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Exorcizar el ego

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Ann fue una de las películas consentidas del Festival de Cine Venezolano de Mérida. La celebró el público joven desde su primera proyección en el certamen. Inexplicablemente, no recibió premio alguno, siendo un filme reconocido por innumerables competencias internacionales.

Carla Forte la dirigió en cinco días después de un arduo proceso de ensayo con los actores durante un semestre.

La cinta apenas cuenta con un decorado austero (una casa), dos intérpretes y un perro.

El reducido espacio devela la influencia de la puesta en escena teatral. La locación minimalista sirve de referente a la historia de una pareja en crisis.

La precariedad material expresa la miseria social de unos personajes desterrados y exiliados, quienes son metáfora de sus respectivos orígenes (uno cubano, el otro venezolano).

Por tanto, la película engloba una poderosa alegoría sobre el encierro y el destino de la diáspora en el continente. Pero no es interés de la autora producir un panfleto político.

La sutileza en la ejecución permite al espectador extraer las conclusiones, a partir del argumento del guion. Poco sabemos del pasado de los protagonistas.

La cámara digital explora sus inquietudes y angustias en tiempo presente. Descubrimos los contrastes de ambos a través de primeros planos y luces tenebristas.

El decorado logra replantear los trabajos de cámara de Diego Rísquez, las tragedias de Bergman y los melodramas de Héctor Babenco, sin pagarles un tributo obvio de imitador adocenado. El cinéfilo establece las relaciones en función de sus memorias y afinidades electivas.

Al verla recordé Fresa y chocolate y El beso de la mujer araña, dos obras maestras de la vanguardia, la lucha por los derechos de las minorías y la reivindicación de las diferencias en estado de desarraigo.

Carlos Antonio León encarna a la misteriosa mujer de la dupla, desde la fuerza y el temple de una caracterización osada, polivalente, naturalista, a veces vehemente. Cocina yuca para su marido, el único alimento disponible en la mesa no solo de ellos, sino de gran parte de la familia criolla.

De nuevo, la pobreza desnuda las urgencias y necesidades del momento, fuera y dentro de los regímenes del hambre.

La desesperación embarga el desarrollo de las calidades humanas, de los humores de los histriones.

El travesti reclama atención y madurez a su catatónico esposo, llamándolo al botón con reflexiones duras.

El hombre parece encapsulado, estancado, ensimismado en su rol de artista plástico frustrado.

El actor invidente José Manuel Domínguez asume el rol masculino, pero no hace un papel de ciego. Observamos su desdoblamiento y conversión en un ser afligido, melancólico, al borde de la indigencia. Construye castillos en el aire; pequeñas esculturas y moldes de una notable fragilidad estética.

Va entallando cubos de plastilina o arcilla con sus manos. En una secuencia onírica, las piezas endebles caerán encima del creador en ralentí, como representación de su cuadro depresivo, alterado y alucinado. Suena la ópera Carmen de telón de fondo.

A cada situación extrema en el set la sucede un fragmento onírico proyectado a la velocidad de una tortuga. El efecto es absolutamente hipnótico y surrealista. Volvemos así a la fuente de las melancolías y las abstracciones del dogma de Lars von Trier.

Ann firma una carta de intención para la industria del futuro. Manifiesta su desapego por el abuso de las personalidades avasallantes y dominantes. Desea exorcizar el ego, una de las enfermedades del gobierno fascista.

Si la Villa rinde pleitesía a los caudillos de la épica chavista para impulsar las campañas de represión de Nicolás Maduro, la poeta Carla Forte invita a desprenderse de los vicios de la identidad mesiánica, de la voluntad de poder. Por ende, una de las películas del año y del siglo en el país.

Costó 5.000 dólares. Sienta un precedente en la generación de contenidos alternativos. Se distribuye en Caracas por medio de un circuito de exhibición paralelo. Va ganando adeptos por el boca a boca. Es una respuesta al cine del populismo militar, de la degradación farandulera y del malandreo gratuito.

Su arco dramático va del pesimismo a la esperanza del movimiento libre. No en balde, culmina con una conmovedora coreografía de danza contemporánea.

Una apuesta por la entrega, la transformación, la empatía, la resiliencia y el cambio de filosofía.  

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