su partido 26 y el último en estas instancias, ante el mayor de los rivales, ante un diabólico y genial jugador como Kylan Mbappé, Messi dio la mayor actuación de su carrera. Un penalti para abrir el marcador, una brillante participación en el gol de Di María –una maravillosa obra colectiva, comparable al gol de Carlos Alberto contra Italia en 1970– y hasta un gol de pie derecho en la segunda parte de la prórroga. Mbappé respondió de alguna manera a todos ellos, y la decisión tuvo que llegar a los penaltis, que Messi abrió con su habitual categoría y frialdad.

En la historia reciente de las Copas del Mundo, la presencia de la FIFA es algo tan notable que a veces es imposible distinguir dónde se lleva a cabo el torneo. Los estadios pueden verse diferentes por fuera, pero están estandarizados por dentro, las marcas de los patrocinadores son omnipresentes y la FIFA a menudo incluso impulsa cambios en las leyes locales para servir mejor a sus propios intereses. En Qatar, definitivamente no fue así. Se impuso el pequeño y rico país de Oriente Medio: se prohibieron las banderas arcoíris en las cintas de los capitanes, no se vendía cerveza en los alrededores de los estadios (dentro sí, pero sólo en los palcos VVIP, aún más exclusivos que los VIP) a pesar de que la FIFA lo había garantizado, en un documento hasta ahora disponible en su web, que estaría permitido el consumo.

En un poderoso acto simbólico, el emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, vistió a Messi en el momento más sublime de su carrera con un basht, una capa de seda negra con detalles dorados utilizada en las ocasiones más solemnes. Con el manto a la espalda, Messi ofreció el Mundial al cielo de Doha. Fue un final perfecto para la familia real qatarí: su Copa del Mundo de 220.000 millones de dólares fue la anfitriona de una exhibición histórica. El mejor jugador del mundo se coronó tras la mejor final de todos los tiempos, ante la estrella francesa que simboliza como nadie el futuro del fútbol. Por si fuera poco, a partir de la próxima semana los dos retomarán su vida normal como empleados en el Paris Saint-Germain.

La FIFA también tiene motivos para terminar feliz este Mundial. La organización finalmente logró cerrar el capítulo abierto en 2010 con la polémica elección de Qatar para albergar el evento. Y los resultados en el campo ayudaron al discurso del presidente de la Fifa, Gianni Infantino. Equipos de todos los continentes avanzaron a los octavos de final, y por primera vez un equipo africano llegó a semifinales, un premio para Marruecos y su afición, que junto a los 40.000 argentinos que invadieron Qatar y llenaron de música y alma este país silencioso.

*Martín Fernández es periodista de ge.globo, comentarista de Sportv, columnista de O Globo de Brasil y del Grupo de Diarios América (GDA).

 

 

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