«Cuanto más suyo
más extranjero». (RAFAEL CADENAS)
Buenos días, querido lector. Escribo esta columna un sábado de diciembre con la idea de que sea leída justo un día después de Navidad, es decir, el día 26 de diciembre. Imagino que habrá disfrutado ya de la cena de Nochebuena con su familia, quizás haya recibido algún regalo de Papá Noel y dedique estos días de vacaciones a descansar un poco, estar con los suyos y hacer lo que más le guste.
Tal vez sea un iluso yo al pensar que alguien lee estas líneas en estas fechas. Sea como fuere, si hay un lector de periódicos ahí al otro lado del papel o la tableta leyendo esto ahora mismo, aprovecho para contarle un secreto. A veces me da la risa sin que nadie me diga nada, simplemente leyendo el párrafo de un libro curioso. Aprovecho además para leer en cualquier sitio. Me hizo gracia, por ejemplo, un trocito de la página 125 de El Cortesano de Baltasar Castiglione. Un personaje al que todos llaman el Conde responde a una dama que se interesa por los argumentos contrarios a la afectación de un cortesano ideal- que de esto trata el libro, del modelo arquetípico del cortesano del Renacimiento. (Le advierto, estimado lector, que la cita no es breve, por lo que no sería mala idea acercarse a la cocina a coger un dulce navideño y acompañarlo de café caliente para seguir con la lectura). Y dice el Conde: «Estraño deseo tienen generalmente todas las mujeres de ser, o al menos de parecer hermosas, por eso lo que naturalmente en esto no alcanzaron, con artificio trabajan de alcanzallo. De aquí nace el afeitarse, el ponerse mil aceites en el rostro, el enrubiarse los cabellos, el hacerse las cejas y pelarse la frente y el padecer muchos otros tormentos por aderezarse; los cuales, vosotras, señoras, creéis que a nosotros son muy secretos, y hágoos saber que los sabemos todos». Me hizo sonreír la frase final, esa confesión rotunda y demoledora del aristócrata. Eso sí, una declaración hecha con exquisita cortesía, «vosotras, señoras».
La cosa no queda ahí, ya que acto seguido una de las damas allí presentes reacciona valientemente. El autor, Castiglione, escribe: «Riose a esto Constanza Fregosa, y dixo: Podría ser que fuese mejor cortesía agora la vuestra en proseguir vuestro razonamiento y hablar del Cortesano, que en querer descubrir las miserias o tachas de las mujeres sin ningún propósito». Todo esto sucedía en el capítulo VIII del primero de los cuatro libros que forman el tratado del autor italiano. Así pensaban las mujeres -algunas, si no todas- a principios del siglo XVI.
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Supongo que como casi todos (usted también) soy incapaz de centrarme en una actividad en este mundo multitasking y disperso. Lo que estoy haciendo está rodeado de alarmas, sonidos y llamadas de atención del smartphone. Ahí es donde encuentro un texto del que no quito los ojos. Convendría aclarar, por cierto, que yo no buscaba expresamente ese tema, sino que la red social -una de tantas en las que estoy yo atrapado- enlazó varias historias de contenido diverso. En esta ocasión el escrito aparece en inglés. Dice así:
Japanese sex
‘A Japanese couple is arguing about how to perform highly erotic sex.’
A ver, voy traduciendo para todos: SEXO JAPONÉS.
Una pareja japonesa discute sobre el modo en que realizar sexo altamente erótico. Adelanto material: husband (marido), wife (esposa)
‘Husband: Sukitaki. Moritaka
Wife replies: Kowanisu. Madashima
Husband says angrily: Tokugawa hideokojima
Wife on her knees, literally begging …’
El marido: Sukitaki. Moritaka (Siento confesar que no entiendo lo que dice. No sé ni una palabra de japonés)
La esposa responde: Kowanisu. Madashima
El marido dice enfadado: Tokugawa hideokojima
La mujer de rodillas, literalmente suplicando …’
El escrito termina de esta manera:
‘I can´t believe you just sat here trying to read this!
You don´t even know any Japanese!
You’ ll read anything as long as it´s about sex.
Sometimes I worry about you’
Lo que viene a ser: ¡No puedo creer que esté ahí sentado intentando leer esto! ¡Ni siquiera sabe nada de japonés! Usted lee cualquier cosa que se refiera al sexo. A veces me preocupa».
A todos los lectores de El Nacional, al jefe, Miguel Henrique Otero, y a la Redacción del diario, especialmente a Patricia Molina, ¡Feliz Navidad!
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